Destinada a ellos
Capítulo 66

Capítulo 66:

“Inicia sesión de inmediato”, me ordenó. Los latidos de mi corazón se aceleraron cuando advertí que la aplicación de F$cebook, estaba abierta.

“¡No lo haré!”, dije.

“De modo que te rehúsas a hacerlo”, me dijo mientras parpadeaba de una manera intimidante.

“Vamos, inicia sesión”, me instó.

“Si no tienes nada que ocultar puedes hacerlo tranquilamente”, añadió al tiempo que agarraba mi muñeca y me atraía hacia él.

Eli entró y evaluó la situación. Luego, miró mi teléfono, el cual Cyrus sostenía en la mano.

“¿Qué demonios sucede?”, preguntó, mirando a Cyrus. Liberé mi mano y seguí pelando patatas

“Estaba enviándole mensajes a alguien, pero ahora se niega a volver a iniciar sesión”, explicó Cyrus.

“Déjala tranquila. De todos modos ya pronto no tendremos que preocuparnos por eso”, repuso Eli.

Entonces Cyrus me devolvió mi teléfono a regañadientes.

“¿Qué estás preparando?”, preguntó Eli, acercándose a mí y tirando de mis caderas, atrayéndome hacia él.

Eli solía ser insoportable, pero ahora su comportamiento era radicalmente distinto, lo cual me sorprendió sobremanera.

“Carne strogonoff y puré”, contesté.

“¿Quieres que te ayude?”, me preguntó mientras besaba mi hombro. Giré en sus brazos y lo miré.

“¿Qué está sucediendo?”, le pregunté.

“¿A qué viene esa pregunta?”, repuso al tiempo que besaba mis labios y me atraía aún más hacia él.

“Tu amabilidad me resulta desconcertante”, expliqué, siguiéndole la corriente.

“Simplemente estoy de buen humor”, observó.

“¿Puedo saber cuál es el motivo?”, le pregunté, intrigada por su repentina cordialidad.

“Todas las piezas han comenzado a encajar”, respondió.

Fruncí el ceño, confusa. Percibí que, de repente, Cyrus se ponía nervioso, lo que me impulsó a echarle un vistazo.

“Deja eso, yo terminaré de cocinar. Ve a ver una película o haz alguna otra cosa”, me dijo Cyrus.

Eli me sacó de la cocina antes de dirigirse a las escaleras. Yo me disponía a dirigirme a la sala de estar cuando de repente me atrajo hacia él, me cargó sobre uno de sus hombros y subió las escaleras.

“¡Bájame! Se suponía que solo veríamos una película”, le dije colgando de su hombro.

“Preferiría ver cómo te retuerces debajo de mí”, repuso dándome unas nalgadas.

Clavé mis codos en su espalda, apoyándome en ellos. Se retorció, tratando inútilmente de quitárselos de la zona entre sus omoplatos.

Entonces mordió un lado de mi trasero por encima de mis pantalones, haciendo que me agitara y girara sobre su hombro.

Golpeé un costado de su cabeza en el momento en que me arrojó sobre la cama, privándome de aire.

Eli me sonrió, aferró mis tobillos y me arrastró violentamente hasta el borde de la cama.

“¿Por qué estás de tan buen humor?”, le pregunté, tratando de alejarme de él.

Rasgué las sábanas mientras las aferraba, tratando de escapar de sus garras.

Me jaló hacia él y solté un chillido debido a aquel violento movimiento que hizo que me deslizara fuera de la cama.

Aterricé en el suelo, sobre mi rostro. Mis senos fueron la parte de mi cuerpo que primero golpeó el suelo, dolorosamente aplastados bajo mi peso cuando caí al piso haciendo un ruido sordo. Rio al ver aquello.

“¡Maldito imbécil!”, le grité, dándole un golpe en los testículos.

Gruñó, agarrándolos, y me arrastré lejos de él. Cuando estaba a punto de salir corriendo sentí que me rodeaba la cintura con su brazo. Su pecho rugía contra mi espalda mientras se burlaba de mi intento por escapar de él.

