Destinada a ellos
Capítulo 56

Capítulo 56:

Noté su comportamiento rebelde desde el momento en que la conocí en esa primera reunión. Yo tenía 16 años en ese momento y ella era una mocosa grosera y engreída.

Me propuse hacer algo que la disuadiera de convertirla en cazadora. Cuando los seguí a casa en mi bicicleta de pedales vi a Addie.

Al atisbar por su ventana la confundí con Taylor. Mi padre nunca me había dicho que Michael tuviera otra hija.

Addeline estaba tranquila, pese a que solo tenía 13 años de edad en esa época, parecía ser una chica muy madura. Estaba concentrada en la lectura de un libro mientras hacía sus tareas escolares.

Después de esa noche comencé a escabullirme en secreto para observarla. Pensé que era solo un enamoramiento, pero poco a poco el afecto que sentía por ella se hizo más intenso. Me integré a su círculo de amistades con la intención de estar constantemente cerca de ella.

Sin embargo, eso no me sirvió de nada, pues ella jamás salía de casa y después de la muerte de Michael, tenía demasiadas ocupaciones que absorbían todo su tiempo, sus vidas se habían vuelto caóticas mientras intentaban seguir adelante y ella se partía el lomo trabajando.

La muerte de su padre había estropeado los planes de Taylor de reincorporarse a la organización de cazadores, pues ya no había nadie que le enseñara cómo hacíamos las cosas.

Al darse cuenta de que su sueño de ser cazadora se había esfumado, se encontró inmersa en una espiral de destrucción, mientras Addeline y su madre trataban de sobrellevar aquella penosa situación.

Lo que lamentablemente me privó de la oportunidad de estar con ella, hasta que un día logré conocerla a través de un amigo en común y confirmé la maravillosa impresión que tuve de ella cuando la observaba desde lejos.

Mientras contemplaba la elegante silueta del edificio de Colten Enterprises, me enfurecía pensar que tenían en su poder a mi querida Addie.

Habían pasado allí la mayor parte del día y yo ansiaba volver a verla, aunque solo fuera por unos instantes, o verlos salir del edificio para poder seguirlos.

Entretanto, mi teléfono celular sonó en mi bolsillo. Sobresaltado, solté los binoculares y los lentes de los mismos se rompieron.

“¡Eso me pasa por comprar baratijas!”, pensé para mi coleto.

Saqué el teléfono celular de mi bolsillo y cuando observé la pantalla lancé un gruñido.

¡Maldición!

“¿Dónde estás?”, tronó mi jefe al otro lado de la línea.

“En Soya”, le confesé.

“¿Por qué demonios estás allá? Se suponía que estabas ocupado en tu más reciente proyecto”, espetó.

Guardé silencio. No había nada en esas cuevas. Me preguntaba por qué se empecinaba en imponernos esa tarea inútil.

“Supongo que nuevamente se trata de la hija de Michael. La seguiste, ¿No es así?”, me dijo, haciéndome sentir intimidado,

“Sí, así es. He venido en busca de Addeline”, repuse.

“Hemos cerrado el caso Colten, no hemos descubierto nada extraño al respecto. Ella es la compañera de ellos, ya hemos discutido esto anteriormente. Será mejor que no hagas nada, pues de lo contrario el consejo sobrenatural se involucrará, ya que no estamos autorizados para involucrarnos con sus parejas predestinadas. Tu obsesión con esa chica podría suponer el fin de ambas organizaciones, así que debes regresar hoy mismo”, bramó.

“Michael se revolcaría en su tumba si pudiera ver el rumbo que ha tomado la vida de su hija”, le dije.

“Quizás no, a Michael le agradaban los Coltens. Necesitas apartar de tu mente a esa chica. Ya deja de seguirla, recuerda que tienes trabajo que hacer”, me dijo en tono de reproche.

Harto de sus sermones, corté la comunicación. Él ignoraba que Addeline siempre sería mía. La amaba y por ningún motivo permitiría que esos parásitos me la arrebataran.

Mi teléfono volvió a sonar, pero, en vez de contestarlo, lo apagué, lo guardé de nuevo en mi bolsillo y miré otra vez hacia el edificio.

