Capítulo 20:

Dorian apretaba sus puños, pero se contuvo y se dejó caer de nuevo en la cama para comenzar a revisar su celular.

“Mañana quiero volver con ella a la casa”, ordena Dorian.

“Como usted desee, Ceo”, le responde.

León recogió las cosas de Elena y se las llevó a ella que esperaba en el lobby del hospital. Había ya mandado a buscar un auto para que la llevaran de regreso. La mujer parecía al borde del colapso.

Pedirle que aguantara un mes cuando ella solo parecía dejar pedazos por cada parte de aquella solitaria casa era hasta cierto punto cruel… pero era algo que se debía hacer.

Los resultados… podrían ser impresionantes.

Al volver a la casa Elena fue directo a su cuarto y se encerró a pesar de las protestas del mayordomo que comiese algo.

Comer es lo que menos necesitaba. Su cabeza estaba tan llena de cosas que tiró el bolso, dejó la ropa por doquier y se metió en la bañera que ya había sido preparada, de seguro a petición de León.

El agua caliente pronto tocó su cuerpo y ella se sumergió por completo. Así se sentía, en una burbuja. Dorian la volvería loca, porque, además, lo que más le molestaba es que se daba cuenta lo débil que era a él.

Había conocido a varios hombres con diferentes estatus, dadas las influencias de sus padres, pero su esposo fue el único que realmente había hecho que su corazón palpitara para después marchitarse.

Y ahora parecía que quería volverlo a reparar con banditas. Sacó la cabeza del agua y la recostó hacia atrás.

Soltó un sonoro suspiro. Llevó sus dedos a sus labios y los palpó. Aún estaban un poco hinchados por el beso. Dorian podía jactarse de decir que había el amor con un beso. Hacía que su cuerpo se calentara solo con eso. Como ahora.

De solo imaginarlo se estremeció y apretó los muslos debajo del agua. Recordar el peso del cuerpo de él sobre ella, el calor de su piel, la forma de sus músculos duros, el aliento caliente recorriéndola, y esa lengua de él que había barrido cada parte de su boca.

Era realmente una locura como con el recuerdo podía ponerla con los pelos de punto. Apretó sus manos para contener el impulso de llevarlas a otro lugar. No, no haría eso que su cuerpo quería.

Debía ser fuerte. Solo sería un mes. En el mejor de los casos menos. Dejaría los papeles y ella comenzaría de nuevo. Sola y sin un hombre al lado que destrozara su corazón de nuevo.

Casi cuando estaba a punto de irse a dormir recibió un mensaje de León en su celular. Le pedía que recogiera una muda de ropa para su esposo dado que él no podría salir del hospital debido a los trámites de alta. Elena no protestó. Después de un refrescante baño su cabeza estaba más despejada.

Su esposo volvería al día siguiente. Lo más seguro es que él volvería de nuevo a la rutina de trabajo y pasar poco tiempo en la casa, así que sus caminos se encuentren regularmente será extraño.

‘No debía preocuparte tanto ¿Verdad?’, piensa Elena.

Salió de la habitación con esa idea en la cabeza y se detuvo delante de la puerta del cuarto de Dorian. Vaciló si entrar o no, pero al final lo hizo.

El olor a sándalo estaba impregnado en cada parte de la estancia, así como el olor masculino de él. Y se sentía muy bien. Con razón había estado a gusto cuando se había quedado allí la única vez que había dormido en aquella cama.

Fue en dirección al vestidor que era realmente impresionante, con ropa de marcas y hasta ediciones limitadas.

En medio de todo aquello no supo bien que prendas escogerles, normalmente lo veía en traje o bata después del baño. Así que buscando seleccionó un pantalón y una camisa de seda, ambos negros. Al salir dejó la ropa sobre la cama y se sentó al lado.

Su mano se desplazó por encima de la tela suave y donde el olor era mucho más fuerte. Al casarse se había imaginado que dormiría en esa cama.

