Divorcio en peligro, el CEO perdió la memoria -
Capítulo 16
Capítulo 16:
El secretario asintió y la invitó a acompañarla al auto. Elena le agradeció y caminó rápido al interior del vehículo. Dentro sus piernas no se detenían y sus manos estaban sudadas. Iba directo a enfrentar a su padre.
Lo haría por primera vez. Vivir separada de él la había hecho sentirse más independiente. Algo bueno después de todo. Elena entró por la puerta familiar de la casa donde había vivido por muchos años. Su rostro no era bueno. Estaba realmente molesta.
“Buenos días Señorita”, el mayordomo salió corriendo a su encuentro asombrado por su presencia inesperada.
“¿Dónde está mi padre? Sé que está aquí”, ella exigió.
“Bueno, él… él se encuentra, pero está ocupado”, el mayordomo se rascó la mejilla.
“No me importa. Búscalo, tengo que hablar con él”, Elena sentía que sus manos temblaban. El hombre pareció estar en una disputa interna.
“No hace falta. Lo iré a buscar yo misma”, se dio media vuelta y a pesar de las protestas del mayordomo ella subió la escalera en dirección al cuarto de su padre y una vez delante abrió la puerta de golpe.
Las dos personas en la cama se sobresaltaron ante la presencia recién llegada y se cubrieron con la sábana. Cuando el hombre se dio cuenta de quién era su rostro se volvió rojo, pero no de vergüenza, sino de indignación.
“Elena, ¿Qué mi%rda estás haciendo aquí?”, cuestiona Ernest.
Encontrar a su padre no era algo con lo que ella se sintiese cómoda. Más bien, era bastante desagradable, al lado de él había una mujer que ella había visto varias veces pero que no le había mostrado nunca interés. No iba a ser ese el momento.
“Sabes muy bien a lo que vine”, era la primera vez que le alzaba la voz a su padre.
“Sal de aquí de una maldita vez”, el hombre le gruñó.
“Si, salgo de la habitación, pero no de la casa. Quiero mi dinero. Él que gané trabajando”, expresa ella.
“Sal”, el hombre bufó y su expresión se relajó.
Elena se dejó caer en el sofá del estudio de su padre moviendo la pierna que cruzaba a la otra. No tomó ni un sorbo de la bebida delante de ella. La forma en que Ernest había reaccionado no era precisamente una buena. Conocía esa sonrisa.
Largos minutos después él apareció en la sala con aspecto despreocupado, como si no le importase muestras que estaba teniendo se%o hasta hacía un momento. Y se acercó a su hija.
El sonido del rostro de Elena siendo golpeado resonó en toda la sala. El cuerpo de ella se precipitó hacia la otra parte del mueble y se quedó recostada jadeando. El cabello cubrió su rostro con expresión dolorida.
“Al parecer tu esposo no te ha enseñado modales. Vienes y me exiges un dinero del que claro que tengo derecho a usarlo. Te mantuve todos estos años. Es hora que comience a recuperar todo lo que invertí”, Enest la miró desde arriba con los ojos centelleantes
Elena se retorció frotándose la mejilla que ardía y se enderezó. Su labio se encontró roto y la piel se comenzaba a tornarse bien roja.
“¿Cobrar? Soy tu hija. Y además. Ese dinero tenía un objetivo, lo gané con todo lo que trabajé”, le reclama Elena.
“¿Acaso crees que me importa? En esta vida todo es una inversión. Te enseñé y te di lo mejor para cuando te casaras poder ganar lo mejor. Al menos logré casarte bien. He sacado bastante provecho del matrimonio”, Ernest le reprochó.
Los ojos de Elena estaban enrojecidos no solo del dolor. Su padre siempre había sido seco con ella.
Pasaba más tiempo en su empresa que pendiente a su persona. Después de casarse no la había ido a ver ni una sola vez. Esta era la primera vez que se veían en muchos meses y él solo le robaba, la golpeaba y humillaba.
“Acaso alguna vez me viste como tu hija”, ella se levantó.
Las lágrimas comenzaron a correr por su rostro. Ernest se dejó caer en el sofá de al frente como si el mundo no lo perturbase.
“Quizás en algún momento. Ya te lo dije. El dinero es lo más importante, los hijos son la mejor inversión si se saben usar”, confiesa Ernest.
