Capítulo 31:

Dorian apretó los labios para no volver a maldecir.

“Estate atento”, el hombre apretaba tanto el celular que sus dedos estaban blancos. Vaya noche estaba tenido, pero no se rendida y encontraría a Elena.

Elena tenía que reconocer una cosa, había actuado por impulsividad mandada por sus emociones, más que por sus pensamientos. Estaba realmente dolida de los eventos pasados y simplemente había decidido huir en vez de volver con Dorian y escucharlo.

Es que se preguntaba, de qué valdría sentarse y oír lo que tenía que decir. Su esposo de seguro le inventaría una excusa para negar los hechos, aun cuando ella había sido testigo.

Similar a la típica escena de encontrar a tu pareja en la cama con la amante y que te diga, no es lo que piensas. Acaso le estaba viendo el rostro de idiota. Lo más probable. La había dejado apartada de todo durante tres años sola dentro de la casa, como si ella no fuera una persona.

Isabela soltó un bufido con dolor. La realidad que la golpeaba era tan cruel que solo podría reír y ya se estaba cansando de ser la víctima, la que tiene que aguantar todo sin más.

Después de al menos media hora dentro del auto reaccionó que no tenía a donde ir. Volver a la casa en ese momento no era una opción, hacerlo a la de su padre donde vivía antes… eso era delatarse nada más entrando al jardín, sin contar que Dorian de seguro la buscaría allí primero.

Un hotel le pediría su identificación y pago por tarjeta y al hacerlo su esposo podría saber su ubicación, y si a todo eso se le sumaba que no tenía a ningún amigo en quien pedir refuerzos realmente estaba en una encrucijada.

Sumida en sus pensamientos en búsqueda de una solución en donde pasar la noche, pasaron por delante de un pequeño establecimiento y Elena pensó que quizás la noche no estaba del todo en su contra.

“Déjeme por aquí”, dijo rápidamente.

El conductor hizo lo propio y esperó el pago por el viaje. Elena buscó dentro de su pequeña cartera y agradeció que tuviera la costumbre por la universidad de siempre llevar efectivo.

Pago la tarifa del viaje y salió. Se encaminó al pequeño y viejo local pero que en ese momento le pareció su salvación, al menos para esa noche.

La luz del interior estaba encendida y afuera había un cartel que decía motel. Lo bueno de esos lugares era que al menos no solían pedir tantos datos y sería más difícil ser rastreada. Abrió la puerta de cristal y entró a la pequeña pero limpia estancia.

“Buenas noches”, saludó a una mujer mayor que estaba detrás del mostrados.

Ella alzó la cabeza, aunque no hizo ninguna expresión en su rostro.

“Buenas noches ¿En qué puedo ayudarle?”, la había recorrido de arriba abajo dado que el vestido era sumamente elegante.

Al menos Elena había sido precavida y había guardado las joyas que tenía puestas dentro de su cartera después de entrar en el taxi.

Caminó hacia el mostrador mirando con disimulo las paredes adornadas con diversos cuadros. Los colores marfiles de las paredes en contraste le daban una sensación acogedora al lugar a pesar de que no parecía ser de lujo.

“¿Tiene una habitación disponible para una o dos noches?”, Elena tenía que pensar en muchas cosas y hacerlo sola era lo mejor.

La mujer asintió y abrió el libro delante de ella. No había ni un computador. Otros pensarían que atraso, por parte de Elena fue casi una bendición.

“La habitación 7 está disponible. Son 50 dólares la hora con desayuno incluido”, le informan.

Elena no vaciló en el precio. No sabía si era caso o barato dado que en su medio se solía pagar millonadas por una suite. Así que sin pensarlo mucho abrió su cartera con cuidado y sacó el dinero.

La habitación era pequeña. Una cama personal, una cómoda, una mesa con un televisor de al menos 10 años atrás, una ventana y una puerta que daba al baño.

Sin embargo, Elena se sintió protegida en aquel lugar y se dejó caer en la cama agotada. Sus pies estaban destruidos por caminar sobre la calle y sus zapatos no eran una opción. Cerró sus ojos por un momento y tomó una profunda respiración.

Estaba cansada, cansada de todo y lo que más le preocupaba era que solo quedaba una idea en su mente, pero para llevarla a cabo tendría que volver a la mansión de su esposo.