De repente vi que las puertas de vidrio del mismo se abrían y ellos salían. Me agaché un poco y mantuve la vista fija en ellos, observándolos mientras se dirigían al estacionamiento subterráneo situado al costado del edificio.

Agarré mi morral y mis demás pertenencias, corrí hacia el automóvil de alquiler, me subí en él y esperé a que el automóvil de ellos pasara junto a mí.

Sería mía de un modo u otro, y si para ello era preciso que matara a los monstruos con los cuales estaba, entonces lo haría. Si no podía tenerla, me aseguraría de que nadie pudiera estar con ella.

Una semana más tarde

Al volver a la casa me dejé caer en el sofá. Eli me había sermoneado demasiado aquel día sobre la importancia de que yo fuera marcada.

Me estaba volviendo loca con su cantinela y estaba completamente segura de que Cyrus también estaba disgustado por ello. Estaba a punto de decirle a Cyrus que lo hiciera, solo para lograr que Eli se callara.

Mi madre aún no había respondido el mensaje que le había enviado una semana antes. Cuando trataba de comunicarme con ella notaba que su teléfono estaba desconectado, lo que me causaba preocupación.

Taylor me había enviado unos cuantos mensajes, diciéndome que mi madre estaba extremadamente ocupada con su trabajo y que incluso había vuelto a trabajar en el hospital a tiempo parcial.

Aunque yo solamente había estado en la casa de ellos durante una semana, extrañaba mi hogar, a Maya y mi vida ajetreada.

En mi nueva casa, en cambio, me sentía muy aburrida, pues, aparte de la perorata de Eli sobre marcarme, eran poco comunicativos.

“¿Qué sucede?”, me preguntó Cyrus al tiempo que se sentaba en el sofá junto a mí.

“No es nada, solo extraño mi hogar”, repuse.

“Ya te acostumbrarás”, repuso Cyrus.

“¿Puedo marcharme…?”

“No puedes marcharte hasta que hayas sido marcada y te hayas apareado”, me interrumpió Eli.

Torcí los ojos, abandoné la estancia, caminé hacia la lavadora y extraje la carga de ropa que había puesto en ella aquella mañana. Eli me siguió.

“Si quieres visitar tu hogar, deja que Cyrus te marque”, me dijo mientras introducía mi mano en el fondo del tambor de la lavadora. Me limité a ignorarlo.

“Será mejor que dejes de resistirte, pues tarde o temprano serás marcada. Deja que él te marque y entonces te permitiré visitar a tu familia”, persistió.

“¡Lárgate! Estoy harta de escuchar ese sermón todo el tiempo. Seguramente no dejas de repetirlo solo porque te agrada escucharlo”, le espeté. Gruñó y me empujó contra la lavadora.

“Toda la semana te he escuchado hablar en ese tono desafiante. Será mejor que dejes de hacerlo”, replicó.

“Pues si quieres que me calle, entonces deja de hablar acerca de marcarme”, señalé.

“Terminarás cediendo. Pronto entrarás en celo”, me dijo. Era otra cosa de la que hablaba constantemente: el celo que supuestamente haría que yo me entregara a ellos.

Pasé bruscamente junto a él, salí al exterior y me dirigí a la cuerda de tender la ropa. La brisa cerró de golpe la puerta a mis espaldas.

El sol se estaba ocultando mientras yo caminaba hacia la cuerda. Colgué rápidamente las prendas mientras aún había luz natural que me permitiera ver a mí alrededor. Sin embargo, al regresar a la casa, tuve la extraña sensación de que alguien me observaba.

No había vuelto a saber nada de Sam desde aquel día en la cafetería, pero aquella sensación me ponía nerviosa, pues solo había un camino que conducía a la propiedad y las luces de los faros de los automóviles se veían muy lejos, a más de un kilómetro de distancia.

Traté de conservar la calma mientras volvía a entrar en la casa. Eli estaba preparando una pizza casera cuando entré.

Me dirigí a la habitación y tomé el teléfono celular que yo había dejado allí accidentalmente aquella mañana.

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