El bebe de mi jefe -
Capitulo 56
Capitulo 56:
Su mirada brillaba en la oscuridad y por un momento me desvié de la realidad, analizando que en realidad mi jefe era muy atractivo físicamente, razón por la cual me costaba comprender por qué seguía soltero.
“Ya llegó”, dijo con una sonrisa alzando una ceja hacia un punto tras de mí.
Me volteé y mi mandíbula casi llega hasta el suelo al ver como una limusina color rojo se acercaba hacia nosotros.
Abrí y cerré mis ojos varias veces para poder convencerme de que aquello era real.
“¿Rojo?”, pregunté incrédula.
En películas había visto limusinas blancas, grises y negras, pero jamás una de color rojo como la que se presentaba ante mis ojos.
Me sentí como si estuviera en un cuento de hadas, en el cual yo era la princesa azul. Lo miré con asombro.
POV Athom…
Me bajé de aquella limusina y, por supuesto, ayudé a Ruby para que pudiera bajar sin problemas. Ella tomó mi mano y luego comenzamos a caminar hacia la entrada de aquel magnífico hotel donde se llevaría a cabo la ceremonia.
“Buenas noches, Señor Patel”, saludó con cordialidad el recepcionista.
Asentí con la cabeza hacia él y lo observé registrar nuestra entrada en su tableta, para después hacer un ademán hacia el interior del hotel.
“Pueden entrar, que tengan una bonita velada”.
“Gracias”, respondí con una sonrisa torcida, al igual que Ruby, quien sonreía como nunca.
Miré de reojo a mi hermosa acompañante y aquellas mariposas hicieron una fiesta en mi estómago, pues Ruby se veía magnífica, como sacada de una revista de modas.
Diablos.
Aquel vestido le había sentado fenomenal, y la hacía ver como toda una mujer de la élite, con total elegancia, y estaba seguro que esta noche no pasaría desapercibida, pues incluso yo me sentía opacado a su lado.
“¿Qué ocurre?”, preguntó Ruby mientras continuamos caminando en el interior del hotel.
Su mano seguía prisionera de la mía y yo estaba disfrutando mucho de aquel pequeño contacto físico.
“Nada, es solo que me siento orgulloso de que hayas decidido acompañarme”, reconocí.
Sus ojos verdes se achicaron un poco al sonreírme y con solo aquello mi corazón se derretía.
“Y yo estoy orgullosa del premio que te entregarán hoy, pues te lo mereces”, dijo.
Sonreí hacia ella y me sentí afortunado de tener a aquella pelirroja en mi vida, pues aunque solo seamos amigos, el que ella estuviera apoyándome día a día, lo era todo para mí.
Caminamos hasta llegar al auditorio central, que estaba perfectamente acomodado y con varias personas en su interior.
Antes de poner un pie dentro, una mujer de mediana edad se acercó a nosotros y sonrió con educación.
“¿Señor Patel?”, preguntó en mi dirección.
“El mismísimo”, sonreí.
Ella asintió con la cabeza y luego me señaló una mesa cercana al escenario.
“Vengan conmigo, por favor”.
Pidió con amabilidad.
Ruby miró todo con curiosidad y se mantuvo en silencio todo el tiempo mientras seguimos a aquella mujer.
“Esta es la mesa de ustedes”, nos indicó.
“Si necesitan algo, pueden llamarme y vendré de inmediato”.
“Gracias”, musitó Ruby con timidez y luego la recepcionista asintió con la cabeza para después desaparecer y dejarnos a solas.
Corrí la silla para que mi acompañante pudiera sentarse sin problemas y luego yo me acomodé en el lugar desocupado a su lado.
La mesa estaba dispuesta para ambos y algo me decía que al ser un evento de alta sociedad podríamos comer lo que quisiéramos del menú.
Miré a nuestro alrededor y vi algunas caras conocidas, pero no me sentía del todo en mi ambiente, pues la mayoría de los hombres que se encontraban ahí eran de la generación de mi padre y si los conocía era por él, pues mis colaboradores e inversionistas eran personas mucho más jóvenes y que apostaban por el desarrollo tecnológico del país, a diferencia de las personas que se encontraban en este evento, quienes eran más conservadores y se ceñían a otros negocios más recatados.
“No conozco a nadie aquí…”, musitó Ruby a mi lado en voz baja, para que solo yo pudiera oírla.
Me giré hacia ella y sonreí.
“¿Me creerías que yo tampoco?”
Cuestioné con un aire divertido.
Ruby arrugó las cejas en mi dirección, como si no pudiera creerme y luego negó con la cabeza.
“Claro que no te creo, pues supuestamente las personas aquí también son empresarios”, dijo con algo de confusión.
“Pero no de mi área de especialización”.
Me encogí de hombros.
“Además, es cosa de ver que me triplican la edad”, sonreí con diversión.
“Estoy seguro que a mi padre si lo conocen, pero a mí no…”.
“Entonces hoy seremos los anónimos”, dijo divertida haciéndome reír.
“O por lo menos, hasta que te entreguen aquel premio, pues seguro que después de eso nadie podrá olvidar tu nombre”, aseveró.
Mi piel se erizó al escucharla hablar con tanta seguridad de mí, como si no pusiera en duda mi calidad de profesional, lo que me hizo sentir un revoltijo de emociones.
Estaba por contestar algo al respecto cuando uno de los empresarios neozelandeses más reconocidos a nivel internacional, Ether Jones, subió al escenario e incluso antes de que tocara el micrófono, ya había varias personas aplaudiendo hacia él.
No tenía claridad si aún ejercía la administración de su herencia, pero lo que sí sabía es que era dueño de la mejor marca de automóviles del país.
“Buenas noches a todos y todas las presentes”.
Saludó al apoderarse del micrófono.
“Hace varios años mi familia decidió que era una buena idea premiar año a año a los mejores empresarios del país”, comentó con una sonrisa torcida, la cual marcó sus incipientes arrugas en el borde de su boca, pues si no me equivocaba, aquel hombre ya estaría rondando los cincuenta años.
“Este año he tenido el placer de, nuevamente, estar a cargo de seleccionar a los ganadores de esta entrega de premios del empresario del año”
“Pensé que ya estaba jubilado”, comentó Ruby muy cerca de mi oído, logrando que la piel expuesta de mi cuello se erizara.
Me reí con algo de incomodidad y negué con la cabeza hacia ella.
“Se ve que tiene para rato”, susurré con una sonrisa que logró contagiarla.
“Los invito a una agradable cena, para después centrarnos en los detalles…”, musitó aquel imponente hombre.
“Detalles como los premios, que los han traído hasta aquí”, guiñó un ojo haciendo reír a varios.
“Disfruten de la comida, pues va por cortesía de la casa”.
Todos aplaudimos cuando aquel hombre comenzó a bajar del escenario y entonces el espacio se llenó de garzones yendo y viniendo a tomar pedidos.
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