Capítulo 25:

Puede que no lo parezca, pero mi esposo y yo tenemos una buena relación. Los ojos de Klaus recorrieron todas las marcas.

“Elena eres ciega. Está jugando contigo. Te desechará rápidamente”, el color de sus orbes se oscureció.

“Llevamos casados tres años. Sé el tipo de hombre que tengo al lado”, ella se repetía para sí misma también para no perder la dignidad. Ella había decidido su destino y desaparecería de la vida de ellos. Lo mejor era cortar de raíz.

“¿Acaso eres ilusa, mujer?”, Klaus se levantó mostrándose bastante molesto por la reacción de ella.

“Estás en mi casa. No hagas nada que no debes hacer”, ella fingió calma total, mientras su corazón palpitaba fuerte en su pecho.

“Creo que es momento que se vaya” tragó en seco.

Si Klaus se descontrolaba no sabía cómo lidiar con él. El hombre se dio la vuelta y comenzó a caminar por toda la sala como si fuera un tigre enjaulado. Se sacudía el cabello y la estaba poniendo más nerviosa. Quería que se fuera o que Dorian estuviese en la casa, nunca pensó que realmente querría aquello.

Al final él se detuvo.

“Supuestamente debías ser mía. Era el acuerdo inicial. Mi hermano se casaría con otra mujer y tú serías mía. Porque no puedo reclamar lo que realmente me debía pertenecer por derecho”, volvió hacia donde estaba ella posicionándose delante de ella de forma dominante.

Elena esta vez fue la que se levantó ya molesta.

“No soy un objeto para pertenecer a alguien. Que puedan pasarse de uno a otro. ¿Acaso se está escuchando?”, intentó no alzar tanto la voz.

Klaus apretó los labios.

“No eres un objeto. Nunca te vi como eso, pero se suponía que serías mi esposa. Y aunque tenga que usar todos los métodos posibles el resultado será ese”, los ojos de Klaus brillaron peligrosamente antes de agarrar la nuca de ella y jalarla hacia él.

Los labios de Klaus se posaron ferozmente sobre los de ella reclamándolos como suyos.  El sonido de la piel siendo golpeada resonó en la habitación. Elena retrocedió inestable y jadeante.

Se limpiaba los labios con una mano mientras la otra palpitaba y se estaba volviendo roja, al igual que la mejilla del hombre frente a ella. Acaba de cachetear a Klaus y no se había medido al hacerlo. Su culpa, la había besado en contra de su voluntad.

“¿Qué crees que haces? Solo te estaba besando, no tenías que golpearme”, el hombre gruñó sobándose la zona que palpitaba.

“No debiste hacerlo. Estoy casada y no con cualquier hombre, con tu hermano”, ella siguió retrocediendo con el corazón palpitando en su pecho.

“No es como si estuvieses engañándolo como él lo hace contigo. Fue un beso para demostrarte que no tienes que aferrarte a él. Yo puedo enseñarte como un hombre puede amar de verdad. Yo realmente te puedo dar lo que él nunca podría”, Klaus cerró los ojos y soltó un suspiro.

A pesar de todas esas palabras Elena solo había oído la primera oración y palideció. Klaus se dio cuenta de esto.

“¿Qué? Acaso no te lo imaginaste. Te dejaba todos los días aquí. Claro que tenía sus aventuras por ahí. Mi hermano siempre fue un buen partido y solo le quitaron algunas plumas de sus alas al casarlo contigo. No dejaría su promiscua vida solo por una imposición”, espetó Klaus.

Elena tragó en seco. Siempre había tenía una mínima sospecha que su esposo ahogaba su deseo se%ual en otro lado ya que con ella eran contadas las veces.

Pero acaso era aquello verdad. No tenía que pensarlo mucho para no creerlo. A ella misma la había arrinconado y casi tenido se%o cuando apenas se conocían. Y tres años después… ellos eran prácticamente desconocidos.

“Vete por favor”, agradeció que su voz no saliera temblorosa. Necesitaba estar sola, se sentía asfixiada.

“Elena abre los ojos. Mi hermano no te am…”.

“Vete”, esta vez gritó y su voz llamó la atención del mayordomo y una empleada que al parecer estaban cerca.

