Destinada a ellos
Capítulo 9

Capítulo 9:

Posteriormente, regresamos a la cocina. Allí la senté en su banco y le puse las medias y los zapatos.

Eli y Cyrus estudiaban atentamente todas las fotos que colgaban de la pared y simultáneamente me escrutaban con la mirada. Su actitud inquisidora me hizo pensar que era muy extraño que hubiesen ido a mi casa.

“¿Cuál es la relación entre este hombre y tú?”, me preguntó Eli.

Ambos contemplaban la fotografía con una expresión de disgusto que hizo que me sobresaltara.

“Es mi padre. Por desgracia murió cuando yo tenía dieciséis años”, expliqué.

Asintieron con la cabeza y me percaté de que Cyrus miraba a Eli arqueando una ceja. Ignoré sus inquisidoras miradas mientras le ponía los zapatos a Maya y anudaba los cordones de los mismos.

“Me temo que ya es hora de marcharnos”, indicó Cyrus mientras le echaba un vistazo a su reloj.

Agarré el cepillo que reposaba sobre el microondas y comencé a pasarlo por el cabello de Maya, que se quejaba cuando yo tiraba de sus rizos.

“Lo siento mucho, linda”, le dije cuando su cabello se enredó en el cepillo y le quité un par de mechones.

Recogí entonces su cabello en una cola de caballo, tomé su morral y me lo eché al hombro. Luego, me dispuse a tomar mi maleta y aferré su mano, Cyrus caminaba detrás de mí. Cuando iba a tomar mi maleta, que estaba junto a la puerta, la agarró de repente.

“Yo me haré cargo”, dijo.

Abrí la puerta, salí, esperé a que pasaran junto a mí y de inmediato eché el cerrojo a la puerta. Al pasar junto a mi automóvil al extremo del camino de entrada a la casa noté que había una limusina parqueada junto al bordillo.

“¿Por qué el automóvil se volvió tan largo?”, preguntó mientras lo observaba.

Eli pasó junto a ella, abrió la puerta de la limusina y se dispuso a responder.

“Es una limusina. Ese es su diseño”, explicó al tiempo que le ofrecía su mano.

Ella se quedó mirándola y luego, con gesto vacilante, posó su pequeña mano en aquella mano mucho más grande. Acto seguido la ayudó a entrar en el automóvil.

Un hombre emergió de la parte delantera de la limusina y tomó mi maleta de las manos de Cyrus.

Entré en el vehículo, me deslicé en el asiento y le puse a Maya el cinturón de seguridad. Advertí que ninguno de ellos lo llevaba puesto.

“Deben utilizar el cinturón de seguridad”, los instó Maya.

Aunque al parecer estaban un tanto sorprendidos por sus palabras, finalmente Eli sonrió y se abrochó el cinturón de seguridad.

“¿Así está mejor?”, preguntó y ella asintió.

Me resultaba un tanto embarazoso estar frente a ellos, pues no dejaban de recorrer mi cuerpo con la mirada.

Tiré de mi falda hacia abajo, pues constantemente se deslizaba hacia arriba y no quería que pudieran ver fugazmente mi ropa interior.

Pese a que el viaje hasta el lugar donde se desarrollaban las actividades extracurriculares de Maya solo tomó unos cuantos minutos, el hecho de que posaran sus ojos en mí constantemente hizo que el mismo me pareciera interminable.

Cuando la limusina se detuvo Eli desabrochó su cinturón de seguridad y ambos nos apeamos de ella. Luego, sacó del bolsillo su teléfono celular y se lo enseñó a Maya.

“Esta mujer te va a recoger después de clases para llevarte con tu abuelita”, indicó al tiempo que le mostraba la foto que me había enviado.

“Es muy bella. Parece un hada. ¿Cómo se llama?”, repuso mientras le lanzaba una gran sonrisa.

Al parecer le agradaban aquellos hombres. Ello era bastante extraño, pues por lo general se mostraba hostil hacia los extraños, sobre todo si eran hombres.

Pero en aquella ocasión conversaba con ellos con naturalidad, sin inquietarse, mientras que yo, por el contrario, me sentía bastante intimidada por su presencia.

“Su nombre es Emery”, respondió. Maya asintió con la cabeza.

