Destinada a ellos
Capítulo 8

Capítulo 8:

Entonces sonreí.

´Me conoce demasiado bien, tal vez incluso mejor de lo que me conozco a mí misma`, pensé para mi coleto.

Mientras me dirigía al piso superior sentía la gruesa y suave alfombra gris bajo mis adoloridos pies.

Entré en mi habitación y me dejé caer en mi cama doble, haciendo crujir los muelles de la misma.

De pronto Maya entró corriendo, se subió a la cama y comenzó a saltar alegremente sobre sus rodillas.

Me incorporé en la cama, tomé la pequeña maleta que estaba debajo de ella y la abrí.

Guardé en ella descuidadamente mi pijama, mi falda negra de tiro alto, una blusa blanca, un par de tacones y además, previendo que necesitase una indumentaria informal, un par de pantalones vaqueros y una blusa escotada.

Abrí el closet y tomé mi pequeño vestido negro y un par de tacones, pensaba usar esa ropa al día siguiente. Colgué el vestido detrás de la puerta de la habitación y me aseguré de que hubiese empacado todo lo que debía llevar conmigo en el viaje.

“¿Piensas ir a alguna parte, tía Ada?”, me preguntó Maya mientras me lanzaba una mirada,

“Así es, y mi jefe me recogerá mañana por la mañana, así que debes comportarte muy bien hoy”, observé.

Asintió mientras se mordía las uñas nerviosamente. Le retiré el dedo de la boca al tiempo que le lanzaba una mirada de reproche.

“¿Y cuándo vas a regresar?”“, quiso saber.

“Alguien se encargará de recogerte mañana después de clases para llevarte a donde tu abuelita”, señalé.

Entonces frunció el ceño, pues no confiaba en los extraños. Era una niña muy prevenida. La gente de la que se rodeaba cuando vivía con su madre, antes de que nos concedieran su custodia, había despertado su desconfianza.

“Le pediré a mi jefe que me envié una fotografía de esa persona para que puedas identificarla”, expliqué.

Asintió con tristeza. En ese momento sonó el timbre de la puerta de entrada.

“Seguramente es la cena que pedí”, le dije al tiempo que me ponía de pie y extendía mi mano.

La tomó y una sonrisa amplia iluminó su rostro. Mi madre le pagó al repartidor, caminó hacia nosotras, que estábamos en las escaleras, y luego las tres avanzamos por el pasillo hacia la cocina.

Tras sentarme a la mesa del comedor, procedí a enviarle a Eli un mensaje de texto, pidiéndole el favor de que consiguiera una foto de la persona que iba a recoger a Maya, pues no se fiaba de los desconocidos.

Al cabo de unos segundos respondió mi mensaje. Me envió la foto de una mujer de cabello negro. Lo llevaba al estilo pixie y sus ojos eran de color castaño oscuro, semejantes a los suyos.

Era muy bella, de facciones delicadas, y el labial rojo y la brillante sonrisa le conferían un aspecto amigable.

“Vaya, qué rápido me respondiste”, repliqué.

“Es mi hermana, Emery”, respondió.

“Está bien, muchas gracias”, contesté.

Aunque no esperaba que me contestara, me envió un emoji que guiñaba un ojo. Sacudí la cabeza, dejé mi teléfono y me dispuse a comer.

A la mañana siguiente mi reloj de alarma sonó junto a mí. Con ojos de sueño lo golpeé para hacer que dejara de sonar, me tendí de espaldas y me desperecé como una gata.

Mi espalda crujía mientras bostezaba. No quería levantarme. Mi vida se había convertido en una interminable rutina de trabajo y sueño.

Haciendo un gran esfuerzo me puse de pie, tomé mi ropa, me dirigí al baño y la colgué detrás de la puerta del mismo. Luego, comencé a tomar una ducha.

Mi madre llamó a la puerta del baño mientras me estaba lavando el cabello.

“Me marcho, querida. Te dejé la ropa de Maya en la mesa”, gritó del otro lado de la puerta.