Más lejos de la realidad no pudo estar. Una sonrisa apareció en su rostro y varias imágenes pasaron por su mente. Recordando cosas que haría cuando estaría casada. Imaginaciones de una jovencita tres años atrás que no sabía que le esperaba.

Y no supo en qué momento cerró los ojos y se quedó dormida rodeada de aquel olor, que por mucho que le hubiera hecho daño… era un olor que realmente tranquilizaba y la hacía sentir segura.

Dorian se vestía de no muy buen humor. Su ceño estaba fruncido y había una mueca que desfiguraba sus hermosas fracciones.

“¿Y entonces? Mi esposa vino, pero se quedó en el auto. No subió a ayudar a su esposo que acaban de darle el alta después de un accidente de tránsito”, se queja Dorian.

Una gota de sudor corrió por la sien de León. Dorian tenía muchas facetas de personalidad y actuaba como quería en su vida, y una de ellas que poco conocían era que era sumamente caprichoso.

Y si no obtenía lo que quería siempre le tocaba a él escucharlo protestar por bastantes horas. Como era el caso ahora.

“Recuerde por favor lo que hablamos ayer. Y Elena es su esposa, pero es una persona. Si la asusta puede salir huyendo”, comenta León.

Dorian, que se vestía dándole la espalda lo miró por encima del hombro.

“Si ella huye de mí, solo debo ir detrás de ella y encontrarla”, espeta Dorian.

La forma en que lo dijo hizo tragar en seco al secretario. Dorian podría parecer un hombre fácil de tratar, pero la realidad es que era alguien totalmente impredecible, y hasta cierto punto peligroso.

“Bueno, ya nos vamos. Tengo cosas importantes que hacer en la casa”, él se giró ahora cambiado, con el pantalón que se ajustaba a sus piernas duras, y la camisa negra donde los cordeles del escote dejaban entrever hasta la mitad del pecho.

Simplemente se pasó la mano por el cabello para acomodarlo a un lado de forma despreocupada.

“Ceo, recuerde que no puede tener se%o al menos estos tres primeros días para que la herida de su cabeza no se abra”, le recuerda.

Dorian chasqueó la lengua.

“Eso puede ser un problema”, le responde.

León sonrió incómodo.

Dorian no tenía idea de lo que causaba su imagen así. De seguro les costaría bastante salir del hospital, con todas las enfermeras locas por él.

Y no se equivocó. Firmando el alta en la recepción la mujer que los atendía estaba más enfocada en mirar y comerse al hombre que en su trabajo. León tuvo que hacer su mejor esfuerza para terminar todo rápido e ir al auto junto con él.

Elena tenía los ojos cerrados y los audífonos puestos cuando el auto se movió al lado y uno de los audífonos inalámbricos le fue quitado de su oído.

Ella abrió los ojos rápido encontrando a Dorian ya a su lado con una expresión relajada. Una que a ella la incomodó un poco ya que no estaba acostumbrada a verla en su rostro.

“Buenos días, preciosa”, Dorian se puso el audífono y escuchó lo que ella estaba reproduciendo.

“Buena música”, sus ojos plateados la estaban recorriendo de arriba abajo.

“Buenos días”, ella respondió en un murmullo y apagó la música.

Dorian se retiró el audífono y se lo entregó, pero al ella agarrarlo él enrollo sus dedos alrededor de la fina muñeca.

“Te estaba esperando allá arriba y no subiste”.

“No creí que necesitaras ayuda”.

Dorian entrecerró los ojos. La mujer parecía renuente a caer ante él.

“Eres mi esposa y no me muestras ni una pizca de afecto”, reclama Dorian.

Elena frunció ligeramente la boca.

“En los años que hemos estado casados han pasado varias cosas como para que no esté feliz”, la respuesta de ella fue contundente.

“Ya nos vamos ¿Desean pasar por algún lugar antes de volver?”, León rápidamente interrumpió dado que la atmósfera se estaba tornando bastante densa.

Ni Dorian ni ella estaban respondiendo. Sus miradas se estaban encontrando. Al final él cedió y le soltó la muñeca acomodándose en el auto.

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