Capítulo 21:

“Ve directo a la casa”, declaró él sacando su celular y comenzado a revisarlo.

Elena se sintió temblar en el lugar y también se acomodó en su parte, aunque sus hombros estaban tensos.

Lo normal entre ellos sería que él la ignorara cuando se hubiera subido al auto o algunas simples palabras, pero como había ocurrido desde que había despertado, Dorian se estaba comportando completamente diferente. El viaje se hizo en silencio y al llegar a la entrada de la mansión Rafael ya los estaba esperando.

“Bienvenido Señor Pickman, me alegra saber que ya se encuentra mejor”, este lo saludó.

Sin embargo, Dorian lo fulminó con la mirada y alzando un brazo rodeó los hombros de Elena atrayéndola contra él.

“¿Y por qué no la saludas también a ella? Acaba de llegar”, dice Dorian.

“Disculpe mi insolencia, a la Señorita la saludé esta mañana antes de que saliera”, el mayordomo apretó las manos detrás de su espalda.

Dorian alzó una ceja.

“Al igual que yo es la dueña de la casa y acaba de llegar. Es de cortesía también recibirla”.

“Dorian, basta. No lo regañes más. Ya me saludó una vez, no…”, Elena interrumpió.

El hombre bajó la cabeza mostrándose molesto y eso la hizo callar.

“¿Acaso no me escuchaste?”, pregunta.

Elena asintió levemente. Sí, lo había escuchado perfectamente, sobre todo porque él nunca había dicho eso de ella. Al final él suspiró.

“Sube el desayuno a nuestra habitación”, él tampoco entendía por qué estaba tan irritado con el mayordomo. Con solo su presencia sentía que estaba tragado buches ácidos.

Y tampoco quería que estuviese cerca de Elena. Por lo que su mano se desplazó hacia la cintura de ella para mantenerla pegada a él y entraron dejando asombrados no solo al mayordomo, sino a todos los empleados que estaban en la mansión al ellos pasar.

Y Elena entendía la reacción de ellos. Después de todo el dueño de la casa no solía comportarse así.

Entonces recordó lo que él había dicho, ‘Nuestra habitación’. Eso… sería un problema. Porque no existía ‘nuestra habitación’. Y por supuesto Dorian no lo tomó muy bien cuando se detuvieron delante de la puerta de él y ella se deshizo de su agarre.

“¿A dónde vas?”, le pregunta.

“Esta es tu habitación. La mía es la de al lado”, responde.

Él inclinó la cabeza.

Acostumbrarse a la idea de que la mente de su esposo estaba casi en blanco era algo complicado. Sobre todo, porque debía recordar todas esas cosas de su matrimonio que ella se había decidido olvidar cuando había tomado la decisión del divorcio.

Y bueno, para que mentiría, León le había pedido que ayudara en la rutina que ellos tenían normalmente, entre eso estaba que dormían en habitaciones separadas.

“Lo que oíste, cada uno tiene su propio cuarto”, le repite Elena.

Dorian alzó su ceja.

“¿Y dónde se supone que tenemos se%o todos los días? En tu cuarto o en el mío”, recostó la espalda contra la puerta y cruzó los brazos sobre su pecho.

Las mejillas de Elena se sonrojaron.

“Nosotros… nosotros no solemos tener se%o, Siempre tienes mucho trabajo… o estás de viaje. Llegas muy cansado y te acuestas a dormir”, su voz temblaba un poco incómoda.

Su explicación no parecía convencerlo. Ella se preguntaba si al menos León le había dado un mínimo básico de explicación de su vida marital, pero al parecer el hombre se había saltado todo lo importante dejándoselo todo a ella. Ahora le dolía la cabeza.

“En ese caso… es mejor que te mudes a mi habitación. Es más grande que la tuya, o puedes simplemente dejar las cosas en tu cuarto y venir a dormir al mío”, Dorian pareció pensativo.

Elena tragó en seco.

“Estoy bien durmiendo en mi habitación”, responde Elena.

