Destinada a ellos -
Capítulo 64
Capítulo 64:
“Esto es como estar en una cita romántica con una chaperona atenta a todo”, declaró Sam en tono de burla, lo que hizo que Cyrus lanzara un gruñido.
“Olvídate de tener una cita con ella y agradéceme que te haya perdonado. Eli quería acabar contigo, tal vez la próxima vez eso será lo que sucederá”, repuso.
“¿Dónde está tu pareja?”, le preguntó Sam mirando a su alrededor y luego dirigió una mirada al vestíbulo, como si esperara que Eli apareciera en ese momento,
“Justo a tu lado”, replicó. Sam puso los ojos en blanco a oír su respuesta y luego chasqueó la lengua.
“Me refiero a tu otra pareja”, aclaró.
“Eso no te incumbe”, replicó Cyrus con sequedad.
Me aproximé a ellos y coloqué el café de Cyrus en la mesa que estaba junto a él. De repente extendió su mano hacia mí con tal rapidez que no acerté a reaccionar. Me tomó por la nuca, acercó mi rostro al suyo y me besó.
“Cyrus”, murmuré mientras me besaba.
Me sonrojé, sorprendida ante el hecho de que lo hiciera frente a Sam. Sin embargo, yo era consciente de que lo hacía con la intención de demostrarle que yo les pertenecía por entero y que por ningún motivo aceptarían que entablara una relación sentimental con alguien más.
Cyrus tomó mi cabello y lo dejó caer sobre mi otro hombro, lo que me pareció bastante extraño.
Sin embargo, al cabo de un rato comprendí por qué lo hacía, pues escuché a Sam lanzar un grito ahogado a mis espaldas y preguntar:
“¿Dejaste que te marcara?”, Sam no intentó disimular el disgusto que le causaba ver aquella marca en mi cuello.
En ese momento aparté mi cabello de mi hombro y miré a Cyrus con ojos furiosos.
“Si. Cyrus me marcó”, respondí sin dejar de mirar a Cyrus, quien se regodeaba en la reacción de Sam.
Miré a este último, sintiéndome culpable y ligeramente avergonzada por sus acciones.
“No te sientas culpable. Nos perteneces, del mismo modo en que nosotros te pertenecemos. Es necesario que Sam sea consciente de ello”, observó Cyrus sin apartar los ojos de Sam, quien tragó saliva y miró hacia otro lado.
Era evidente que aquellas palabras lo habían lastimado profundamente.
“Anda, ve con tu amigo, las puertas permanecerán abiertas para ti”, me dijo Cyrus. Lo miré arqueando una ceja.
Parecíamos una estudiante de bachillerato y su padre.
“Debo marcharme, tengo trabajo que hacer”, declaró Sam.
Me volví hacia él y le dije: “¿Qué sucede, Sam?”,
“Nada, estoy bien, pero será mejor que me vaya”, repuso mientras se volvía, disponiéndose a marcharse.
“¡Aguarda un momento! Dime si piensas regresar”, le dije en tono apremiante. Entonces me miró y luego le lanzó una mirada a Cyrus.
“Podrán estar juntos, siempre y cuando Eli o yo estemos presentes”, indicó Cyrus.
“Tal vez podremos vernos mañana”, me dijo.
“¿Podrían al menos desbloquearme del teléfono celular de ella?”, le pidió a Cyrus.
“Hablaré con Eli al respecto”, repuso mirando su periódico mientras lo desdoblaba.
Acompañé a Sam a la puerta y me dio un corto abrazo. Hice un ademán de despedida desde la puerta, mientras se marchaba. Al cerrar la puerta me volví y choqué contra Cyrus, que había estado siguiendo
“No debiste haberte comportado con tanta rudeza”, protesté, molesta por su demostración de posesividad frente a Sam.
“Es él quien actúa con rudeza al pretender adueñarse de lo que me pertenece. Debe entender de una vez por todas que nunca habrá una relación sentimental entre ustedes dos”, repuso.
