Destino incierto
Capítulo 24

Capítulo 24:

Uriel les contó a sus hijos que el trabajo estaba adelantado.

“El hijo de Roque está escondido; ya fuimos a hacerle una visita a la joyería y a la casa, y le dejamos un hermoso regalito que no olvidará. Pero igual sigue siendo una amenaza, mientras siga con vida; tenemos que seguir buscándolo hasta debajo de las piedras si fuera necesario, y acabar con él y sus secuaces”.

“Muy bien papá, ¡Así se hace!, un punto a nuestro favor, comienza a producir dividendos los negocios con Odín Reyes”, comentó Alejandro.

“Papá, y ¿Qué hay de los funerales?”, preguntó Martín.

“De eso aún no se ha podido hacer nada, los tienen en la morgue mientras la policía adelanta investigaciones, de todas formas ya contactamos a las familias, para que ellos se hagan cargo y no nos veamos enredados directamente”.

“Sí, hay que evitar a toda costa que nuestros nombres aparezcan o se vean involucrados de alguna manera”, dijo Alejandro.

“Entre menos se nombre a los Cruz, mejor”.

“No hay problema al respecto, les callé la boca con una buena tajada. Pueden vivir con comodidad por un buen tiempo. También les ordené que los cremaran, es importante no dejar muchos recuerdos, o cabos sueltos que nos enreden más adelante, Estos dolientes se sacaron el premio gordo..”., comentó irónicamente Uriel.

Alejandro dijo:

“Está bien lo que hiciste papá, tenemos que mostrar algo de respeto por nuestros hombres y sus familias, es lo menos que podemos hacer… si se pierde un hombre sirviéndonos debemos beneficiar a su familia”

“Pues yo tomé el toro por los cuernos. Como tengo por costumbre hacer en estas cuestiones y como siempre les he dicho, la rapidez en las acciones es lo que nos da la ventaja sobre el enemigo y nos salva de compromisos indeseados”.

“Ya podemos volver a enfocarnos en nuestros negocios, porque no los podemos perder de vista por mucho tiempo”

Le advirtió Uriel a sus hijos.

“Ya vemos por experiencia que el menor descuido, nos acarrea pérdidas enormes de dinero. Por el momento hay calma, luego veremos cuál es la forma de ataque para liquidar este problema de una vez por todas. No podemos dejar asuntos a medio resolver”.

En los días subsiguientes, Fabiana retomó su rutina, todas las mañanas salía temprano, a veces en compañía de su marido, a veces sola, a colaborar con la atención de los perros y a disfrutarlos en su caminata, así como de una agradable y jocosa conversación con Hugo, durante el tiempo que duraba su trabajo; momentos, que para ella eran un excelente desahogo de tenciones.

La catarsis que había tenido el otro día en presencia de Valeria la había ayudado mucho a tranquilizarse y a pensar más positivamente.

Sus horas en la biblioteca era otra vía de escape que podía utilizar a sus anchas, ya que para leer no tenía ninguna restricción, ni le montaban una vigilancia estricta como tenía por costumbre hacérsela en otras actividades en la casa.

Ella, ciertamente, no había cometido ningún delito, pero era una presa en esa mansión elegante, donde no tenía ni siquiera libertad para hablar con alguien, porque el miedo y la desconfianza eran las reinas en ese ambiente tan hostil.

Una de esas mañanas, cuando su marido se dispuso a acompañarla a trotar. Alejandro hizo lo que le había prometido:

“Hugo, quería decirte que es necesario que empieces a darle adiestramiento a mi mujer en el manejo de armas. No pretendo que sea un tirador profesional, pero siquiera que se aprenda a defender llegada la ocasión”.

“No hay problema patrón, comenzaremos en el momento que usted lo indique, siempre y cuando la señora esté dispuesta e interesada en aprender”

“¿Cómo así Hugo?”, respondió Alejandro, molesto.

“¡Aquí se hace lo que yo digo!, ¿Desde cuándo tenemos que consultar con la audiencia? ¡Me importa un comino si ella está o no está de acuerdo! Ella obedece y tú acatas las órdenes y ya. ¡Nunca vuelvas a cuestionar o a condicionar mis órdenes!”

“No, no, no…, disculpe, Señor Alejandro, fue un desafortunado comentario, no se repetirá”.

