Destinada a ellos
Capítulo 57

Capítulo 57:

Encendí la pantalla y me sentí muy aliviada al ver un mensaje de mi madre, disculpándose por no haberme llamado, pues había estado ocupada en el turno nocturno. Le envié un mensaje diciéndole que me llamara en cuanto pudiera hacerlo.

Inicié sesión en Facebook y vi que había un mensaje nuevo. Al hacer clic en él una sonrisa iluminó mi rostro, pues vi que era de Sam. Por fin se había conectado a F$cebook. Abrí el mensaje.

[Sam: Trata de permanecer en casa mañana,] rezaba.

¿Cómo sabía dónde vivíamos?

[Yo: “Lo intentaré. No les gusta dejarme sola”], respondí.

Vi entonces el pequeño icono que indicaba que él estaba escribiendo y aguardé.

[Sam: “Diles que te sientes enferma”],

[Yo: “Lo intentaré. ¿Cómo sabes dónde vivimos?”]

[Sam: “Te seguí desde el trabajo”]

[Yo: “¡Alerta de acosador!”]

[Sam: “Si tú supieras”].

Luego cerré la sesión en F$cebook, y dejé mi teléfono en la mesa de noche. En ese momento Eli entró.

“Al parecer estás de mejor humor”, me dijo, percibiendo mis emociones a través del vínculo, el cual, para mi sorpresa, se había vuelto mucho más intenso.

Yo podía sentir la mayoría de pensamientos y emociones de Eli y había comenzado a captar información sobre Cyrus a través de aquel.

“Mi madre finalmente me envió un mensaje”, le dije.

“¿Lo ves? Te dijimos que estaba bien”, respondió al tiempo que rodeaba mi cintura con sus brazos. Besó mi cuello y luego mordisqueó mi oreja, lo cual me hizo estremecer.

“Olvídalo, no vamos a sostener relaciones se%uales”, le dije.

“¿Por qué te rehúsas a ello? Ya lo hiciste con Cyrus, y ni siquiera te ha marcado”, respondió mientras deslizaba su mano hacia mis senos, apretando mi cuerpo por encima de mi camisa.

“Vas a rendirte. Estoy seguro de que no mantendrás tu actitud desafiante durante mucho tiempo. Sé que nos quieres tanto como nosotros a ti”, declaró mientras introducía su mano en mis pantalones y agarraba mi zona íntima.

Comenzó a frotarla con sus dedos. Mis bragas se humedecieron mientras seguía frotándome por encima del delicado encaje de las mismas.

Me aparté y gruñó. Percibí su frustración, me di cuenta de que su mi$mbro viril se agitaba dolorosamente en sus pantalones. Caminé de regreso a la estancia.

Estaba disgustado porque no lo había tocado desde el día en que habíamos estado en la oficina, yo había estado durmiendo en la estancia.

Me molestaba mucho el hecho de que me hubieran llevado a su casa, como si yo fuera un simple adorno que querían poner en un estante.

Nunca me permitían ayudarles en el trabajo. Simplemente esperaban que me quedara allí sentada, aburrida. Permanecía prisionera en su casa, junto a ellos.

Siempre estaban observándome, situación que me hacía pensar en un mal olor que emana de una persona y del que esta nunca puede deshacerse.

Después de la cena me bañé rápidamente, antes de que cualquiera de ellos se metiera a mi ducha, y me puse el pijama.

Tomé la sábana extra y una almohada y me tendí en la estancia. Eli entró y se inclinó sobre la parte trasera de la misma.

“Estoy harto de esta situación. Entra en la habitación”, exigió mientras agarraba mi sábana.

Se la arrebaté y gruñó,

“Eres nuestra compañera y eso significa que debes dormir en la cama con nosotros”, me dijo.

Torcí los ojos, y entonces extendió su mano y tomó mi barbilla con fuerza.

“¡Ya basta! Levántate y métete en la cama”, me dijo en tono imperioso.

“¡No lo haré!”, protesté mientras yo apartaba su mano bruscamente. Eli se dispuso a aferrarme, pero en ese momento Cyrus habló desde la poltrona.

“¡Ya dejen de pelear! Parecen un par de niños”, nos recriminó mientras nos lanzaba una mirada por encima de su periódico.