“Me has dado un golpe bajo”, gruñó.

Luego, se sentó en la cama y me giró para que quedara sobre su regazo. Me frotó el trasero con su enorme mano.

Estaba segura de que se disponía a dejarme una marca en mi trasero con su mano, así que, astutamente, mordí la parte exterior de su muslo.

Dio un salto antes de que su mano cayera sobre mi trasero, haciendo que mis ojos se humedecieran.

“¡Suéltame!”, gritó, pero no lo hice. Por el contrario, lo mordí con más fuerza.

Su mano cayó con más fuerza sobre mi trasero. Grité, soltando su muslo. Podía saborear la mezclilla de sus pantalones vaqueros.

“Solo los perros muerden. ¿Acaso eres un perro?”, me dijo.

“No, pero tú eres Fido. Ahora déjame levantarme”, respondí, retorciéndome en su regazo mientras usaba mis manos para tratar de levantarme de su regazo.

Su mano frotó mi trasero. Luego, metió su pulgar en la pretina del pantalón y tiró de él hacia abajo.

“Deja de moverte”, indicó mientras pasaba su mano sobre mi piel, saltaban chispas sobre mi carne expuesta. Acarició mis mejillas con sus dedos y luego comenzó a frotar mi hendidura.

“Al parecer no has escuchado la palabra ‘consentimiento’. No te he dado permiso para tocarme”, protesté,

“¿De veras quieres que me detenga?”, me preguntó, separando mis labios con sus dedos.

Fue como si saltaran chispas en mi clítoris. Sentí que mis paredes vag!nales se tensaban. Sus dedos acariciaron esa zona, pero no los insertó.

Sentía cómo me humedecía debido a la excitación. Ahora mis muslos estaban húmedos. Ejercí presión sobre sus dedos, ansiosa por sentirlos dentro de mí.

“¿Acaso debo interpretar eso como una negativa?”, me preguntó.

A continuación, presionó mi clítoris con sus dedos, haciéndome g$mir ante su torturante provocación.

“Habla”, dijo, deteniéndose.

“¡Santo cielo! Te juro que si te detienes te morderé de nuevo”, le advertí.

De repente pellizcó mi clítoris con fuerza, haciéndome lanzar un grito ahogado, y luego lo retorció entre sus dedos, aliviando así aquel repentino dolor.

“Por favor repite lo que dijiste, cariño. No te escuché”, g$mi cuando sus dedos volvieron a dejar de moverse.

“No te detengas”, gimoteé, y rio. Frotó mi clítoris con movimientos circulares y aquella fricción me hizo g$mir. Mis paredes vag!nales se tensaron mientras sus dedos se deslizaban entre mis pliegues húmedos.

Luego, los insertó en mi vag!na, moviéndolos con lentitud. A medida que sus dedos entraban y salian, mis secreciones humedecían sus dedos.

Yo ejercía presión sobre ellos, intentando acelerar sus movimientos. Con la mano que había colocado en mi espalda tomó mi cabello y tiró de él hacia atrás. Se inclinó y besó mi mandíbula, pasando su nariz a lo largo de esta, hasta mi oreja.

“Estás tan húmeda”, murmuró, hundiendo sus dedos más profundamente, lo que me hizo gritar.

Soltó mi cabello y llevó su mano a la hebilla de su cinturón, pero yo no tenía la menor intención de levantarme de su regazo, así que permanecí inmóvil mientras se quitaba el cinturón con una mano.

Podía sentir su er$cción clavándose en mi estómago. De repente, sacó sus dedos de mí vag!na y me obligó a levantarme. Al verme de pie resoplé, molesta. Empujó mis pantalones hacia el suelo con su pie.

“Quítatelos”, me ordenó. Obedecí.

.

.

.

Consejo: Puedes usar las teclas de flecha izquierda y derecha del teclado para navegar entre capítulos.Toca el centro de la pantalla para mostrar las opciones de lectura.

Si encuentras algún error (contenido no estándar, redirecciones de anuncios, enlaces rotos, etc.), por favor avísanos para que podamos solucionarlo lo antes posible.

Reportar