Capítulo 8:

Ella en algún momento había escuchado que no deseaban que la unión entre las dos familias fuera algo que estuviese en boca de todos. Así que ahora era una simple ceremonia muy íntima, sin prensa, sin periodistas, ni nadie que diera a conocer que ella se estaba casando.

No era que le gustase estar en el ojo público, pero aquello parecía más un espectáculo de una noche que algo importante, como un casamiento.

“Elena, camina”, escuchó su nombre proveniente de los labios de Dorian y lo miró pestañeando lentamente.

Fue entonces que se dio cuenta que se había detenido. Apretó los labios y se obligó a caminar.

Para su sorpresa Dorian le ayudó a sentarse y después lo hizo él. Elena escuchó al abogado delante de ellos decir el clásico discurso bastante resumido que venía en todas las ceremonias de matrimonio hasta llegar a la parte importante y que sellaría el destino de ellos.

“¿Dorian Pickman, acepta a Elena Miscler como su esposa, para amarla y respetarla en la salud y la enfermedad, en las buenas y las malas?”, dice el abogado.

Dorian enfocó sus ojos azules en la mujer y tomó su mano.

“Si acepto”, responde Dorian.

El corazón de Elena saltó en su pecho ante las palabras de él. Por alguna razón no sonaron tan frías como ella se imaginó. Incluso su boca se abrió ligeramente de la sorpresa. Él alzó una ceja ante la reacción de ella.

“¿Elena Miscler, acepta a Dorian Pickman como su esposo, para amarla y respetarla en la salud y la enfermedad, en las buenas y las malas?”.

Y Elena no respondió tan rápido como lo había hecho él. Su boca se negaba a moverse. Era como si algo en su interior le dijera que no lo hiciera.

Entonces lo vio, del otro lado de la mesa como la mirada de su padre era amenazadora. Tragó en seco y apretó la mano de su casi esposo sintiendo que temblaba ligeramente.

“Yo… acepto”, no pudo evitar que su voz temblara.

“En ese caso pueden intercambiar anillos y firmar”, ordena el abogado.

Dorian agarró el anillo para Elena y aún sin soltar su mano se lo puso notando que ella temblaba ligeramente.

Al notar la inestabilidad de ella a la hora de ponérselo a él, lo agarro él mismo y se lo puso. Así las prendas de oro blanco quedaron en ambos dedos. Y sus firmas poco después registradas.

“Entonces los declaro marido y mujer. Puede besar a la novia”, declaró el abogado.

Elena no se movió, pero sintió la mano de Dorian detrás de su nuca y fue tirada hacia él. Los labios del hombre cayeron sobre los suyos, y aunque fue un beso rápido y que parecía simplemente acorde al momento, él hizo lo que siempre cada vez que la besaba.

Chupó su labio inferior, teniendo que limpiar el labial que quedó en ellos con el dorso de la mano.

Elena miró entonces el anillo en su dedo. El frío metal ahora la ataba al hombre a su lado, y no sabía si eso era bueno o malo. Tenía un esposo guapo y con mucho dinero. Sin embargo… ¿Los cuentos de hadas podrían volverse realidad? Después de como la había mirado, no lo sabía.

A diferencia de lo que pensó, no tuvieron una cena después de la boda. Solo un simple brindis entre todos los hombres y así dio por terminada la ceremonia.

Y estaba cayendo la noche para cuando se habían montado en el auto en dirección a la nueva casa. Elena ya se había podido retirar el traje cambiándolo por un vestido más suave y sencillo.

Su padre no la había felicitado. Su esposo también la había dejado sola en la habitación. Y ella… no estaba precisamente feliz. Su mirada se perdía en la vista que corría por la ventanilla del auto y su expresión reflejada en el cristal era mustia.

“Nuestros cuartos están preparados”, le escuchó decir de nuevo palabras en su dirección. Apenas si habían hablado.

“¿Dormiremos separados?”, fingió no impresionarse y controló mostrar disgusto en su  rostro.

“Si. No nos meteremos en la vida del otro. Y no entres a mi habitación o estudio si no te lo permito”, él estaba atento a su celular.

Elena sonrió levemente de una forma extraña.

“¿Para qué aceptaste casarte conmigo? ¿Para tapar apariencias? ¿Para qué tu padre no te fastidiara más con el tema? ¿Para decir que tienes una esposa? ¿Para tener un agujero esperando en casa para desahogar tu placer cada vez que quieras?”, sus palabras la hacían sentir cada vez más miserable.