Me dispuse a decir algo, pero antes de que tuviera tiempo de hacerlo, me ordenó en tono glacial
“Ahora ve a bañarte porque tu piel está impregnada de su aroma y eso me disgusta intensamente”.
“Lo hiciste sentir incómodo, así que prefirió marcharse”, lo recriminé.
“Y si sabe lo que le conviene entonces no volverá a pisar esta casa”, repuso.
“¿Qué quieres decir?”, le pregunté.
“No es una simple coincidencia el hecho de que Sam esté en Soya. Te siguió hasta acá. Será mejor que dejes de buscar su compañía. No te fíes de él, ignoras sus verdaderas intenciones”, declaró.
“¿Y qué piensas hacer?”, le pregunté. Gruñó, acercándose a mí, y presionó su pecho contra el mío.
“Lo conozco mucho mejor que tú y estoy seguro de que no te agradaría saber la clase de cosas que es capaz de hacer”, me advirtió.
Luego, giró sobre sus talones y subió las escaleras. Su declaración me hizo sentir inquieta.
“Dúchate ahora mismo”, me ordenó sin volverse. Resoplé, molesta, y luego lo seguí mientras ascendía por las escaleras.
Tras entrar al baño, aguardé a que saliera, mirándolo expectante. Me miró arqueando una ceja.
Ambos nos rehusábamos a desviar la mirada. Frunció los labios mientras me escrutaba de pies a cabeza.
“Si no te desnudas, entonces yo mismo te desvestiré”, me advirtió al tiempo que tomaba el dobladillo de mi camisa. Retrocedí hacia la puerta, apartándome de él,
“¡Hazlo, Addie!”, espetó.
“No es necesario que actúes con brusquedad. Si quieres que me duche, sencillamente sal y entonces lo haré”, respondió.
“No maté a ese chico a quien tanto aprecias, así que será mejor que te aproximes, antes de que me arrepienta de permitir que lo vuelvas a ver”, señaló en tono amenazante. Acto seguido, se agachó, tomó mi camisa y me la quitó por encima de mi cabeza.
“No era tan difícil, ¿Verdad?”, comentó.
“Por lo visto no conoces el concepto de privacidad”, repliqué mientras me quitaba los pantalones y los arrojaba al cesto de la ropa sucia.
“Ni el de espacio personal”, añadí mientras empezaba a despojarse de su ropa.
Abrí la ducha, comprobé que la temperatura del agua fuera óptima y luego entré en ella. Me mojé el cabello y luego vi que Cyrus entraba. Me empujó contra los fríos azulejos y grité, haciéndolo reír.
“Entonces ven aquí”, me dijo, atrayéndome hacia él. Agarró el estropajo, lo untó de jabón y comenzó a frotarme la piel con él.
“¡Ay! Hazlo con más suavidad, me duele mucho. Recuerda que mi piel no es de titanio, como la tuya”, me quejé mientras me frotaba la piel hasta casi dejarla en carne viva.
“Si no lo hubieras abrazado no apestarías a él”, murmuró mientras seguía frotando mi piel con brusquedad.
“¿Dónde está Eli?”, le pregunté mientras lo miraba. Me echó un vistazo y luego siguió desollándome.
“Está ocupado en asuntos de trabajo”, repuso. Sin embargo, no parecía sincero, yo percibía algo extraño a través del vínculo.
“Estás mintiendo”, le dije.
“No debe importarte dónde se encuentra. Está bien no necesitas saber nada más sobre él”, respondió al tiempo que dejaba el jabón y el estropajo en la jabonera.
“¿Cuándo regresará?”, le pregunté,
“Quizá esta misma noche”, respondió. Su enfado ante mi insistencia era evidente.
Iba a preguntarle por qué me estaba mintiendo, pero habló primero.
“No me hagas más preguntas”, dijo, molesto, mientras salía apresuradamente de la ducha.
“Ustedes son un par de mentirosos”, murmuré por lo bajo.
“¡Lo dice la reina de las mentiras! Ya deja esa actitud y sal de la ducha”, declaró.
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