Destino incierto -
Capítulo 28
Capítulo 28:
“Ah, sí… ¡Qué tonto! ¡Eso es lo que tenía que haber hecho desde el principio! Vamos pues..”.
Dirigiéndose al despacho de Alejandro, donde tenían instalados los monitores de las cámaras, revisaron con cuidado y efectivamente pudieron apreciar por la cámara que estaba instalada en el pasillo del segundo piso, como Fabiana salía de su cuarto y se dirigía a la escalera.
Con la cámara que enfocaba a la escalera, la vieron bajar, pero luego la chica se esfumaba.
Martín comentó:
“Se ve que baja la escalera, pero de alguna manera logra burlar la cámara y no se ve qué dirección toma”
Y sonriendo comentó:
“Hey… es una chica inteligente”
Y soltando la risa de una vez…
“¡Eso lo lleva en los genes!”
“¡No seas estúpido, Martín! ¿Qué te causa tanta gracia?, ¿Qué esa tonta mujer me vea el rostro?”
“No, pero no puedes negar que esto parece de niños jugando a las escondidas”
“¡No jodas Martín, no la embarres más!”
“¡Calma hombres! Si salió por la puerta lateral, la que da a la biblioteca, pudo haberse dirigido a las caballerizas”, dijo Amalia.
“No, no pudo pasar por ahí, yo la hubiera visto u oído, yo vine para acá a llamar a Tiago. Además, no creo que quiera ir a las caballerizas, ese es el último lugar donde hubiera querido ir”.
“¿Por qué?, a ella le encanta contemplar los caballos y hasta dialogar con ellos, me ha comentado que pasa horas viendo las yeguas amamantar a sus crías, eso la enternece mucho”, dijo Amalia.
“Si, es cierto, Amalia me ha comentado. Además, ¿No pasa horas practicando tiro al blanco?, busquémosla allá”
“¡No, Martín, te digo que no! Alejandro agarrándose la cabeza a dos manos, comentó”.
“Lo que pasa fue que yo la amenace con que la iba a meter tres días en el calabozo..”.
“¡Ay, pero claro!, ¿Qué más quieres hombre?, dime, ¿Tú qué harías, si te amenazan con encerrarte en un lugar tan tenebroso como ese? ¡Eres un bruto, hermano, un verdadero bruto!”
“¡Hey, cuidado, no se te vaya la mano! Sigo siendo tu hermano mayor. Jalémosle al respetico”
“Si, no te estoy faltando al respeto Alejandro, solo te estoy diciendo la verdad, y le lo repito, eres un bruto”.
“¡Lárgate de aquí, Martín, no jodas! ¡No me estás ayudando en nada!”
“Está bien, arréglatelas como puedas, a la final, es tu mujer, no la mía”.
Y tomando a Amalia de la mano, le dijo:
“Vámonos; nada tenemos que hacer aquí, con este ser irracional”.
Alejandro se quedó solo en la oficina, un tanto desconcertado, para luego pensar:
“¡Los perros!, como no lo pensé antes… ¡Ellos la encontrarán!”
De inmediato salió de su despacho a grandes zancadas, yendo hacia la perrera.
“¡Hugo, Hugo! Saca los perros, necesito que me busquen a Fabiana, ellos conocen bien su olor, la encontraran de inmediato”.
Hugo corrió a abrir las rejas donde permanecían los animales.
Estos salieron ladrando y dando saltos de contentos, echándose encima de Alejandro.
“¡Vamos, chiquitos, a Correr! Busquemos a Fabiana”
Dándoles a oler una toalla de manos con la que ella acostumbraba a secarse, una vez que los atendía, todas las mañanas.
Alejandro hizo señas a Hugo para que les siguiera.
Hugo estaba extrañado por el alboroto de su jefe, no entendía qué estaba pasado; sin embargo, solo se limitó a seguirlo.
“Ven Hugo, ayúdame, tus manejas los perros mejor que yo. Debo encontrar a Fabiana”
Los animales hicieron un recorrido por toda la zona del gran patio trasero, incluyendo el área de la piscina; entraron por la cocina y luego recorrieron la casa en general.
Alejandro decidió sacarlos por la puerta principal, e inmediatamente los perros se dirigieron al enorme jardín de rosas que embellecía la entrada a la mansión.
Comenzaron a ladrar frenéticamente y a rodear la glorieta del jardín, sin decidirse a pen$trarlo por temor a las espinas de las rosas.
El rostro de Alejandro se iluminó.
“¡Aquí tiene que estar escondida, Hugo!, ¡La encontramos!”
Hugo incrédulo lo miro y dijo:
“¡No creo patrón, hay mucha espina, tendría que estar muy desesperada para entrar allí!”
Alejandro lo miró de tal manera, como diciéndole:
‘Y ¿A ti que te importa?’
Pero solo atinó a decirle:
“¿Otro, con el mismo cuento?, ¡No soy un monstruo!”
Entre tanto, los perros estaban cada vez más desesperados, Alejandro y Hugo se agacharon, para poder observar mejor, y fueron rodeando el área del enorme jardín, guiados por los canes, hasta el lugar en que ya los perros no quisieron moverse más, sino solamente ladrar con fuerza.
Los hombres aguzaron sus vistas hacia dentro de las ramas de los rosales y…
¡Eureka!
Estaba Fabiana encogida como un tres.
Más asustada que nunca, sin siquiera atreverse a mover un solo músculo.
“¿Qué haces ahí Fabiana? ¿Te volviste loca? ¡Sal de ahí, ahora mismo!”
“¡No me salgo, Alejandro! Hasta que me jures delante de Hugo que no me vas a llevar a la habitación del horror… ¡Prefiero que me mates a dejarme llevar para allá!”
La voz de Fabiana, se oyó tan contundente, que a Alejandro logró ponerle la piel de gallina y enfriar su ánimo.
“No te voy a llevar a ningún lado, chica, pero sal de ahí ahora mismo. Mira a ver por donde sales sin hacerte tanto daño; de lo contrario llamaré al jardinero para que te abra una brecha”
Hugo, sin perder tiempo, aprovechó el momento y dijo:
“Si, patrón, llamemos al jardinero, es lo mejor”
Y sacando su teléfono celular, le marcó al hombre encargado del mantenimiento de las zonas verdes y le ordenó venir de inmediato preparado para abrir la brecha.
No dejaría por nada en el mundo que este bárbaro, la obligase a salir sin ayuda.
Una vez liberada de la prisión a la que fue forzada a acudir.
Fabiana salió dando traspiés, con su pantalón y camisa deportivos hechos trisas.
Alejandro, al verla, abriendo los ojos del tamaño de un plato, exclamo:
“¡Pero, mira nada más, mujer! Parece que vinieras de la guerra… cualquiera te confundiría con una indigente; el cabello lo tienes como si te hubiera agarrado una descarga eléctrica, ¡Qué horror!”
“Horror es lo que tenías en mente hacerme, con esos sentimientos tan negros, a veces dudo que seas humano..”.
“¡Tú te lo buscas solita! Si no fueras tan rebelde… otro gallo nos cantaría… mi deseo era tener una esposa dócil, obediente y que me respete. Pero, en cambio, ¡Tengo durmiendo conmigo a una fiera!”
Hugo, tomando los perros, se alejó prudentemente, sin agregar ningún comentario; pero satisfecho de haber echado una mano en favor de Fabiana; no entendía como este loco podía atreverse a tratar a su esposa de esa manera.
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