Y por primera vez desde que se había subido al auto él la miró. Sus ojos azules no mostraban nada.

“Fue un acuerdo familiar. Puedes pensar lo que desees. Ahora eres mi esposa, no se puede cambiar ese hecho”.

“Ni siquiera puedes responderme”, ella soltó un bufido y se giró de nuevo hacia la ventanilla.

No habló más. Sentía que podía ponerse a llorar si seguía. Y aunque no le prestó atención, creyó ver una expresión extraña en el rostro de su esposo. No, solo había sido su imaginación.

El viaje en el auto terminó en silencio total y al entrar al jardín de su nuevo hogar ya de noche, Elena se percató que su ahora nueva casa era incluso más lujosa que donde vivía. Era una mansión estilo antiguo, con columnas, grandes ventanales de madera con vitrales, pisos de mosaico, y la decoración interna no se quedaba atrás.

Muebles victorianos, enormes jarrones con flores que inundaban las estancias con aroma suave. Pinturas decoraban las paredes y la escalera que daba a la segunda planta estaba recubierta por alfombra.

Era bastante cálida debido a los colores marrones y pasteles usados en la decoración, muy diferente de cómo se sentía estar al lado de su esposo.

“Es hermosa la casa”, no pudo evitar decir.

“Vivirás ahora a partir de aquí. Si necesitas algo de la casa de tu padre que se te haya quedado se lo pides a Rafael”, señaló con la barbilla al mismo mayordomo que estaba en la casa de su padre. Un hombre mayor pero elegante, que tenía un aura extraña a su alrededor.

A Elena no le gustó, pero ella no era nadie para juzgar. En aquel lugar había varios empleados, a ninguno lo conocía, pero parecía que ella no era tan bienvenida.

“Vamos”, le dijo él aflojándose la corbata y desaliñando su cabello donde el flequillo cayó sobre su frente.

Tras esto el corazón de Elena comenzó a palpitar, sobre todo cuando comenzaron a subir las escaleras en dirección… a la habitación. Ellos estaban casados, era normal que consumaran el matrimonio. En resumen, tendrían se%o.

Sabía que con alguien como él el se%o de seguro se sentiría bien dado la forma en que él besaba, solo que… de la misma forma en que podría emocionarse estaba agobiada por la forma en que él la trataba. Y además sería eso, se%o. No hacer el amor.

Vaya primera vez iba a tener. Bueno, al menos iba a ser con el mismo que le había quitado su primer beso. No sabía si deprimirse por eso.

Avanzaron por el pasillo hasta que llegaron a una gran puerta y Dorian la abrió dejando que ella pasara, pero él no entró. Elena lo miró por encima del hombro sin comprender.

“Esta será tu habitación, ya te lo había mencionado antes. La mía está al lado. No entres a menos que yo lo permita”, le dijo para después cerrar la puerta dejando a la mujer en su interior confundida.

“¿Y ahora?”, ella no sabía cómo reaccionar realmente.

¿Debía prepararse para consumar el matrimonio o simplemente acostarse a dormir? Dorian la había dejado en su ahora habitación, pero eso no impedía que volviese más tarde buscando justo tener se%o con ella.

Cerró los ojos. Debía dejar de pensar como una niña soltera. Por mucho que le costase creerlo, ahora estaba casada, Dorian era su esposo la quisiese o no.

Ella había sido entrenada para un día así, y si había tenido el sueño de ser una persona normal, con una vida normal y con un matrimonio normal y feliz, sin intereses de por medio, pues era hora de despertar de esa nube y enfrentar la realidad.

Estaba casada, tenía que enfrentar ese hecho y seguir adelante con sus planes y disfrutar en la medida que pudiese. Así que agarró la ropa de la maleta que estaba en una esquina y se dirigió al baño.

Tenía que prepararse para cuando su esposo volviese a la casa.

Se bañó, se peine y vistió con una bata de seda blanca, que acariciaba sus muslos y de tirantes finos que fácilmente podría ser retirada de su cuerpo. Se preguntó si le quedaba bien. Si a su ahora esposo le gustaría. Le había devorado la boca en aquella fiesta, pero eso era solo una diversión para él.

Se sentó en el borde de la cama esperando a que él abriera la puerta y ella tuviera que entregarse a él. Sin embargo, después de revisar el reloj y ver que desde hacía dos horas que lo esperaba y que él no había entrado se preguntó si él vendría.

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