Destino incierto -
Capítulo 23
Capítulo 23:
“Lo sé papá, es solo que..”.
“No importa hijo… volvamos a tu casa, recojo a mi mujer; descansas unas horas y nos vemos en la funeraria. Mario nos avisará cuando todo esté listo. Me parece prudente quedarnos quietos por ahora, no te veo bien por el momento, quédate y nos vemos más tarde”
Martín intervino diciendo:
“Me parece lo más prudente, estoy de acuerdo con papá. Tenemos que estar en nuestras mejores condiciones para no errar al blanco, de lo contrario sería servirnos al enemigo en bandeja de plata”
En ese momento retornaban a la hacienda de Alejandro y Martín.
Los hombres se reunieron en el porche de la residencia y Alejandro les dio la orden de mantenerse máxima alerta hasta nuevo aviso.
Los hombres se veían preocupados, era un momento delicado y no sabían hasta donde llegarían las consecuencias.
Si atacaban a priori desatarían un infierno de alcances impredecibles y ellos lo sabían de antemano.
“Si me permiten opinar”, dijo Hugo.
“Con permiso del Señor Alejandro. No podemos perder la cabeza y dejarnos llevar por las emociones y la rabia. Primero, tenemos que estar seguros de dónde proviene el ataque e identificar plenamente a los culpables para no cometer errores; de lo contrario, nos exponemos a desatar una guerra de la que nadie saldrá ganador”
Mientras todo lo anterior sucedía, Valeria había subido al dormitorio de Fabiana para tratar de ayudarla y consolarla; pero Fabiana estaba en un gran estado de desesperación, motivado por la impotencia y la rabia.
No sentía tanto el dolor en su rostro, sino una rabia interna incontrolable, estaba harta de los maltratos físicos y psicológicos a los que la sometía Alejandro diariamente.
En esos momentos sentía odio hacia su marido, lo consideraba una bestia sin sentimientos; necesitaba que alguien le explicara cómo había caido en esas manos.
No pudo ni quiso contenerse más y a pesar de la presencia de su suegra, dio rienda suelta a todo su dolor, llorando inconteniblemente y gritando todo aquello que la envenenaba; porque algo en su interior le decía que era la única forma de drenar su rabia y no cometer una locura.
Porque en medio de su precario estado de ánimo pasó brevemente por su mente, hasta llegar a quitarse la vida; porque esto que ella estaba viviendo no era vida… o por lo menos, no de la forma que ella la concebía.
Valeria, mientras tanto, la contempló en silencio, no quiso añadir nada al monólogo desesperado de la chica, porque comprendía que cualquier comentario desafortunado sería un detonante y que ella necesitaba desahogarse de alguna manera y esta era la menos dañina.
En ese momento simplemente era tan peligrosa como una olla de presión a punto de estallar.
Después de un buen rato logró calmarse, sus lágrimas rodaban silenciosas por sus pálidas mejillas, Valeria la abrazó con ternura como si se tratara de su verdadera hija y Fabiana agradeció ese gesto porque se sentía sola y huérfana, y tenía un hambre desesperada de cariño y comprensión.
Su suegra la invitó a darse una buena ducha de agua fresca que la apaciguara y la ayudara a bajar toda la tención acumulada que le estaba haciendo tanto daño, necesitaba relajarse y aclarar sus ideas que parecían un volcán en erupción.
En ese momento oyeron nuevamente las voces de los hombres que habían regresado y se ponían de acuerdo sobre algo que ellas no alcanzaron a entender, porque la puerta de la habitación obstruía el sonido y claridad de las palabras.
Valeria solo alcanzó a decirle a Fabiana, que se recostara y tratara de descansar lo que fuera necesario para lograr la calma total.
En ese instante se abrió la puerta de la habitación y se asomaron Alejandro y su padre.
Uriel dirigiéndose a Valeria le dijo:
“Valeria, vámonos, mujer. Te voy a llevar a la casa. Tenemos muchos pendientes hoy y no podemos perder tiempo”.
Valeria, dando solo una mirada de complicidad a Fabiana, salió sin decir palabra.