“De acuerdo. Nos vemos mañana”, repuse.

Luego, oí sus pasos que se alejaban por el pasillo y finalmente el ruido de la puerta de la calle al cerrarse.

Terminé de bañarme, salí de la ducha, me sequé el cabello con el secador de mano y me maquillé frente al espejo empañado del baño mientras lo limpiaba constantemente con la mano para que pudiera ver con claridad mi rostro en él.

No quería acabar sacándome un ojo mientras me aplicaba el delineador. Luego, me vestí y me dirigí a la habitación de Maya.

Al llegar allí, sacudí sus hombros con suavidad mientras retiraba su cobertor rosado de unicornio.

“Despierta, linda. Tienes que vestirte”, le dije.

Me miró bizqueando y me sentí terriblemente mal por tener que despertarla tan temprano todas las mañanas. Sus labios formaron una O mientras bostezaba.

Se incorporó en la cama y se frotó los ojos somnolientos. La cargué en mis brazos hasta la cocina y al llegar allí vertí leche en la taza de cereal que mi madre había dejado en la encimera para mí. Apoyó la cabeza en la mesa y tuve que sacudirla para que desayunara.

Luego, regresé a la planta baja, tomé mi escaso equipaje y lo dejé junto a la puerta. En ese instante oí que llamaban a la misma.

Eché un vistazo al reloj que pendía de la pared del pasillo y vi que aún era muy temprano: faltaban más de veinte minutos para las seis de la mañana.

Al abrir la puerta vi a Cyrus de pie en el umbral. Vestía pantalones anchos de color negro y una camisa blanca arremangada a la altura de los codos.

Puse los ojos en blanco al abrir la puerta aún más y ver a Eli detrás, vestido de manera similar pero con saco y corbata,

“Han llegado temprano”, respondí al tiempo que me apartaba para dejarles paso. Ambos entraron pero de inmediato se detuvieron en el vestíbulo.

“Veo que tienes una hermosa casa. Me pareció haber visto tu automóvil en el camino de entrada”, dijo Eli mientras me seguía hasta la cocina,

“¿Bloqueaste el camino de alguien recientemente?”, me preguntó y luego se echó a reír. Advertí entonces que una sonrisa se dibujaba en los labios de Cyrus.

“Cálmate. Sabemos que fuiste tú quien cerró el paso de nosotros. Desearía castigarte por ello”, terció Cyrus.

Tragué saliva al tiempo que pasaba junto a mí y se dirigía hacia el sitio donde Maya aún se esforzaba por desayunar.

Solté un suspiro, caminé hacia ella y besé su cabeza. Me miró y luego advirtió la presencia de ellos.

Los observó y luego volvió a mirarme. Le devolvieron la mirada y noté en sus caras cierta perplejidad. Sin duda se debía a la gran semejanza física entre Maya y mi hermana. Por ende, éramos como dos gotas de agua.

“El parecido entre ustedes dos es verdaderamente asombroso”, comentó Eli al tiempo que se aproximaba a Maya aún más. Lo observó con timidez.

“¡Hola!”, saludó con cierto nerviosismo antes de volver a mirarme.

Señalé entonces la foto que colgaba de la pared, detrás de ellos.

“La mujer de la fotografía es mi hermana”, declaré mientras me preguntaba por qué le prestaban tanta atención a nuestra semejanza física.

Ya les había aclarado que no era mi hija, aunque eso no era asunto suyo. Cyrus se volvió y le echó una ojeada a la foto de mi hermana y yo, tomada antes de que se extraviara en el oscuro mundo de la droga.

Lucíamos idénticas en aquella imagen.

“Veo que tu hermana y tú son gemelas idénticas”, declaró.

Asentí al tiempo que tomaba el tazón de Maya, ya vacío, lo colocaba en el fregadero y tomaba su ropa, Luego, Maya y yo salimos de la cocina, dejando a aquellos hombres allí de pie, y la vestí ágilmente con su uniforme escolar.

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