Destinada a ellos
Capítulo 43

Capítulo 43:

“¿Estás bien?”, me preguntó al tiempo que me daba un beso en la mejilla y me atraía hacia él.

Me alejé para buscar algo de ropa y cuando regresé a la planta baja Eli ya no estaba hablando con mi madre, y Maya y Taylor todavía estaban jugando en la sala de estar. Caminé hacia la mesa, tomé las llaves de Eli y luego agarré mi bolso.

“Está todo bien, Addie?”, me preguntó mi madre.

“Sí. Simplemente no me quedaré aquí esta noche”, repuse al tiempo que le daba un beso en la mejilla y me alejaba caminando por el pasillo.

Me detuve en la sala de estar para ver a mi hermana y a Maya. Taylor me miró sonriente y le devolví la sonrisa. Luego, caminé hacia ella mientras buscaba en mi bolso las llaves de mi automóvil.

“Consérvalas”, indiqué.

Las tomó de mi mano y se quedó mirándolas, perpleja.

“¿Acaso no las necesitas?”, me preguntó mientras me lanzaba una mirada.

“No. Estaré aquí poco tiempo”, le respondí.

Asintió y me di cuenta de que Cyrus ya le había dicho que me iba a mudar, pues no pareció sorprendida por mi partida. Si tan solo fuera consciente del sacrificio que había hecho por ella.

Si no fuera mi hermana y la madre de Maya, jamás me habría hecho cargo de esta. Sin embargo, al ver la alegría que se reflejaba en el rostro de Maya, supe que había tomado la decisión correcta.

Me puse de pie y le guiñé un ojo a Maya. Luego, me volví para marcharme. Eli y Cyrus observaron desde el corredor cómo Maya corría hacia mí, aferraba mis piernas y me daba un abrazo. La alcé, la apreté y le besé el cabello.

“Gracias, Ada”, dijo ella y entonces sentí que una lágrima se deslizaba por mi mejilla.

Cerré mis ojos con fuerza. Era una niña muy madura para su edad, por lo que sabía que el hecho de que su madre se quedara allí implicaba que yo me marcharía.

La dejé en el piso, le besé la cabeza y corrió junto a su madre. Salí y me dirigí hacia el automóvil de Eli, quité el seguro y me subí en él.

Dejé caer las llaves de Eli en el asiento de este y luego recliné mi cabeza en la ventanilla, mientras esperaba a que salieran de la casa.

Finalmente entraron en el automóvil y Cyrus comenzó a conducir hacia la casa de ellos. El viaje hasta allí transcurrió en silencio, sin que perturbaran mis reflexiones.

Estaba a punto de abandonar todo lo que yo había construido por ellos y por mi hermana, y ahora que faltaban tan pocos días para mi partida había comenzado a inquietarme.

En Soya no conocía a nadie, no tenía familiares ni amigos a quienes pudiese recurrir y, por lo tanto, dependería de ellos en gran medida.

Me desagradaba el hecho de que alguien pudiera ejercer esa clase de control sobre mí. Ahora estaría por completo a su merced y, básicamente, podrían hacer conmigo los que se les antojase.

Ese pensamiento me inquietaba bastante. Me preguntaba si me permitirían visitar a mi familia o si en adelante estaría condenada al aislamiento.

Sé que podría parecer egoísta, pero estaba harta de ser la única persona que se mostraba dispuesta a hacer sacrificios.

Cuando nos detuvimos en el camino de entrada vi que la casa estaba envuelta en la oscuridad. No había nada alrededor, así que me sentía un poco atemorizada al caminar hacia ella.

Cyrus abrió la puerta de la misma y luego encendió las luces mientras caminaba por la vivienda. Lo seguí hasta la cocina y me senté en uno de los taburetes que había junto a la isla de la misma.

“¿Tienes hambre?”, me preguntó Eli. Me limité a encogerme de hombros.

“Un poco”, contesté. Asintió con la cabeza y entonces observé que comenzaba a buscar comida en la despensa.

“¿Dónde está el baño?”, pregunté mientras lanzaba una mirada a mi alrededor.

“Hay uno en el corredor, el cual tiene una tina, y otro en la habitación, con una ducha”, explicó Cyrus.

Asentí y caminé hacia la estancia donde asumí que habría un baño. Al entrar en ella comprobé que efectivamente lo había.

