Destino incierto -
Capítulo 29
Capítulo 29:
Alejandro, tomando a su mujer por el brazo, la condujo hacia la casa, con algo de amabilidad, que sorprendió a Fabiana, tranquilizándola por el momento.
“Ve y te das un buen baño para que te quites toda esa suciedad y poder mandar a María para que te cure todos esos arañazos, que no se te infecten. Veo que no fuiste tonta, tienes los brazos y las piernas rasguñados, pero te protegiste el rostro. ¡Bien por eso!”
…
Al día siguiente, una vez que Alejandro y Martín salieron para atender a sus compromisos; Amalia, quien estaba curiosa y preocupada, se dirigió a la habitación de Fabiana para saludarla y charlar un rato con ella.
“Buenos días, Fabiana, ¿Cómo amaneciste?”, le preguntó.
“Ayer me quedé preocupada por ti, pero no nos quedamos Martín y yo para seguir buscándote, porque Alejandro es muy grosero”
“Ay amiga, el ser grosero y su constante ira, son su estado natural”
“Pero dime, ¿Qué te paso, cómo es que resultaste metida en ese berenjenal?, ¡Menos mal que tuviste la precaución de cuidarte el rostro, porque Uff! De lo contrario te hubieras hecho un daño grande”.
“Bueno, Amalia, ayer estaba muy asustada, ese energúmeno me amenazó con encerrarme en el cuarto del horror, como lo bauticé yo el terrible día en que lo descubrí… ¡Hay amiga, qué locura!; de solo pensar en volver allá se me paran los pelos”.
“Desde luego, querida, ¡A cualquiera!”
“Como no vi salida, y sé perfectamente que Alejandro no amenaza en balde, apenas él salió de la habitación y no oí más sus pasos; salí corriendo de aquí, sin saber dónde poder esconderme, lo que sí era seguro es que por nada del mundo me iba a dirigir a las caballerizas..”.
Se ponía pálida de solo recordarlo.
“Ahí hay donde esconderme porque esos galpones están llenos de forraje para los caballos, pero a la final me hubieran encontrado y nada me hubiera salvado de ir al calabozo”
“¡Ay pobre Fabiana! Te considero..”.
“Entonces, ¿Qué me quedó? Meterme, muy a mi pesar… entre las espinas del rosal. Me di ánimo a mí misma, porque te confieso que estaba muy asustada; y me dije aquí me volveré una mi…, pero por lo menos se demoraran un buen rato buscándome..”.
Al menos eso había pensado la joven que no había pensado en los perros.
“Y tenía la esperanza de salvarme, de ser llevada a ese horrendo lugar. Me alegro de haberlo calculado así, porque a la final fue lo que sucedió”.
Amalia, mirándola con ojos de comprensión y consideración, comentó:
“Eres valiente e inteligente, Fabiana, para buscar las salidas a tu favor, y sobrevivir a las circunstancias adversas. En realidad te admiro. Te confieso que, yo en tu caso, que me hubiera visto acorralada de esa forma, hubiera optado por una salida más contundente y más violenta”
Reflexionó Amalia.
“Seguramente, hubiera sucedido una desgracia, estoy acostumbrada y me crie viendo solucionar las adversidades de manera rápida y generalmente violenta”
Esa realidad no podía cambiaria.
“Bueno, pero tú no tienes ese problema, Martín es un hombre más razonable y se ve que te quiere y te respeta, estás en otra honda Amalia”.
“Pero cuéntame ¿Qué lo hizo enojarse tanto?, aunque conozco perfectamente que no hace falta hacer nada para que se enoje”.
“¡Nada importante! Simplemente, le dije ¿Qué cuando pensaba sacarme de esta jaula de oro? porque dime tú… está afanado porque yo aprendiera a manejar un arma, que dizque para defenderme sí me hacía falta en algún momento; y no me saca de aquí… ¡No sé cuál es el miedo!”
Le explicó Fabiana.
“Además, me dijo que Odín venía de visita… y que debía tratarlo como si él fuera mi padre..”.
“Él es tu padre Fabiana”
Razonó Amalia.