“Entonces tengo que dormir yo en la tuya”, él concluyó.

“Espera, espera. Cada uno puede dormir en su cuarto. A ti no te gusta compartir tu cama y además fuiste el que lo decidió el día que nos casamos. Además, no es que tengas mucho tiempo libre para…”.

“No te preocupes, para el se%o siempre hay tiempo. Así ya sea en tu cuarto o en el mío podemos hacerlo, Y si hay que cambiar cosas de antes, pues podemos hacerlo”, Dorian la interrumpió con despreocupación.

Elena se quedó con la boca abierta.

“¿Me estás tomando el pelo?”, pregunta Elena.

“No soy muy partidario del se%o violento, pero si deseas intentarlo estoy dispuesto”, dice.

Este Dorian era mucho más complicado de tratar que el anterior. La indiferencia dolía, pero era fácil de asimilarla, pero con esta nueva faceta bastante más atrevida, que le daba la vuelta a todo lo que ella debía… hacía que su cabeza hiciera corto circuito.

Aunque… era mucho más parecido al Dorian atrevido de la fiesta que la había pegado a la pared y le había devorado la boca. Quizás a él era al que se le había hecho corto circuito la cabeza.

“Yo… necesito un momento”, y Elena tuvo que hacer algo que la situación lo ameritaba.

Salir corriendo y encerrarse en su cuarto. Completamente sola. Se llevó las manos a la cabeza y se apretó las sienes que palpitaban. Se desplazó por la puerta hasta que estuvo sentada y soltó un suspiro.

¿En qué se estaba metiendo? Mataría a León. No supo cuánto tiempo estuvo allí sentada pero la puerta fue tocada.

“Elena ábreme”, Dorian estaba del otro lado.

Su trasero estaba entumecido así que había sido bastante tiempo por lo que se demoró en levantarse.

No quería realmente verlo ahora dada la forma en que los hechos se estaban desarrollando, pero el hombre volvió a tocar de forma insistente. La estaba enojando. Abrió la puerta con el rostro serio.

“¿Qué quieres?”, le dijo al hombre frente a ella que tenía puesto solo su pantalón. El resto de las prendas incluyendo los zapatos y medias habían sido dejadas de lado.

Dorian inclinó la cabeza ante la forma en que le respondió.

“Que me ayudes a bañarme”, dice y antes que ella pudiera negarse, él ya se había doblado y la cargaba sobre el hombro.

Un chillido resonó en la casa atrayendo a Rafael que subió las escaleras corriendo viendo a su jefe entrar en la habitación con su esposa que pataleaba sobre su hombro.

“¿Qué ocurrió?”, una de las empleadas llegó asustada al lado de él. Normalmente la casa era muy tranquila.

“Al parecer el Señor de esta casa está más interesado en su esposa que de costumbre”, dice Rafael.

La mujer abrió los ojos.

“¿En serio? Eso sería… impresionante de ver. Ellos casi nunca están juntos”, recuerda la empleada.

Rafael no le respondió. Simplemente se dio media vuelta con el rostro tenso. Dentro de la habitación del jefe de todo aquello las protestas de Elena no disminuyeron.

“¡Dorian, bájame de una vez!”, le daba con los puños en su espalda.

Él se detuvo una vez que cerró la puerta y le puso el seguro para que nadie entrase y lo interrumpiese, o para que le diera tiempo a atrapar a Elena en caso que ella se diera a la fuga.

“Querida, acabo de salir del hospital. Si me sigues golpeando tendremos que volver”, le dice.

Al parecer eso la hizo reaccionar dado que detuvo sus manos en el aire.

“Entonces bájame”, estaba mortalmente avergonzada.

Aun así, Dorian no lo hizo y ella tragó en seco cuando se dio cuenta a donde la estaba llevando. Directo al baño. La dejó sobre la baldosa color crema cara de la enorme estancia y cerró la puerta. Adentro ya había una ligera bruma de la tina con agua caliente.

“Puedes bañarte tú”, ella intentó buscar una escapatoria.

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