Destino incierto -
Capítulo 27
Capítulo 27:
“Tenemos motivos para estar contentos, hay cosas que nos han salido bien y es bueno celebrar. De la manera como lo decía, parecía que estaba hablando de todo, menos de celebrar, hasta ahora, ella no había visto a nadie que le costara tanto exteriorizar sus emociones, exceptuando la ira, como a este hombre”
Alejandro continuó:
“No sobra decirte que es tu deber, y más que deber, tu obligación, el que pongas tu mejor rostro el día que venga su papá a visitarnos. Te advierto que no voy a tolerar ninguna grosería o manifestación de resentimiento. Quiero que llevemos la fiesta en paz”.
‘¡Oh, no!’, pensó Fabiana.
Esa era la guinda que le faltaba al pastel: verme obligada a ver y recibir a ese terrible hombre… cuando ya me había hecho a la idea cuando salí de su casa, que me había librado de él o por lo menos que pasarían años antes de volver a ver su horrible rostro.
Y volviéndose para ver a su marido, le respondió:
“No necesitabas decirme toda esa sarta de estupideces y sarcasmos, para informarme que el Señor Reyes va a visitar tu casa. Conozco muy bien los sentimientos de ese individuo hacia mi, sé perfectamente que nunca le importé, ni como hija, ni como ser humano”, le respondió con rabia.
“En lo que a él respecta, yo era un cero a la izquierda; y solo le fui visible y tuve algo de valor cuando encaje en sus desmedidos y egoístas intereses; es decir, cuando me canjeó como una baratija, y creo de verdad, que ni siquiera lo hizo al mejor postor”
Y luego, desafiante, Fabiana le dijo:
“Ah… y quiero decirte que no te garantizo que ese día, con el malestar que me produce la presencia de ese señor, yo vaya a tener mi mejor rostro. ¡A eso no me puedes obligar… no soy una hipócrita! ¡Y lo que no me puedo tragar, no me lo trago!”
“¡Fabiana!, ¡Una orden, es una orden; ¡Te voy a enseñar a no insubordinarte, mujer grosera y rebelde!, te voy a cobrar la que me debes y ¡Voy a hacer que te tragues tus palabras!”
El rostro de Alejandro estaba tenso y sus ojos destellaban.
“Voy a encerrarte por tres días en el calabozo de las caballerizas, a ver si así te amansas y se te bajan los humos. Mereces una buena tunda, pero no quiero que Odín te encuentre con indicios de haberte golpeado..”., le escupió con ira.
“Tengo que cuidar mi imagen delante de él, porque cometimos la estupidez de prometerle que te cuidaríamos; y aunque lo odies y sientas náuseas cuando piensas en él, te diré que deberías agradecerle, por lo menos, que preservó tu vida, eres una desagradecida”
Fabiana, con el rostro desencajada y pálida como un copo de nieve, le dijo a Alejandro:
“No te atreverías a hacerme algo así… ¡No te lo perdonaría nunca! ¡No soy uno de tus enemigos, ni de tus deudores! Razona por favor Alejandro… Te lo suplico..”.
Terminó diciendo en voz muy baja.
Alejandro no sabía que le enardecía más.
Si la altanería de su esposa, cuando se le encaraba como una fiera herida, 0 cuando la veía desvalida y temerosa.
Tal vez prefería lo primero… porque en esa parte se identificaba con ella. Pero, lo que sí era seguro, era que ninguna súplica y ninguna rabieta lo haría cambiar de parecer.
Alejandro, por toda respuesta, dirigió una gélida mirada a su esposa y apretando los puños, salió dando un fuerte portazo.
Ya en su despacho le hizo una llamada a Santiago, uno de los hombres que tenía a cargo el cuidado de la caballeriza y las actividades que se llevaban a cabo en sus instalaciones.
“Aló, ¿Tiago?”
“Si, patrón, ordene”.
“Mira Tiago, necesito me prepares el calabozo, he decidido llevar allí a Fabiana, por tres días”
“¿Cómo?… Disculpe patrón ¿Le oí bien?”