En el centro de aquella habitación había una cama enorme, sobre la cual había un cobertor gris. El mobiliario era de caoba y había una alfombra blanca, grande y gruesa.

También noté una chimenea en un rincón, a lo largo de una de las paredes, mientras que en la otra había un par de puertas. Al pasar junto a la primera de ellas me di cuenta de que era la de un vestidor, la otra era la del baño.

Abrí esta última y vi que era más grande que el baño principal de nuestra casa. Las baldosas eran grises y los acabados negros.

La ducha, que ocupaba la mayor parte de una pared, carecía de mampara, solamente había una tubería y dos rociadores de ducha.

Cyrus entró, me entregó una toalla esponjosa y blanca, y luego salió. Abrí la llave del agua y esperé a que se calentara mientras me desvestía. Entré en la ducha y me mojé el cabello.

De repente vi que la puerta se abría y Cyrus entraba, quitándose la camisa por encima de la cabeza.

“¿Te importa si me uno a ti?”, me preguntó.

Me encogí hombros, pues no me importaba que lo hiciera, y entonces se quitó sus calzoncillos. Entró en la ducha detrás de mí y abrió el otro rociador.

Luego, colocó su rostro bajo el firme chorro, mientras apoyaba sus manos en las baldosas y el agua escurría por su espalda.

Me maravillaba ver como el agua resbalaba por su cuerpo, me fascinaban sus músculos bien definidos.

Los humanos gastaban miles de dólares en gimnasios y pasaban muchas horas en ellos para conseguir una musculatura fuerte.

Sin embargo, jamás había oído que ellos entrenaran en gimnasios ni los había visto hacer ninguna clase de ejercicio.

Envidiaba eso, pues yo me comía una barra de Snickers y de inmediato me preocupaba que pudiera aumentar de peso. En cambio, ellos tenían aspecto de dioses y habían logrado tener esa apariencia sin esforzarse.

“Veo que estás boquiabierta”, me dijo Cyrus en tono divertido, haciéndome salir de mi ensimismamiento.

“¿Te ejercitas o es solo un truco vampírico?”, le pregunté. Rio mientras flexionaba sus músculos

“Lo que sucede es que los vampiros nunca cambian, por lo que conservan para siempre el aspecto que ofrecían antes de su transformación”, explicó.

“De modo que eras así antes de tu transformación”, observé.

“Así es. Nací en una era muy diferente a la actual, en la cual la gente realizaba trabajos manuales, en vez de pasar todo el tiempo mirando las pantallas de sus teléfonos celulares y computadoras. Ellos realmente trabajaban”, respondió.

“¿Y qué hay de Eli? ¿Tiene la misma constitución que tú?”, le pregunté.

“Tenemos genes licanos que nos permiten vernos muy bien sin hacer el menor esfuerzo”, repuso.

“Pues yo sí me esfuerzo”, dijo entonces Eli, mientras entraba en el baño. Lo miré por encima de mi hombro y advertí que posaba sus ojos en la parte trasera de mi cuerpo. Luego, le echó un vistazo a Cyrus.

“Aún no he visto que hagas algo que se pueda denominar trabajo, a menos que cuenten como trabajo las horas qué pasas espiando a Addie a través de las cámaras del vestíbulo”, le dijo Cyrus.

“¿Qué dices? ¿Hay cámaras en el vestíbulo?”, pregunté asustada, pues ello implicaba que era probable que me hubiera visto hacer algo vergonzoso. Esperaba que las cámaras no captaran sonidos.

“Cálmate, puedo oír que tu corazón galopa en tu pecho ante la idea de que yo te observe, pero no paso todo mi tiempo mirando las cámaras. Cyrus solo quiere hacerme pasar por un p%rvertido”, dijo mientras lo miraba con ojos furiosos.

“No es un p%rvertido. Tiene unas bragas tuyas en el cajón superior de la cómoda que está junto a la cama, pero no es un p%rvertido”, repuso Cyrus riendo.

“¡Caramba! Espero que estén limpias. ¿Intentaste ponértelas?”, tercié mientras extendía mi brazo alrededor del cuerpo de Cyrus y tomaba el jabón.

“Desde luego que no. No me gusta usar tangas”, gruñó, lo que hizo que lo mirara.

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