Destino incierto
Capítulo 82

Capítulo 82:

“¡Hoy estás hermosa, cariño, hasta volvió el color a tus mejillas!”

“Gracias a tu amor y a tus cuidados, madre, regresaste a mi vida, cuando más te necesitaba! De no estar tú conmigo, me hubiera hundido irremediablemente en la desesperación..”.

Alba la miró en silencio por unos minutos, se sentía impotente; daría su vida por estar en la piel de su hija para evitarle tanto sufrimiento.

Pero la realidad la supera.

Pensaba mucho para animarse a decirle algo que la inquietaba, porque sabía qué haría sangrar la herida de su alma.

“Cariño, perdona que te hable de esto, que voy a decirte, sé perfectamente que no quieres abordar el tema; y te entiendo. Pero es que ya no sé qué decirle a Alejandro cada vez que llama queriendo hablar contigo, ese teléfono, suena y suena todo el día y me parte el corazón decirle una y otra vez que no quieres hablar con él”, comentó Alba.

“Suena y suena todo el día y me parte el corazón decirle una y otra vez que no quieres hablar con él”, comentó Alba.

“Hija, te lo he repetido un sinfín de veces: ese hombre te ama, muere de agonía por ti; su voz se quebranta cada vez que me pide que abogue por él ante ti… que quiere verte y hablar contigo para pedirte perdón”

“¡Ay, mami, no me pidas eso! ¡No sé cuándo tendré el valor de verlo y gritarle en el rostro todo mi dolor y mi rabia!”, dijo Fabiana con resentimiento.

“¡Él es el único culpable de toda mi desgracia!… ¡Ha atormentado mi vida, día tras día, desde que lo conocí… Él mató a mi hijo, por sus malas alianzas, por sus negocios sucios, por el mundo oscuro en el que se desenvuelve… ¡Lo odio! ¡Lo odio!”, dijo, estallando en llanto.

Alba, sintiendo en carne propia todo el dolor que agobiaba a su hija, la abrazó con ternura, tratando de consolarla, buscando con desespero las palabras adecuadas que pudieran servir de bálsamo, para aliviar en algo el corazón atormentado de Fabiana.

Dos meses más tarde:

Uno de los hombres de Odín, entró a la hacienda con cierta prisa, porque traía noticias del pollo Rodríguez y de campanita.

“Señor Alejandro, cumplí con la tarea que usted me encomendó, estuve en permanente contacto con el chico lustrabotas del Parque Libertador, Y tal como usted presumió, el pollo, se reunió con él”.

“El mensaje es que ellos estuvieron en el ataque del club, cumpliendo una de las muchas misiones a ciegas, que siempre les ordenan ejecutar. Así mismo, se alegran de haber podido evitar la muerte del Señor Alejandro”, continuó.

“Ellos salieron con heridas que les comprometieron brazos y pecho, sin tocar órganos vitales. No se habían reportado porque estuvieron convalecientes. Huyeron a la primera oportunidad, para no levantar sospechas en la banda”, explicó.

“Mientras estuvieron en reposo, oyeron conversaciones que pusieron al descubierto el nombre del jefe de los chinos. Ellos lo escucharon llamar como El piro quien trabaja con otros cabecillas de menor rango. Y lo más importante: esperan órdenes suyas, para actuar”.

Cuando Alejandro oyó el nombre del jefe de los chinos, su corazón brincó al mismo tiempo que sus piernas, dando un fuerte manotazo sobre el escritorio.

“¡Desgraciado! ¡Debimos suponerlo! Nosotros ingenuamente pensamos siempre, desde la muerte de mi hermanita, que esta basura se había escapado para otro país”

“¡Y siempre estuvo aquí, Alejandro, pisándonos los talones y haciéndonos la vida Imposible!”

“Si, Martín, esa rata nos debe muchas, es un loco sociópata y psicópata, lleno de odio y de envidia contra papá y Odín por ser su amigo y socio más allegado. Este loco siempre los acusó de haberse quedado con parte de su dinero”, dijo.

“El error más grande de su vida fue asociarse con ese asesino en sus años de juventud. El piro, nunca le perdonó a papá, el romper su amistad y salirse de sus negocios”.

“Papá intuyó el peligro que significaba seguir con este sanguinario hombre”.

