El bebe del millonario -
Capítulo 9
Capítulo 9:
Entró a la cocina unos veinte minutos después, usando ropa ligera y con el cabello aún húmedo por el reciente baño. Se apoyó en el umbral de la cocina y disfrutó del espectáculo que se desarrollaba frente a él.
Nerea estaba moviéndose de un lado a otro como si fuera la dueña del lugar mientras se balanceaba al ritmo de la música que salía a volumen bajo por los parlantes, también cantaba (muy fuera de sintonía).
Se aclaró la garganta para llamar su atención al ver que ella todavía no se daba cuenta de su presencia.
“Oh, buenos días, extraño”, dijo ella mirándolo sobre el hombro con una sonrisa enorme en el rostro.
Piero se quedó sin aliento al verla: ¿Acaso había algo diferente en ella esa mañana?
“¿Piero?”, preguntó Nerea al ver que él no decía nada.
“¿Estás bien?”
“¿Qué?”, su amigo parpadeo y asintió.
“Sí, sí”.
Sonrió sin creérselo del todo. Era comprensible que después del miedo que había pasado durante la noche, él estuviera todavía algo desorientado.
Piero caminó hasta ella y le dio un beso en la mejilla.
“Buenos días, princesa”.
Estaba demasiada sorprendida por su gesto que se olvidó de reprenderlo por aquel estúpido apodo. No era la primera vez que él le daba un beso en la mejilla, pero esta vez había sentido como si hubiera algo diferente. Tal vez eran alucinaciones suyas inducidas por la preocupación y la falta de sueño.
“Veo que los círculos negros alrededor de tus ojos han desaparecido”, comentó cuando recordó cómo hablar.
Regresó su atención a lo que estaba haciendo.
“Anoche te veías hecho un desastre”.
“¿Con que era así?”, Piero sonaba divertido.
“Sí, no dije nada para no herir tus sentimientos. Ambos sabemos lo importante que es para ti tu imagen”.
“Eres una gran amiga”
“Hablas demasiado pronto. Tomé una foto tuya mientras dormías, con el pelo un desastre y lleno de baba. Si me haces renegar, la venderé a los tabloides. Diablos, incluso podría regalarla”.
Piero soltó una carcajada.
A Nerea le gustaba escucharlo reír después de la noche que había pasado y más si era ella la responsable.
“Tendré cuidado entonces. ¿Cómo está Alba?”
“Mucho mejor. Esta mañana despertó con bastante apetito. Se volvió a quedar dormida después de terminar de comer”.
Se giró en el preciso instante que Piero se inclinaba frente a la cesta de Alba y depositaba un beso en su frente. Estuvo cerca de soltar un suspiro. Era más que obvio que él estaba enamorado de su hija. La devoción que profesaba por Alba solo lo hacía más atractivo.
“¿Hace cuánto se levantaron?”
Nerea se dio la vuelta antes de que él la atrapara observándolo.
“Cerca de una hora atrás. Tuvimos que levantarnos porque no nos dejabas dormir con tus ronquidos”.
“Nunca he escuchado una queja similar”.
“Eso no quiere decir que no sea cierto. Además, lo último que has hecho con una mujer en tu cama, ha sido dormir. De lo contrario, las quejas no se habrían hecho esperar”.
Cerró los ojos al darse cuenta lo que acaba de decir.
“¿Te ayudo con algo?”
Agradeció a Piero en silencio por dejar pasar su comentario.
“Casi he acabado, pero falta poner la mesa”.
Su amigo asintió y se puso a ello.
Nerea se perdió de nuevo en sus pensamientos mientras terminaba de freír el tocino, era mejor quedarse callada para no decir otra estupidez.
“No eres la mejor siguiendo el ritmo”.
Dejó de tararear, ni siquiera sabía en qué momento había comenzado a hacerlo.
“No se puede ser bueno en todo. Tenía que tener algún defecto para que el resto de mortales como tú no se sientan mal”.
Le dio un guiño mientras dejaba el plato con tocino sobre la mesa.
“Yo soy bueno en todo”.
“¿Estás seguro? Recuerda cuando te di una paliza”.
“Deberías superarlo. Me tomaste por sorpresa”.
“¿Así que es esa la mentira que te dices todas las noches para poder dormir tranquilo?”
“Puedo vencerte cuando quieras. Es más, lo haremos después del desayuno y si te ganó harás algo que te pida”.
“No me mudaré aquí”, se anticipó. No se le ocurría otra cosa que él quisiera de ella en ese momento.
“Está bien”
Entrecerró los ojos y lo observó con cautela, eso había sido demasiado fácil. ¿Qué es lo que estaba tramando? Y no, no iba a engañarse creyendo que él no tenía nada en mente al sugerir la apuesta.
Detrás de esa sonrisa afable, se escondía un gran estratega.
“Y si yo gano, tú harás lo que te ordene”, dijo Nerea.
“La sonrisa psicótica en tu rostro no es muy alentadora”.
“¿Te estás echando para atrás?”
“Para nada. Es un trato”.
Piero estiró la mano y ella la tomó.
Después de desayunar, Piero se llevó a Alba a su habitación para cambiarle el pañal mientras ella lavaba los trastes. Él le había dicho que no era necesario, que se encargaría después. Pero prefería ayudar a quedarse sentada devanándose los sesos tratando de averiguar lo que él le iba a pedir. Aunque para ello tenía que ganar primero y Nerea no se lo iba a poner fácil.
Su amigo regresó más tarde con su hija reclinada en él y con la mejilla en su pecho.
“Mira quien está de regreso”, dijo él.
La pequeña tenía los ojos abiertos y parecía fascinada observándolo todo. El tiempo que pasaba durmiendo era bastante, pero cuando estaba despierta exploraba las cosas con la mirada.
“Mi papá llamó justo cuando había terminado de cambiarla. Él y mi mamá estaban por abordar su jet privado”.
“Creí que Ava había dicho que cancelaría su viaje”.
“La convencí de no hacerlo. Me tomó un poco de esfuerzo, pero al final logré que cediera. Seguro que encontraré la manera de ingeniármela sin ellos”.
“Asumo que no les contaste sobre el incidente de anoche”.
“Mamá no habría abordado el avión de haberlo hecho. Cuando se pone en modo protector, nada la detiene y mi papá hace lo que sea para hacerla feliz”.
“Mis papás llevan planeando este viaje desde hace un par de meses, no quería arruinarles la diversión”.
“Entiendo a lo que te refieres”, dijo Nerea.
Sus papás tampoco querrían dejarla sola de estar en una situación tan complicada como la de Piero.
“¿Puedes ayudarme con ella? Pondré a lavar la ropa y estaré con ustedes en un momento”.
Piero le entregó a su hija, quien no pareció muy feliz por el cambio. Ella empezó a removerse e hizo un puchero. Alba, al parecer, ya sabía el poder que tenía sobre su padre. Su amigo se quedó en su lugar con los brazos aun extendidos como si fuera a pedirla de regreso en cualquier instante.
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