El arte del sexo -
Capítulo 41
Capítulo 41:
– Es mi hermano… tiene 3 años -responde bajando la voz.
Michele la mira incrédulo.
– ¿Qué es lo que tiene? He escuchado que necesita una operación de emergencia, no entiendo como lo tienes aquí, no recibirá una atención adecuada – Daviana se llena de enojo una vez más.
– ¿Para qué vino? Si quiere saber porque no voy a tener sexo con usted es porque no quiero, es muy difícil entender eso. Y deje de seguirme, que yo le rindo cuentas cuando estamos en horario de trabajo, no fuera…
Daviana se da la vuelta, era increíble que le dijera una cosa como esa. ¡Claro! como él lo tenía todo le echaba en cara de porque mantenía a su hermano pequeño en un hospital que no le brindaba casi nada.
Por suerte lo mantenían con vida.
– Por personas como ustedes es que el mundo está como esta, al menos el doctor de ese hospital me ha ayudado mucho con mi hermano -refuta mientras se aleja.
– Pagare la operación de su hermano y absolutamente todo lo que haga falta después de la misma -la respuesta de ese hombre la hizo frenar en seco.
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La castaña entreabre los labios juntamente con los ojos, esa sería una solución rápida para el problema de salud de Arthur. Solo necesitaba esa operación y él podría salir de ese horrible hospital.
Daviana se paraliza, puesto que no sabe que responderle a su jefe. Por otro lado, nada era de gratis en la vida y eso lo tenía muy claro.
– Y entonces… -lo escucha decir a su espalda, entre cierra los ojos para luego soltar el aire.
– ¿Y qué quiere a cambio de eso? -Daviana se da la vuelta para enfrentarlo.
Ambos estaban en medio del estacionamiento, bajo aquel frío y un cielo carente de estrellas.
Ella era consciente de que su jefe no pagaría esa operación por nada, todo dependía de su respuesta, la vida de su hermano podía depender de Michele y de la decisión que ella tomase.
Michele introduce las manos en sus bolsillos mientras observa a Daviana fijamente, en ese instante parecía tan niña, tan inocente, tan vulnerable… y por extraño que pareciera, pensó que era justamente lo que necesitaba en su vida.
– ¡A ti! -el corazón de la castaña vibro. Traga saliva y no responde -. Te quiero a ti, Daviana.
– ¿Desea que tenga sexo con usted?
– Si. Pero consentido, no forzado.
La joven aplana los labios, no había que ser muy inteligente para saber cuál era la petición de su jefe. Baja la mirada, era un trato ruin. Él no la ayudaba de corazón, solo estaba pagando por sexo consentido.
Era triste que él deseara follar con ella en esas condiciones…
– Yo…
– Pero hay condiciones antes de que me respondas.
– ¿Condiciones?
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