“Si… pero en realidad no lo es”
Y esa era una verdad, solo compartían genes porque en lo que respectaba ese hombre era un extraño que además la había vendido.
“Bueno, es claro que él piensa que si te da algo de libertad, tú te le vas a escabullir al menor descuido”, comentó Amalia, viéndola a el rostro, como diciéndole, ¿Dime si no lo harías?
“No te niego que sí se me presentara la oportunidad, no la desperdiciaría, pero tú y yo sabemos que eso no va a suceder, Alejandro me tiene siempre muy vigilada. Además, ¿Para dónde voy a ir? ¡Aquí no conozco a nadie! ¿A dónde iría?”
No era la primera vez que Fabiana se hacía esa pregunta.
“Otro detalle es que me dice, que Odín viene a almorzar el viernes y según él, debo recibirlo con bombos y platillos; debo estarle muy agradecida por secuestrarme y venderme abusivamente, disponiendo de mi vida y de mi futuro. ¿Qué te parece?”
“Ay, Fabiana, no sé qué decirte..”.
¡Qué problema!
“Esa actitud me envenenó, amiga, y por supuesto, me revelé y le dije que no podía obligarme a nada, ese fue el detonante del problema”.
Con rostro de acontecimiento, Fabiana concluyó:
“No creo ver a corto plazo una salida a mi situación. Tendré que seguir haciendo lo que hace el sapo, ir acomodándome a las circunstancias; ¡Ah, pero eso sí, no hasta morir!”
“Si, amiga, lo que siempre te digo, ¡Ánimo y con el rostro en alto, mirando hacia adelante!, por lo pronto no te queda de otra. Pero sé que saldrás victoriosa, porque eres una persona que no se deja ir fácilmente”.
Amalia dándole una palmadita en la pierna le dijo:
“Ven, bajemos a desayunar y nadamos un rato para que te despejes”.
“Ay, amiga, bajaremos a desayunar, pero a nadar hoy no, me arden mucho los rasguños que me hice ayer, los tengo muy frescos todavía”
“Ah, sí… no me acordaba porque los tienes cubiertos con ese pijama..”.
“Déjame vestirme y bajamos”
“Ok, nos vemos en la cocina, hasta ahora..”.
Amalia, dándole un abrazo, para demostrarle su apoyo, se retiró del lugar.
Martín y Alejandro, habían salido esa mañana, vestidos de paisanos, franela y zapatos deportivos, así como gorra y pantalón de mezclilla.
Completaban su atuendo con un morral de doble asa, que llevaban al hombro; iban vestidos muy informalmente; como cualquier hijo de vecino, sin la más mínima ostentación.
Se dirigieron a la zona sur de la ciudad, en un auto de servicio público, el cual usaban cada vez que se hacía necesario para pasar desapercibidos; y le ordenaron al chofer, quien a su vez, iba vestido con su respectivo uniforme de taxista, que los dejara en la esquina de la plaza principal del barrio, cerca del colegio de secundaria.
No dejaron de advertirle que estuviera rodeando la zona, de la manera más natural posible para no llamar la atención, con intervalos de quince minutos, sin dejar de tener los ojos abiertos y los oídos despiertos, a fin de estar prevenidos, y que no lo tomara por sorpresa cualquier contratiempo que se pudiera presentar eventualmente.
Caminaron pausada y tranquilamente entre los vecinos del lugar, pudieron ver a varios de sus muchachos distribuidos estratégicamente en el perímetro de la plaza y cerca del colegio.
Algunos jugaban pelota y otros simplemente permanecían parados como espectadores.
Saludándose con unos pocos, con apenas un ligero movimiento de mano, estos eran los líderes de grupos, que recibían las órdenes directas de los Cruz.
Otros, atendiendo a una señal de alguien que emitió un sonido característico y familiar, con sus labios; estaban alerta y se asomaron a las ventanas de sus casas, haciéndose señas, indicándose entre ellos, según sus códigos, que era el momento de reunirse en el lugar pautado de antemano.
Todos estos movimientos pasaron desapercibidos al ojo de cualquier transeúnte desprevenido.
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