Capítulo 17:

No mentía si dijera que su corazón palpitó al verlo llegar y quedarse a su lado, sin cuestionarle, pero ahora, solo quería llegar a la casa, bañarse y esconderse debajo de las colchas calientes y olvidarse, aunque sea algunas horas del mundo.

Dorian volvió por un camino que ella no conocía, pero donde las calles estaban adornadas de luces, en espectáculo debido a los recientes festivales a los que ella no había asistido. Era hermosos realmente y una leve sonrisa apareció en el rostro de ella que se esfumó rápidamente al entrar en los terrenos de la casa de su esposo.

Los empleados se quedaron fijos en el rosto de ellos al saludarlos una vez entraron, pero con la misma salieron de la sala como si hubieran sido ahuyentados. Rafael se acercó a ellos.

“Tráeme el botiquín y prepara comida caliente y fácil de digerir, que nadie nos moleste el resto de la noche”, Dorian pasó un brazo por encima de los hombros de Elena y la dirigió no a la habitación de ella, sino a su propia habitación.

Elena se quedó quieta en la puerta cuando él le abrió la puerta.

“Pasa”, ordena él.

Entrar a esa habitación no era algo que estuviese en su rutina, pero ahora… realmente estaba impresionada.

Así que lo hizo y se limitó a sentarse en uno de los muebles del juego de sofá. La habitación era más grande que la de ella, y del mismo estilo de la casa, solo que los colores predominantes era el negro y el caoba.

Y aunque pareciera sombría se sentía acogedora. Incluso la cama era de dosel, Dorian salió de la habitación y cuando volvió lo hizo con el botiquín y un piyama de ella en los brazos que le ofreció.

“Ve a bañarte primero para curarte el rostro”, a pesar de sus palabras su rostro seguía siendo igual de serio, pero Elena se sintió realmente cálida.

Una vez ella estuvo bañado y cambiada dejó que su esposo curara su rostro superficialmente. No se podía hacer mucho con un moretón, así que después de un poco de crema fría y un pequeño parche en su labio había terminado.

“¿Quieres comer algo?”, le preguntó él guardando las cosas en el botiquín de vuelta.

Elena negó, no estaba acostumbrada a esa amabilidad por parte de él. Parecía tan irreal que y se con solo pestañear se volvería el mismo hombre frio de siempre.

“Solo iré a dormir”, dijo sin alzar la cabeza.

Dorian se quedó quieto en el lugar para después acercarse a la cama y des tenderla.

“Acuéstate mientras me baño”, le ordena.

Esta vez Elena si estaba sorprendida.

“¿Dormir aquí?”, su voz apenas era un susurro.

“Eres mi esposa, ¿Por qué no dormirías aquí?”, cuestiona.

Bueno, por muchas razones, pero ella no entraría en detalles. Lo mejor que pudo hacer era seguirle la roma a su esposo.

No tenía energía para discutir precisamente con él, no en su estado. Se sentó en la cama y no se movió. Él se quedó con la manta en una mano, pero al notar que ella no se acostaría primeramente la dejó en su lugar y se dirigió al baño.

Elena esperó a que el sonido de la ducha comenzara antes de meterse en la cama y cubrirse de pies a cabeza. La cama debajo de ella era igual de cómoda que la de ella, aunque más grande y olía a sándalo como su esposo.

No supo si era porque estaba cansada o porque realmente quería desconectarse del mundo, pero para cuando Dorian salió ella ya se había quedado dormida.

Durante la noche ella se sintió realmente cálida. Como si algo contra su espalda la hicieras sentirse protegida de forma acogedora. Con algo alrededor de su cintura, que, aunque apenas la dejaba moverse la apretaba para estabilizarse.

Y Elena creyó que había sido la noche que mejor había dormido desde que había llegado a aquella casa.

Pero como si la magia fuera como en el cuento de Cenicienta. Al otro día despertó sola y sin la sorpresa que, aunque su esposo estaba sentado frente a ella en la mesa del comedor, había vuelto a ser el hombre duro y frío con el que ya estaba relacionado.

Quizás todo había sido un sueño. Solo el dolor de su mejilla le indicaba que no, no había estado soñando. Aquella era su dura realidad.

Elena miró el calendario para fijarse en las fechas. Su rostro, que hacía tanto tiempo que no sonreía se sentía rígido. Se sentía encerrada, acorralada. El tiempo ya había pasado tan rápido que tres años de su vida se habían ido volando sin más. Tres años que ella realmente no había sido feliz.