“Dile que se meta en la cama, estoy harto de no poder dormir porque ella está afuera”, se quejó Eli.

“Bueno, si eso te hace sentir mejor, te diré que puedo conciliar el sueño cuando duermo sola”, repliqué en tono mordaz mientras lo miraba.

“¡Entra en la maldita habitación!”, insistió mientras me tomaba por la muñeca.

“Ya déjala en paz, Eli. Si no quiere hacerlo, no la obligues”, lo reprochó Cyrus.

“Debes recordar que tú también eres mi pareja, así que deja tu maldita costumbre de ponerte siempre de su lado”, le espetó Eli con manos temblorosas.

“Soy tu compañero, Eli, pero no logras dominarte. Será mejor que te apartes de ella. Al parecer estás a punto de transformarte”, le advirtió Cyrus mientras clavaba sus garras en el sofá, lo cual me hizo lanzar un grito ahogado.

“Más te vale que tranquilices. Si la lastimas no te lo perdonaré. Ve a correr un rato o haz alguna otra cosa”, lo instó Cyrus al tiempo que hacía con su mano un ademán para indicarle que se marchara.

En ese momento Eli salió dando un portazo. Di un respingo.

“¿Por qué ustedes dos se la pasan discutiendo?”, me preguntó Cyrus suspirando, al tiempo que colocaba su periódico en la mesa de centro.

Caminó hasta el sitio donde Eli había dejado caer la sábana, la recogió del piso y me la arrojó. Se agachó y me besó con suavidad. Correspondí a su beso. Gruñó y luego se apartó.

“No seas tan cruel con Eli, hasta ahora no le has dicho ni una sola palabra amable”, me dijo en tono de reproche.

“Su actitud arrogante e imponente me hace enfurecer”, respondí a modo de justificación.

“Y tú eres muy obstinada. Vamos, pórtate bien con él, solo quiere estar contigo y eso no tiene nada de malo”, observó al tiempo que me besaba la cabeza y se marchaba.

Escuché que subía las escaleras. Encendí el televisor y me puse a ver varios canales. Cyrus vio la televisión conmigo durante un rato antes de irse a la cama.

Me quedé dormida mientras el televisor estaba encendido en el fondo. El sonido que emitía era relajante.

Desperté a mitad de la noche y me quité la sábana, pues me sentía acalorada. Traté de sentirme cómoda recostándome en el sofá, pero el calor proveniente de la chimenea era excesivo y hacía que me agitara.

Sentía la piel pegajosa y mis ropas adheridas a mi cuerpo. Mi piel ardía y sabía que mi rostro se había sonrojado. Seguramente tenía fiebre. Además, estaba muy sedienta.

Me puse de pie y avancé tambaleándome hacia la cocina. Al llegar allí tomé un vaso, lo llené con agua helada y lo bebí.

El agua alivió la sequedad de mi garganta mientras bebía con avidez. Luego, me serví otro vaso de agua.

Me sentía extremadamente deshidratada a medida que bebía rápidamente el agua. Caminé de regreso a la sala de estar y me dejé caer en el mullido sofá, pero el calor de la chimenea era insoportable, lo cual me hacía revolcarme mientras mi cuerpo estaba bañado en sudor.

Mi cabello estaba empapado en sudor, lo cual me hizo levantarme del sofá, ya que no quería arruinar la tela esponjosa del mismo.

Subí las escaleras con dificultad en dirección al baño. Cuando encendí la luz del mismo esta me cegó.

El ventilador que disipaba el calor se activó automáticamente y su ruido quejumbroso hizo que sintiera un dolor de cabeza mientras abría la llave de la ducha.

Me apoyé en el lavamanos y me miré en el espejo. Mis mejillas estaban enrojecidas. Seguramente tenía fiebre, mi respiración era pesada. Abrí las llaves de la ducha completamente, pues necesitaba refrescarme.

Me quité la ropa y dejé que el agua helada del rociador de la ducha resbalara por mi cuerpo. Estaba parada justo debajo del rociador.

La piel de los brazos se me había puesto de gallina, pero no estaba segura de si se debía a que tenía fiebre o a la temperatura del agua.

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