Capítulo 7:

“¿Usted es Elena? La futura esposa de mi hermano”, preguntó de forma lenta.

Elena asintió y le tomó la mano notando que para soltarle él se demoró un poco más de lo normal y ella se vio obligada a tirar un poco. Un escalofrío recorrió su cintura, pero en cambio, Klaus no parecía estar incómodo con la situación.

“Rafael, yo los llevo a la sala de visitas, avisa a mi padre de su llegada”, ordena Klaus.

El mayordomo no replicó y desapareció rápidamente, mientras él los llevaba en dirección al destino. Elena caminó tensa al lado de su padre.

Pudo ver en las paredes algunas fotos colgadas aisladas de la familia, donde solo había fotos de Markus, alguna que otra junto a Dorian y solo una de Klaus en todo el pasillo que recorrieron. Una vez en la sala los invitó a sentarse.

“Veo que mi futura cuñada es una mujer hermosa”, comentó este al sentarse en el mueble delante de ellos.

“Si, verdad, i hija es una chica digna de su estatus”, una sonrisa estaba depositada en el rostro de Ernest.

‘Si, como no’, pensó Elena. Apretaba las manos en su regazo. No le gustaba en brillo en los ojos del hombre frente a ella. Klaus no era muy parecido a Dorian.

Su cabello era castaño, casi de un color chocolate al igual que sus ojos, era algo y de espalda ancha. Era atractivo, no lo podía negar, solo que al lado de su hermano… apenas sobresalía.

De pronto unos pasos se escucharon entrando a la sala y Ernest se levantó. Elena lo copió al ver quiénes eran los recién llegados.

Su corazón palpitó en el pecho y sus mejillas se sonrojaron al percibir o aquel olor a sándalo que había logrado descifrar después. No sabía si era alguna colonia, pero era la fragancia que exudaba el cuerpo de Dorian. Y olía tan bien.

Solo que no se esperó que cuando se detuvieran delante de ellos, el mismo Dorian que antes la había atrapado contra una pared y le hubiera devotado la boca como lo más delicioso del mundo, ahora le estuviese dando la mirada más fría que hubiera recibido hasta el momento.

Al parecer alguien no estaba para nada feliz con el compromiso.

Elena se sentía casi asfixiada en aquella enorme sala, pero rodeada de tres hombres que no le prestaban atención a pesar de que ella era el centro de la conversación. Demonios, se estaba definiendo su futuro, algo muy normal para alguien de su estatus a pesar de vivir en tiempos modernos.

Por un momento giró su mirada en dirección a Dorian, él estaba sentado al lado de su padre, pero este simplemente la ignoraba, apenas si la había saludado cuando habían llegado. Era como una persona completamente diferente con la que se había encontrado en el balcón.

“Y bueno, esa es la intención”, concluyó Ernest. Elena no había escuchado del todo la conversación. Al final sería lo mismo.

“Entiendo, pues vamos a mi oficina. Nos quedan algunos asuntos por atender”, Markus se levantó.

“Dorian, habla con tu prometida, conózcanse un poco”, le dijo su padre antes de dar la vuelta y salir seguido de Ernest.

“Señor Markus”, Rafael, el mayordomo enfocó al joven y este chasqueó la lengua.

“Está bien. Les daré intimidad”, se levantó pareciendo fastidiado y se retiró no sin antes guiñarle el ojo a Elena que apretó las manos en su regazo.

Ahora se había quedado sola con Dorian y Rafael que se quedó apartado en la puerta… como si pareciera los estuviese vigilando.

“¿Quién pensaría que después de ese día nos encontraríamos en esta situación?”, ella rompió el hielo después de algunos largos segundos de un silencio incómodo.

Dorian se había acomodado sobre el reposabrazos del sofá y tenía el ceño ligeramente fruncido.

“Me pregunto qué trucos habrán usado tu padre y tú para que hayamos llegado a esto”, su voz era grave y sumamente fría. Se notaba que estaba indispuesto con la situación

“Mi padre no es de los que ceden tan fácilmente a que alguien toque la fortuna familiar”, responde.

Ante eso el cuerpo de Elena se tensó y su espalda se puso tensa.

“Yo no usé ningún truco. No sé de qué estás hablando. Mi padre me dijo que había congeniado el matrimonio”, el rostro de ella estaba serio.

Y el de Dorian también. Rápidamente se levantó y se puso frente a ella. La agarró de la barbilla y se inclinó recostando una mano en el respaldar detrás de ella. Elena se pegó atrás ante el impulso sin saber qué hacer.