Eso ya era el punto que Elena necesitaba saber. Por lo visto allí tampoco ella era querida… en la casa que ella vivía actualmente… tampoco.
Simplemente se dio la vuelta y salió de la casa con paso apurado sin escuchar lo que su padre le gritó.
Afuera el auto de su esposo la esperaba. León fue a comentar algo cuando la vio con su rostro hecho un desastre y llorando, además, pero Elena abrió rápido la puerta del auto y entró.
“Sácame de aquí, y llévame a cualquier lugar que no sea la casa de tu jefe”, ordena ella.
León no sabía si era lo más adecuado, pero viendo el estado de la mujer, lo mejor era llamar al esposo del ella y que lidiara él con la situación.
“¿Dónde es que están?”, la voz de Dorian sonaba por el teléfono.
“En la orilla de la playa, a cinco minutos del puente”, León le respondió recostado al auto con la mirada fija en la mujer que, alejada de él estaba sentada en la arena, con las pierdas recogidas contra su pecho.
“Estaré allí en diez minutos”, fue la respuesta de él antes de colgar.
León guardó el celular para esperar a su jefe. En ese momento era mejor que él se encargara de su esposa a pesar de que él tenía sus propios problemas.
Y efectivamente, no mucho después, un Mercedes negro se detuvo detrás del auto de él y de él salió Dorian. Se acercó a León cubierto con un grueso sobretodo dado la temperatura estaba bajando para esa hora donde el atardecer se manifestaba en el horizonte.
“¿Qué fue lo que ocurrió?”, preguntó Dorian.
“No sé decirle bien porque no entré, pero la Señorita Elena entró en su casa para hablar con su padre y parecía realmente molesta. Al salir su rostro estaba rojo y ella estaba llorando”, le responde.
El ceño de Dorian se frunció.
“¿Él se atrevió a golpear a mi esposa?”, vuelve a preguntar.
León solo asistió para ver al hombre caminar en dirección a la mujer. Elena estaba tan inmersa en sus pensamientos que no se dio cuenta cuando él se detuvo detrás de ella por lo que se sobresaltó cuando el abrigo de él fue puesto sobre sus hombros para abrigarla. Miró hacia un lado donde él se dejó caer.
“Volvamos a la casa, está haciendo frio”, le dijo él con el rostro hacia el frente. La brisa marina despeinaba su cabello y los rayos del sol salpicaban sus rasgos apuestos, Elena negó.
Volver a esa casa. Donde últimamente solo vivía en soledad y un esposo fío que venía de vez en cuando. Como si aquello se le pudiese llamar matrimonio. Y en su estado actual, donde hasta parte de su sueño había sigo aplastado, no era precisamente su casa a donde deseaba volver.
Sí, podría empezar de nuevo a reunir dinero, pero no era una suma pequeña de la que estaba hablando dado que hacía tiempo la estaba reuniendo. Y utilizar el dinero de su esposo no era una opción. No quería deberle algo.
Dorian no dijo nada, simplemente se quedó al lado de ella hasta que el cuerpo de Elena comenzó a temblar y sus dedos se volvieron azules del frío. Ya todo estaba oscuro a su alrededor solo iluminados por las luces artificiales de los faroles cerca.
Esta vez él no le preguntó, se levantó, inclinó y la cargó en brazos para volver al auto. Ella no protestó y se dejó cargar. Sus ojos ya no soltaban lágrimas, pero estaban hinchados y su mejilla palpitaba. León aún no se había ido y salió del auto al verlos volver.
“Vuelve a casa, yo la llevo a ella”, Dorian le dijo al pasar por su lado en dirección a su propio auto.
Dejó a Elena en el asiento del copiloto y le ajustó el cinturón. Se subió del otro lado y comenzó a manejar. La mujer tenía el rostro girado hacia afuera, aun así, la zona golpeada ahora estaba a la vista de Dorian y no había sido un golpe pequeño.
Pasaría por varios colores antes de desaparecer por completo. Las manos de él se apretaron alrededor tanto alrededor del timón que sus nudillos se volvieron blancos.
“No vuelvas a dejar que nadie te ponga un dedo encima”, soltó con los dientes apretados.
Elena tampoco le respondió, Su expresión era sombría.
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