“No importa Hugo… es solo para que no perdamos de vista quien lleva los pantalones en esta casa y en esta familia”, le advirtió.

“Como te decía, tres días a la semana irás con ella al campo de tiro y le enseñarás el ABC del manejo de las armas y la adiestrarás con un revolver pequeño, un arma de bolsillo; un 22 LR, 25 ACP, 32 ACP o un 380 ACP, que es el 9 mm corto”

“Y ¿Qué le parece a usted, una pistola semiautomática?”, comentó Hugo, aportando una opinión.

“No, Hugo, quiero una de mayor potencia y en esta arma, tiene que primar siempre una manejabilidad razonable y que ella pueda tener control del arma. Porque en una situación de vida o muerte es más fácil entender, que tres impactos con un pequeño calibre son siempre una mejor opción que ningún impacto con un calibre de mayor poder, y personalmente, creo que es el cartucho mínimo para labores de autodefensa”.

“Ok, se hará como usted lo indica, termino de cuadrar mis compromisos de esta semana con lo que usted me ordenó hacer. Y la próxima, empezamos desde el lunes”, le respondió Hugo.

“Listo Hugo. Entonces, ya sabes Fabiana, ¡A trabajar en eso!”

A Hugo ya no le empezaba a gustar el tan frecuente trato con Fabiana.

Aunque él era un hombre serio y fiel a sus compromisos con los jefes; no podía negar que, muy a su pesar, Fabiana le impactaba.

Sin ella proponérselo, parece que la chica empezaba a importarle más de lo que él hubiera esperado.

Había que estar ciego para no ver que Fabiana era una bellísima mujer, un verdadero regalo para los ojos y los sentidos de cualquier hombre.

Con su porte totalmente natural y envuelta en ropas finas pero absolutamente cómodas.

Esta situación comenzaba a ponerse peligrosa, lo que menos quería, era complicarse la vida.

Sabía bien que cualquier desliz le costaría la vida.

Esta mujer, hasta en los sueños; estaba absolutamente prohibida para él.

A Fabiana no le agradaba la idea de volver a visitar la zona de las caballerizas donde estaba ubicado el polígono de práctica de tiro.

Su experiencia allí, la primera vez que la visitó, fue aterradora, por mucho, una de las peores experiencias en su corta edad.

Ella intuía que lo que había visto suceder allí, no era algo tan eventual como pudiera haber deseado y no quería por nada en el mundo volverse a topar con algo parecido.

A decir verdad, no sabía que era peor, si ir a ese lugar o la obligación de tomar un arma en sus manos.

Lo único que la tranquilizaba un poco en toda esta actividad, que la preocupaba y la asustaba, era pensar que hasta el momento el trato que había tenido con Hugo, el entrenador de perros y ahora su entrenador personal, era de cordialidad y respeto.

El hombre había tenido paciencia y técnica para ayudarla a acercarse a los tan temidos canes y había sido una victoria; esperaba que de la misma manera le facilitara el aprendizaje del manejo de un revolver.

Aunque a decir verdad, ella no estaba interesada en aprender a manejar ni esa arma ni ninguna otra, porque no quería convertirse en una asesina como lo eran su marido y todo su combo.

Recordaba que el anhelo de su corazón era alcanzar su título universitario culminando su carrera, que estaba destinada a hacer todo lo contrario de las actividades que se desarrollaban en esta hacienda.

Su sueño era ser médico para dedicar su vida a sanar y salvar vidas; jamás a quitarlas. Luego, los instrumentos que deseaba aprender a manipular no eran precisamente las armas. Pero por lo pronto no le quedaba más salida que obedecer y acoplarse a las circunstancias, actuar con precaución para hacerse la vida más amable y sobrevivir a los ataques de ira de Alejandro.

Sus malas experiencias con él, cuando su furia sobrepasaba los límites, le daban un grito de alerta y le indicaban claramente que era el tipo de persona que prefería quebrarse, que doblarse.

La rutina de entrenamiento comenzó como se había previsto, Fabiana estaba ese lunes, como niño que va por primera vez al kinder garden, hubiera querido abrazar a alguien y poder decirle lo nerviosa que se encontraba y la expectativa que tenía.

Pero claro, ¡Estaba sola!, como era costumbre desde hace meses, cuando su vida dio un vuelco de ciento ochenta grados.

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