Alejandro, dirigiéndose a la cama donde yacía Fabiana, vestida con ropa ligera y casual, con las rodillas dobladas, dando la espalda a su esposo, le dijo:
“Perdóname Fabiana, pero tú te lo buscaste, tienes el poder de sacarme de mis casillas; ¡No sabes quedarte callada, cuando tienes que quedarte callada! Además, vociferaste delante de mis padres. ¡Me faltaste al respeto!”
Fabiana no se molestó en responder.
Solo que su capacidad de asombro fue superada por la insensibilidad de este hombre. Ahora ella era la culpable, como lo sería siempre.
¡Qué desfachatez!
Hablarle a ella de falta de respeto… si de ese tema hablaran con honestidad, saldría muy mal librado.
“A… no quieres responderme porque sabes que tengo la razón. Pero bueno, eso lo discutiremos en otro momento, porque ahora tengo cosas urgentes que atender”.
Continuó hablando sin percatarse el estado de ánimo de su mujer, egoísta, solo pensaba en sus propios problemas.
“Como sabes me mataron dos hombres de los mejores que me acompañaban y eso me ha complicado la existencia. Por lo pronto, tenemos que ser cautelosos y mantenernos a salvo”
Alejandro ya había tomado decisiones sobre Fabiana, como si fuera una niña, sin consultárselo.
“He decidido ponerte bajo la custodia directa de Hugo, él es buen tirador y necesito que te enseñe a manejar las armas. No quiero exponerte a algún atentado y que no sepas como defenderte”.
“Le tengo miedo a las armas y no me siento capaz de tener una en las manos, no sabría qué hacer con ella”
“¡Vas a aprender, sí o si, es una orden! Ya te lo expliqué antes. Eres una mujer terca. Mira el espejo de los hombres que mataron hoy; los tomaron por sorpresa a pesar de que llevaban buenas armas y las sabían manejar a la perfección, porque eran hombres bien entrenados. Cuanto más si no sabes dónde estás parada chica..”.
En realidad, de verdad a Fabiana, en estos momentos, poco le importaba los temores y las divagaciones de su marido; a lo mejor tuviera razón, pero ella no tenía el menor interés de adentrarse en ese asqueroso mundillo de psicópatas asesinos.
Lo único que anhelaba desde lo más profundo de su fuero interno era escapar de esta porquería al precio que fuera; en ese momento su rabia superaba con creces el miedo que la invadía desde el día que fue secuestrada, vendida y canjeada por oscuros intereses que apenas comenzaba a comprender.
Y además, sometida a obedecer, tener conexión e interactuar con unos extraños seres humanos si es que este calificativo cabía en ellos.
Por todo el discurso de su marido, Fabiana solo atinó a decir:
“Tú tienes razón, eso lo veremos más adelante. Por lo pronto, ocúpate de lo tuyo”.
Alejandro se sorprendió de que su mujer no le hubiera montado una llorona, de que no hubiera protestado o lo acusara, de lo que él internamente sabía que era, un abusivo golpeador y maltratador de mujeres.
El venía preparado para justificarse como lo hizo y seguir humillándola, porque eso llenaba su ego, pero Fabiana no estaba dispuesta a seguirle el juego.
‘¡Ja!’ Pensó Fabiana
¿Cómo este hombre tenía las grandes bo…?
¿De decirle que le había faltado al respeto?
¡Era verdaderamente inaudito!
En la casa de los hermanos Cruz, se respiraba una atmosfera de tensión, había una quietud expectante, las horas de espera que siguieron al atentado eran pesadas piedras en el ánimo de sus habitantes, nadie escapaba a esta sensación.
Mucho más tarde, Uriel llamó telefónicamente a sus hijos por medio de una videollamada:
“Hola, papá, ¿Qué novedades nos tienes? ¿Cómo ves la atmosfera?”
“Bueno… hay mucha tensión y comentarios por todos lados..”., comenzó.
“Ya tengo mis contactos trabajando y Odín me ofreció los suyos; ustedes saben que él tiene un infiltrado en la policía y este lo tiene al tanto de los avances de la investigación”, explicó.
“Según este contacto, el que nos pisa los talones es el ma…co del hijo mayor de Roque, un tal José. Parece que aprendieron entre los sospechosos al novio y este se cagó por las amenazas de ser inculpado de los asesinatos y después de una buena golpiza, cantó como un pajarito”.
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