“¡Sí, hombre!, me oíste muy bien”
Santiago se quedó en silencio por unos momentos, daba la sensación de estar desconcertado.
“¿Qué te pasa, Santiago? ¡No te he mandado a matar a tu madre!, solo quiero que ordenes los instrumentos de trabajo comprometedores, no dejes ninguna evidencia..”.
Alejandro solo quería doblegar su carácter, no dejar que ella se hiciera daño, o aterrorizarla del todo.
“Te aconsejo que todo lo pongas a buen resguardo, fuera del alcance de los ojos o de las manos de Fabiana, para no dejarle mucho en que pensar y que saque conclusiones que no nos convienen… nunca se sabe una mente desocupada que pueda maquinar. Solo deja las camillas con sábanas limpias, nada más”.
A Santiago, no le quedo de otra que decirle:
“Bueno Alejandro, nunca cuestiono tus métodos y que conste que hemos sido amigos desde pequeños, son muchos años de convivencia y hemos pasado por mucho, pero ahora te digo: piénsalo un poco se trata de tu esposa..”.
“Sí, aunque no me guste admitirlo, tienes algo de razón, Santiago, acepto que perdí la cabeza, pero ¡Algo tengo que hacer para controlar a esta mujer!, o si no, cuando me dé cuenta, ¡Va a ser ella la que me encierre a mí!, tiene un temperamento del demonio; ¡Es indómita!”, reconoció.
“Pero no te preocupes… solo vamos a mantenerla aislada, no vamos a tomar represalias contra ella, se trata solamente de darle un susto para que baje su altanería, y aprenda de una vez por todas quién es el que manda”.
“Ok, patrón, eso estará listo en una hora. Puede traerla cuando quiera”.
Alejandro volvió a la habitación a buscar a su esposa, pero no la encontró por ningún lado, se dirigió al cuarto de baño, al vestidor y nada.
Decidió llamarla a gritos:
“¡Fabiana, Fabianaa, Fabianaaal”
No hubo respuesta.
El silencio era ensordecedor.
Alejandro se puso como loco a buscarla en cada rincón de la casa, gritando su nombre cada vez más recio.
Bajó a la cocina y le preguntó a Julia, fue hasta cerca de la piscina, a la perrera, se la preguntó a Hugo; pero nadie le dio razón del paradero de Fabiana.
Volvió a su dormitorio, miró esta vez más, detenidamente, por debajo de la cama, por detrás de las cortinas, volvió a mirar en el baño y nada…
“¡Se la trago la tierra!”, exclamo para sí.
“¿Qué se hizo esta tonta mujer? ¿Dónde se escondió?”
Alejandro echaba chispas.
“¡Me va a sacar canas verdes!”, bufó.
“¡Qué ridículo me veo y me oigo dando gritos como un desquiciado!”
Extrañados por el alboroto que Alejandro había formado, salieron de su habitación Martín y Amalia.
“¿Qué pasa, Alejandro? ¿Qué gritería es esa?”
Le dijo Martín, con rostro de extrañeza.
“Nada, hombre, nada… o… por lo menos nada que sea de tu interés”
“Bueno… pero si no es de mi interés, cálmate y has las cosas reservadamente; no estés gritando como un loco de amarrar..”.
“Sí, tienes razón, disculpa… lo que pasa es que me casé con una loca peor que yo, y eso es mucho decir. Ahora le dio por esconderse y ¡No tengo idea de donde se metió! Ya revisé por toda la casa y no la encuentro..”.
“Mmm… Me parece muy extraño, no parecen cosas de Fabiana, yo la he tratado y me parece una muchacha muy centrada… debe tener razones de peso para hacer algo así..”., se aventuró a opinar Amalia.
“¡Nada!, es solo que es una mujer asustadiza, ¡Eso es todo!”
Se defendió Alejandro.
Martín comentó:
“Bueno, pero no nos quedemos aquí discutiendo pendejadas. ¡Vamos a mirar las cámaras!, así podemos darnos cuenta por donde salió”.
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