¿La besaría de nuevo? No lo creía, los ojos del hombre no mostraban ni de cerca el brillo de aquel día.

“No me vas a atar a ti, Elena. Este matrimonio es arreglado entre nuestros padres. Sí, viviremos juntos, tendremos se%o como un matrimonio normal, pero no se te ocurra exigirme que se sea fiel o salir embarazada de mí, mucho menos hacerme escenas de mujer celosa”, sus dedos apretaban su barbilla.

“Si lo que quieres es mi dinero lo tendrás, pero no me tendrás a mi ¿Entendido?”, preguntó serio.

Elena podía jurar que estaba temblando. Sentía frío por todo su cuerpo. Aquellas palabras eran sumamente frías y le costaba trabajo procesarlas. Él estaba marcando la línea y muy gruesa.

Estarían casados, pero al parecer la idea que ella tenía de poder salir de la jaula de oro, solo era un cuento de hadas… solo entraría en otra y junto a un hombre que solo la había besado para jugar con ella y que no sentía sentimiento alguno por su persona.

Ahora entendía que esos días en que solo había estado pensando en aquel beso había sido solo de su parte. Quizás porque había sido su primer beso.

Al no recibir respuesta por parte de la mujer, Dorian recorrió con su pulgar el labio inferior y sus ojos se fijaron en este.

“Mientras no te metas en mi vida, no me meteré en la tuya y podemos vivir tranquilamente”, sus palabras ahora eran un poco más cálida mientras acariciaba la piel de ella.

Elena tragó en seco y contenía las ganas de que las lágrimas corrieran por sus mejillas ante la decepción y lo que le esperaba. Asintió ligeramente con la cabeza pesada.

“Buena chica”, le dijo él inclinándose un poco más, dejando un beso rápido sobre sus labios, pero como la vez anterior chupó el inferior sonoramente.

Se enderezó dejándola en el lugar y salió de la sala. Elena no supo cuando tiempo estuvo sentada apenas sin respirar. Sus uñas se habían marcado en sus palmas dejando medias lunas rojas y no le dolían.

A veces prefería ser una mujer normal. Sin tanto dinero pero que al menos pudiera hacer sus propias elecciones. Incluyendo con el hombre que se iba a casar.

Elena se miró en el espejo, Había pasado un mes. Uno tan tormentoso que pensó que era un milagro que estuviese allí sin marcadas ojeras debajo del maquillaje que adornaba su rostro.

Porque sí. Ese era el gran día, que muchos esperaría más no ella. No había visto a Dorian desde ese día. Ni siquiera tenía su número registrado en su celular. Eran simples extraños que se día se verían como si fuera una tarde normal. Solo que sería para casarse.

Parte de sus cosas ya habían sido mudadas a la casa de Dorian. Una mansión quizás no tan grande como la de su padre, pero al menos quedaba cerca de la universidad. No la había ido a ver todavía, pero ese sería su nuevo hogar.

En todo el mes la habían visitado los estilistas y se le había confeccionado un traje de novia que era hermoso pero que la sofocaba. Pegado al cuerpo y de encaje con un corte sirena y un escote a mitad del pecho era bastante elegante y fresco, pero lo que estaba ahogándose era su interior.

La puerta fue tocada y abierta casi a la vez. Elena no tuvo que mirar sobre su hombro para saber quién estaba ahí. El olor a sándalo ya era reconocible para ella.

“Elena es momento”, y ella se giró para encontrarse cara a cara con Dorian que le extendía la mano y que ella… sabía que no podía rechazar.

Toda mujer sueña con casarse de blanco, en una enorme estancia llena de flores y telas, con una alfombra salpicada de pétalos de rosa, con varios invitados y un guapo novio en el altar que la recibirá al ser entregada por el padre o familiar más cercano. Sin embargo, ese no sería el caso para Elena.

Sí, estaba vestida de blanco y caminaba sobre una alfombra, pero no había flores alrededor, ni invitados que le estuviesen sonriendo, ni su padre era el que la llevaba.

Estaba caminando junto a su futuro esposo, tomada del brazo de él y en dirección a una pequeña mesa donde se encontraba una mujer sentada con un libro delante. Vaya, eso era real. Se estaba casando, pero era el matrimonio más mustio que pudiera tener.

Además, no reconocía ninguno de los rostros que estaban a su alrededor, aunque dedujo que la mayoría eran de la parte de la familia del novio. Hombres influyentes.

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