Ya había amanecido cuando Dorian daba vueltas de un lado a otro en la oficina. En toda la noche no habían recibido noticias de Elena ni tampoco ubicado.

Ya no solo le preocupaba donde estaba, sino que estuviese bien. Esperaba que no le hubiese ocurrido nada. Llamó por no sabía qué vez para encontrar que la línea de su esposo aún estaba muerta. No había encendido el celular y él se estaba jalando el cabello.

Escuchó la puerta abrirse y ver a León entrar.

“¿Alguna noticia? Elena demonios, ¿Dónde estás?”, lo vio negar y chasqueó la lengua, parecía un tigre enjaulada sumamente molesto.

León tragó en seco. Pocas veces lo había visto en ese estado.

“Ceo… solo quiero verificar una cosa, en caso que su esposa regrese… ¿La golpeará o encerrará?”, dijo algo nervioso

Aquellas palabras hicieron que Dorian se detuviese en seco y se girara. Sus ojos plateados parecían que se derretirían.

“Nunca tocaría un cabello de Elena, ni para golpearla ni encerrarla como dices. Es mi esposa, y yo no soy un animal. Y tú sabes mejor que nadie que no lo haría. Así que no vuelvas a decir algo como eso”, espeta Dorian.

“Mis disculpas”, León bajó la cabeza y asintió.

Esperó unos largos segundos.

“Y Ceo, vengo por otra cosa. Se exige su presencia en la empresa principal. No se demorará mucho, pero es muy importante”.

El rostro de Dorian se contorsionó.

“¿Acaso crees que tengo cabeza para algo como eso? Mi esposa huyó anoche de mí y no tengo idea de donde está y me estás diciendo que preste atención al trabajo”, se encontró gritando.

“Entiendo su posición, pero recuerde la razón por la que se convirtió en el Ceo absoluto de todo”, León lo pensó antes de hablar, pero debía hacerlo.

Y ante eso el semblante de Dorian se relajó. Si, sabía muy bien la razón por la que había sacrificado más de lo que quería y se había puesto aquel pesado grillete de llevar el negocio familiar. Y todo había sido por…

Cuando Elena abrió sus ojos encontró que su mente estaba mucho más despejada de lo que imaginó. No se sentía atareada como el día anterior y una sonrisa apareció en sus labios. Quizás era porque antes de dormirse por completo había tomado una decisión. Una de la que sabía no se arrepentiría.

Así que después de estirarse y desperezarse decidió volver a la mansión de su esposo. Había tenido su celular apagado todo el tiempo. No era idiota para no saber que por él podría encontrarla, al igual que si usaba su tarjeta.

Ahora, antes de volver tendría que cambiarse de ropa. Pues su vestido rojo además de llamativo, estaba hecho un desastre, al igual que sus pies que se encontraban magullados.

Le preguntó a la dependienta de alguna tienda cerca y aprovechó parte de lo que le quedaba de efectivo y compró unos jean, una camiseta blanca, unas sandalias cómodas y un kit básico de primeros auxilios para curarse los pies.

Una vez de vuelta a la habitación se bañó y cambió. Tratarse los pies fue un poco doloroso, pero cuando se miró en el espejo después de terminar, con un chongo en la cabeza y su rostro serio, decidió que ya era momento de volver.

Debía terminar aquello de una vez. A Dorian de seguro no le dolería, tenía con quien entretenerse. Y ella podría olvidar sus besos y caricias ya que ni siquiera se había podido acostumbrar a ellas.

Pidió un taxi que se encaminó a la dirección que ella le dijo. Se dejó caer en el asiento y respiró profundo. Sentía sus manos temblando en su regazo y empapadas de sudor, pero no podría dar vuelta atrás. Aun así y a pesar de que por fin podría ser libre había una presión en su pecho que la estaba asfixiando.

El trayecto fue sumamente rápido y fue dejada delante de la reja que daba a los jardines de la mansión.

Para su sorpresa estaba abierta y a varios metros, justo delante de la puerta que daba a la mansión se encontraban dos autos. No los reconoció. Ninguno pertenecía a su esposo o a la empresa.

Después de pagar y bajarse se acercó. El personal de la entrada no la detuvo, más bien parecían aliviados con la llegada de ella, más Elena no se percató de ello. Sus ojos se habían centrado en el hombre que estaba justo del otro lado del auto y que acababa de salir del interior de la mansión.

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