El arte del sexo
Capítulo 52

Capítulo 52:

– No estás en una prisión, Daviana -le da la espalda proporcionándole una estupenda visión de su ancha espalda y prominentes nalgas.

Traga saliva ante la tentación de deslizar sus manos por esa espalda tan maciza y llena de músculos. Pero sabía que, si lo hacía, otra cosa más podría pasar entre ellos y a decir verdad es que estaba muerta del miedo por perder su virginidad.

Así que cobardemente abandona el cuarto de la ducha para envolver su cuerpo en una toalla.

Michele observo a Daviana de soslayo y niega, era una cobarde, no se atrevió a tocarlo sabiendo que tenía la libertad de hacerlo.

No lo decepcionaba, pero si lo desesperaba. Él no deseaba coger con ella prácticamente obligándola, le gustaba la idea de que ella también pusiera de su parte para ello.

Una cosa era propinarle placer con la masturbación y que ella se dejara, y otra que follaran de verdad sabiendo que ella estaría muy tensa. Le apetecía que ella cediera, o al menos hiciera el intento de buscarlo, o tocarlo…

Quizás tendría que probar otra maña para conseguir que ella se relajara un poco más y terminara por acceder como él lo deseaba.

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[…]

Acostada en aquella tibia y cómoda cama, Daviana mira por la enorme ventana de esa habitación, era muy tarde para seguir despierta.

Pero el saber que su jefe saldría del cuarto del baño en cualquier momento la tensaba mucho.

Iba a compartir cama con un hombre por primera vez…

De pronto escucha la puerta y se sobresalta.

La luz del baño es apagada y siente los pasos de su jefe rodear la cama, no lo quería ni ver. Era posible que quisiera tener sexo con ella en la cama y no en el baño.

El lado de su cama se hunde, pero ella no hace nada, ni dice una palabra. Y a decir verdad eso fue todo lo que paso, Michele se quedó en silencio y ella también, entonces, ¿no pensaba tomarla esa noche?

Realmente se sentía muy confundida.

Por otro lado, necesitaba dormir, porque, aunque hubiera hecho un trato de locos con su jefe ella debía seguir trabajando. Cuando su hermano saliera de la operación iba a necesitar cuidados y aquel trato no cubría esos cuidados.

Cierra los ojos y trata de relajase, aunque la masculinidad de su jefe la abrumara.

[…]

El escándalo de una alarma la hace abrir los ojos de par en par, el alma de Daviana regresa a su cuerpo abruptamente al escuchar aquel bullicio. La castaña levanta la mirada para ver un maldito reloj despertador que marcaba las cinco de la mañana.

– Mierda… -musita asustada, puesto que era muy tarde.

Hace amago de ponerse en pie, pero sin darse cuenta de que un brazo envolvía su estrecha cintura y al intentar pararse este musculoso brazo hace presión para que regrese a la cama.

– ¿A dónde vas? -la voz de Michele era pesada, estaba medio dormido.

– Es muy tarde, debo pararme.

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