“Este hombre de mente criminal, como ninguna, le hizo el atentado donde, por equivocación, creyendo que era papá, el que iba en el auto; mató a nuestra hermana”, explicó con pesar.

“Por desgracia se salió con la suya, cumpliendo su cometido, el día de la fiesta. Nunca sospechamos que fuera el piro, en persona, el que nos estaba atacando. Astutamente, se camufló creando esa mafia de delincuentes a sueldo”

Decir que lo odiaban era poco.

Querían venganza.

“¡Lo único que queda ahora, es vengarnos de ese monstruo! ¡No recuperaremos las vidas de nuestros seres queridos, pero su muerte no quedará impune!”

“¡Manda decir a los muchachos que me ubiquen el escondite de esa rata! ¡Urgente! Y que se mantengan bajo perfil, para que no los descubran”.

Valeria, por su parte, en todo este tiempo, se fortaleció buscando refugio en la amistad y el cariño de Alba y su hija; eran dos mujeres que comprendían y compartían su dolor.

Siempre abogando con mucho tacto, por la reconciliación de su hijo con Fabiana, Ese se había convertido en su sueño dorado.

“Fabianita, hija, ya ha pasado mucho tiempo, Alejandro ha sido más que paciente contigo, él no quiere causarte más daño. ¡Él te ama! Recíbelo por favor, cariño… habla con él”.

“¡Has insistido tanto; querida Valeria! Yo sé que sufres por todo esto. Pero también conoces mi punto de vista. Dile que venga… solo que no sé cómo voy a reaccionar… tengo miedo..”.

“¡Todo va a salir bien, ya lo verás!”

La alegría de Valeria, no tenía límites. Enseguida se comunicó con Alejandro.

“¡Aló, Hijo!”

“Si, mamá, ¿Cómo has estado?”

“¡Bien cariño!, sabes que paso la mayor parte del tiempo en casa de Alba. ¡Mira mi amor, por fin Fabiana accedió a recibirte, ven pronto!”

Alejandro, quedó mudo de la sorpresa.

“¡Aló, Alejandro!, ¿Me oyes?… ¿Me oyes””

“¡Si, Mamá, claro que te oigo!”

“¡Espérame, voy enseguida!”

Fabiana estaba muy nerviosa.

La última vez que vio a Alejandro, fue aquel horrible día del atentado.

Su corazón se aceleraba sin control.

No entendía el cúmulo de emociones que le provocaba la presencia de Alejandro.

Al escucharlo por el intercomunicador, palideció, no sabía si esconderse o salir y enfrentarlo.

Después de una lucha interna, dijo a su madre que lo hiciera pasar a la sala de recibo.

Se encerró en su habitación, por unos minutos, para intentar calmarse.

Se miró un momento al espejo, como asegurándose que todo estuviera aceptable, y salió.

Los ojos de Alejandro, relampagueaban de emoción.

“¡Estás bellísima, Fabiana! ¡Eres la mujer más hermosa que haya visto jamás! ¡Gracias por recibirme, mi amor!”

Alejandro se acercó a ella.

Quería abrazarla…

Besarla…

Manifestarle todo ese volcán de sentimientos que ardían en su pecho; pero Fabiana, estirando su brazo, marcó distancia, antes de que algo sucediera.

Alejandro sintió un frío que le corría la espalda, sabía que el encuentro con Fabiana iba a ser difícil, pero no se sentía preparado para enfrentarse a la indiferencia de su esposa.

“Fabiana ha sido muy duro para mi, no tenerte a mi lado en estos momentos tan difíciles, no poder consolarte… pedirte perdón, porque reconozco que soy culpable de hacerte pasar por toda esta amargura”.

“¡No digas más, Alejandro! ¿De qué me valen tus disculpas? ¡Con ellas no voy a recuperar a mi hijo!”

“Acuérdate mi amor, que también era mío… el mismo dolor y soledad que tú sientes, la siento yo la misma impotencia, la misma rabia, y reforzando estos sentimientos, se suma; la perdida de mi padre, que me deja un inmenso vacío”.

“Hablas de la muerte de tu padre, pero te olvidas que yo también perdí al mío, y sumado a esto la culpa de no haber podido entenderlo, ni perdonarlo y que me perdonara en la forma debida”, dijo llena de dolor.

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