Su esposo era algo que muchas mujeres desearían. Guapo, fuerte, con poder y dinero, bueno en la cama y hasta cierto punto considerado. Pero si a eso le sumaba lo frío, indiferente y ausente durante todo ese tiempo, la magia se desvanecía bastante. Y había hecho mella en ella.

Al menos se había enfocado en su trabajo pudiendo recobrar parte del dinero que su padre le había quitado y si todo iba bien podría comenzar su negocio pronto, completamente independiente de todos.

“Señorita, tiene visita”, Rafael, el mayordomo se acercó a ella con una leve reverencia, el parecía bastante renuente a darle la información.

Elena no tenía idea de quien fuese. No solía recibir visitas. Fue consciente que tampoco tenía amistades. Bajó la escalera y en la sala de espera encontró a alguien que últimamente estaba apareciendo por la casa.

“¿A qué debo la visita, Señor Pickman?”, el hombre joven se dio media vuelta ante la llegada de ella y como todas las veces la recorrió con la mirada de arriba abajo.

“Después de todo este tiempo deberíamos tener más confianza cuñada”, Klaus se mostró relajado y bastante familiar por el contrario de Elena.

Ella estaba tensa, él estaba acostumbrándose a visitar la casa estuviese o no su esposo con cientos de excusas. Y ahora qué Dorian no estaba ella no deseaba atender su visita. Dorian se ponía de mal humor cada vez que este se iba después.

“¿A qué le debo su visita?”, volvió a repetir la pregunta.

La sonrisa en el rostro de Klaus se desvaneció para dejarse caer en el sofá de forma relajada.

“Mi hermano no está y aproveché para venir a saludarte, ¿Acaso no puedo?”, pregunta Klaus.

Elena se mantuvo en el mismo lugar.

“Puede, esta es la casa de su hermano”, lo oyó chasquear la lengua después de sus palabras.

“Elena, acaso no te das cuenta de la cara que tienes. Ya no brillas como la primera vez que nos conocimos. Este matrimonio te está marchitando. ¿Acaso estás con mi hermano solo por el dinero?”, dice Klaus.

“Él tomará en control de la compañía completamente dentro de poco y tendrá todo el poder de la familia, pero sabes lo que implica eso. A él solo le importa el dinero Las mujeres en nuestra familia no tienen no voz ni voto, solo son marionetas”, él suspiro.

Elena escuchaba sus palabras sin que su rosto cambiase. Vaya, no sabía que su esposo tendría el poder del negocio familiar, tampoco le importaba mucho, la cuenta bancaria que su esposo le había asignado estaba intacta y la tarjeta posiblemente en el mismo lugar donde había sido dejada.

“¿Qué me quiere decir con eso?”.

Klaus no estaba muy complacido con la forma de reaccionar de ella.

“Elena, deja a tu esposo y vete conmigo. Yo tengo mi propio dinero. No tienes que ser prisionera de esta familia. Yo te puedo hacer feliz, ven conmigo”, el hombre se había levantado y agarrado por los hombros a Elena.

Elena apretó sus labios sin sabes cómo actuar en ese momento, cuando una de las muñecas de Klaus fue rodeada por unos duros dedos.

“Mi esposa no tiene necesidad de irse a ningún lado”, una voz familiar resonó en la habitación. Dorian había vuelto y no estaba para nada feliz con lo que había encontrado.

Elena se sobresaltó ante la llegada repentina de su esposo y por el aura que lo rodeaba. Parecía que escupiría fuego en cualquier momento.

“Suéltala”, ordenó con los dientes apretados sin quitarle la mirada de encima a Klaus. Éste por su parte inclinó la cabeza y se sonrió.

“¿Y si no la suelto qué me vas a hacer? Acaso lo mismo que le haces a ella, que la dejas encerrada sola en esta casa hasta que se marchite, hermano egoísta”.

“Ese no es asunto tuyo Klaus, no tienes derecho a meterte en los asuntos que estén relacionado con mi esposa, y menos prometerle cosas cuando ella está conmigo”, los ojos claros de Dorian se volvieron oscuros de la rabia.

“¿Contigo? Este matrimonio parece una falsa. Capaz que no hayan tenido ni se%o”, dice Klaus.

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