“¿Qué ocurre?”, el hombre más adulto mirando la escena.

“Rafael, acompáñalo a la salida”, Elena jadeaba ligeramente y desviaba la mirada de los presentes.

“Elena”, Klaus insistió, pero ella ya se había dado vuelta para irse. Él intentó seguirla, pero su brazo fue agarrado.

“Lo siento, pero no puede seguir molestando a la esposa del dueño de esta casa. Por favor, retírese”, le ordena Rafael.

Klaus chasqueó la lengua, pero al final no le quedó más remedio que dar media vuelta e irse, pero muy dentro de él tenía la convicción de que no se rendiría.

Después de todo él hacía gala de su apellido Pickman, y la mujer en la que ponían sus ojos estaban destinadas a ser totalmente de ellos… en todos los sentidos. Solo era cuestión de tiempo.

A pesar de haberse bañado, después de estar casi una hora encerrada debajo de una ducha caliente, y que estuvo al punto de llorar, Elena no se sentía para nada relajada. No había derramado una lágrima.

No tenía ya razón para eso. Su esposo se había lucido con broche de oro los tres años que habían estado juntos, y ella no podía reclamar.

A Dorian lo habían casado con ella a la fuerza.

No le extrañaría que se comportara de esa forma. Pero eso cambiaría dentro de poco cuando él se recuperara de una maldita vez y ella le diera la libertad… a ambos.

Suspiró agotada delante de su computador. Sus dos pies sobre la silla, sus piernas contra su pecho envueltas con su brazo, su cabeza sobre sus rodillas, mientras su otra mano movía el mouse navegando por las diferentes páginas. Esta aun palpitaba después de haberlo golpeado en el rostro.

La conversación con Klaus había tenido bastantes puntos importantes, además de las supuestas infidelidades de Dorian. Había mencionado la forma de actuar y tradición de la familia Pickman.

De eso no había escuchado nunca nada y ya que ella formaba parte de ellos, al menos debería saber a qué se refería.

Pero después de varios minutos no había encontrado absolutamente nada. Solamente había encontrado algunos artículos mencionando la desaparición pública de la madre de Dorian y que era una lástima, pero nada más. Todo parecía muy bien escondido por mucho que buscó.

“¿Qué intenta descubrir este ratoncito sobre mi familia?”, un chillido se escuchó en toda la habitación y Dorian tuvo que aguantar la silla para que Elena no cayera en el suelo del susto.

Ella había estado tan concentrada en sus pensamientos que no lo había oído entrar a su habitación, y al no estar acostumbrada buen susto se había llevado. El corazón se le quería salir por la boca.

“Do… rian”, ella jadeó.

El hombre sonrió levemente ante su reacción y se inclinó dándole un beso rápido en los labios que ella no tenía cabeza para responder.

“¿Y bien? ¿Puedes responderme? ¿Qué buscas?”, él se enderezó aflojando su corbata.

Elena rápidamente comenzó a cerrar las páginas del navegador.

“Solo algunas cosas sin importante ¿Cómo te fue en el trabajo dado tu estado?”,  intentó cambiar de tema.

Dorian la miró fijamente por unos segundos como si no se tragara que ella había dicho, pero pareció no prestarle mucha atención.

“Mejor de lo que imaginé. Memoricé la mayoría de la información entre ayer y hoy por lo que me adapté rápido al trabajo de la empresa, y lo que no, León me ayudó”, él se giró y comenzó a quitarse la ropa para sentarse en la cama de ella ya con la camisa desabrochada y dirigiéndose a sus zapatos.

“Eso es bueno”, sin embargo, no había emoción en las palabra de ella.

La idea de que el hombre sentado en la cama donde había tenido se%o, había tenido se%o también con otras personas aún estaba en su cabeza. Y aunque sabía que no debía ser exigente ni tenía derecho a exigir, aun así… dolía.

“¿Elena… ocurrió algo?”, pregunta Dorian.

Sí, sí había ocurrido muchas cosas, pero ella no sabía si podía confiar en ese hombre que cambiaría radicalmente cuando el plazo se acabara.

Al parecer su esposa no tenía intenciones de decir nada y al no recibir respuestas Dorian frunció el ceño. Se acercó a ella y la miró desde arriba.

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