“Anoche le informé al respecto a su maestra a través de un correo electrónico”, le anuncié.

Asintió con la cabeza una vez y luego volvió a entrar en la limusina. La acompañé hasta el interior del lugar y luego salí de allí de inmediato, pues no quería hacer que se retrasaran.

Me volví a subir al automóvil, deslizándome a lo largo del asiento. De repente tuve una horrible sensación de claustrofobia al encontrarme a solas con ellos en el habitáculo.

Maya ya no estaba allí, así que ahora habían volcado toda su atención en mí. Tiré de mi falda hacia abajo, pues se había levantado mientras me deslizaba a lo largo del asiento situado frente al que ellos ocupaban.

“Me encantan tus bragas de encaje morado”, dijo Cyrus mientras fijaba su atención en la zona entre mis piernas.

Mi rostro estaba acalorado debido a aquella mirada indiscreta. Se burlaba del hecho de que me sintiera tan incómoda. Tomé mi bolso y lo coloqué en mi regazo con la intención de que dejaran de mirarme con tanto descaro.

El viaje al aeropuerto fue más largo y transcurrió en un incómodo silencio. Comenzaba a preocuparme, pues odiaba volar.

Prefería la seguridad que ofrecía el viaje por tierra, pues en caso de un accidente existiría la posibilidad de sobrevivir, mientras que en el caso de un siniestro aéreo las probabilidades eran virtualmente nulas.

Mantenía mis ojos fijos en la ventanilla, pero de vez en cuando me volvía y descubría que me observaban sin el menor recato, completamente indiferentes ante el hecho de que me percatara de las miradas indecorosas que me lanzaban.

La atmósfera se tornó opresiva, hasta el punto de que tenía dificultades para respirar. Sentí una horrible sensación en el estómago ante la aterradora perspectiva de tener que pasar los dos días siguientes en compañía de aquellos pesados.

Cyrus fue el primero en bajarse de la limusina cuando esta se detuvo. Me deslicé a lo largo de mi asiento y salí tras él.

De repente Eli rodeó mi cadera con su brazo. Me aparté de inmediato pero volvió a atraerme hacia su cuerpo.

Cyrus advirtió la sorpresa que se dibujaba en mi rostro y luego posó sus ojos en el punto donde reposaba la mano de Eli.

Asintió y siguió caminando, De repente me di cuenta de que el avión en el que yo debía viajar era un jet privado.

Mi corazón galopaba en mi pecho. Odiaba volar. De hecho odiaba estar en sitios elevados. Y ahora estaba a punto de abordar un cilindro metálico en el cual viviría la peor de mis pesadillas: un viaje a través del aire.

Huía de los aviones como de la peste. Prefería pasar horas en un tren o en un bus a viajar en un aeroplano durante unos cuantos minutos. Me detuve en la escalerilla, llena de aprensión.

Mis pies parecían estar pegados al piso. Respiraba agitadamente mientras miraba hacia lo alto y veía aquella máquina en la que surcaríamos el cielo.

Tragué saliva. Sentía que en cualquier momento vomitaría o me desmayaría y mi cuerpo estaba bañado en un sudor frio.

Eli se detuvo y se quedó mirándome. Notó que un temblor incontrolable agitaba mi cuerpo.

“¿Acaso no te gusta volar?”, me pregunto.

Entretanto, Cyrus me miraba desde lo alto de la escalerilla. Eli posó entonces su mano en mi espalda baja y me empujó suavemente con el fin de hacerme avanzar, pero yo estaba petrificada y había comenzado a hiperventilar.

Me volví con la intención de echar a correr, pero entonces sentí un brazo de Eli alrededor de mi cintura, apretándome contra él. Sentí en mi espalda el calor que irradiaba de su pecho.

“Vas a estar bien. Solo respira para evitar que te desmayes”, me dijo al oído.

Tragué saliva mientras permanecía inmóvil. Me hizo girar hacia la escalerilla sin soltar mi cintura.

“¿Va a caminar o tendré que subirla en mis brazos?”, preguntó Cyrus al tiempo que una mueca de burla se dibujaba en su finamente esculpido rostro.

Sabía que mi miedo a volar era completamente irracional, pues los aviones rara vez sufren averías, pero a pesar de ello jamás había podido vencer aquel paralizante temor.

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