Destinada a ellos -
Capítulo 4
Capítulo 4:
Al tiempo que Bella se ponía de pie y le lanzaba una mirada de preocupación mientras mordía el extremo de su lapicero, tratando de averiguar qué era lo que estaba sucediendo.
“Toma tus cosas ahora mismo. De lo contrario te despediré para siempre”, dijo al tiempo que rodeaba mi escritorio y le lanzaba una mirada a mi trasero redondeado.
¡Qué desagradable era aquel hombre!
“Y yo te demandaré por acoso se%ual”, repliqué disgustada por la forma en que se lamía sus viejos y secos labios.
Aquel b$stardo realmente me hacía enfurecer. Bella le lanzó una mirada hostil. Tomé mí bolso, rodeé el escritorio y lo seguí hasta el ascensor.
Las puertas del mismo se cerraron y se quedó de pie, sonriendo en silencio. Quise borrarle esa sonrisa del rostro. Luego, oprimió el botón correspondiente al duodécimo piso y entonces se me fue el alma a los pies.
¿Piso 12? Los latidos de mi corazón se aceleraron y sentí que estaba a punto de sufrir un ataque de pánico.
Aquello no podía estar sucediendo. Su sonrisa se hizo aún más amplia mientras yo sentía que iba a vomitar.
…
“Si, así es. Ahora eres la nueva zorra de Cyrus y Eli”, anunció Troy.
Se me fue el alma a los pies. Aunque rara vez se les veía en el edificio, había oído los rumores sobre ellos. Nadie quería trabajar para ese par de sujetos.
Aparentemente eran insoportables, iracundos y, sobre todo, muy extraños. Hoy era la primera vez que me cruzaba en su camino.
¿Acaso ese era mi castigo por haberles cerrado el paso? ¿Me habían reconocido?
Bella me dijo que su última secretaria había salido de allí llorando histéricamente. Al parecer había sido recluida en un pabellón psiquiátrico, donde murmuraba sobre demonios y monstruos, y jamás había regresado.
Las puertas se abrieron y Troy me empujó fuera. Estuve a punto de tropezar. Me volví con la intención de volver al ascensor, pero las puertas del mismo se cerraron en mi rostro.
“¿Addeline Paisley?”, preguntó una voz profunda y ronca detrás de mí.
Mi cuerpo se puso tenso, el miedo me invadió y tragué saliva. Además, la carne se me puso de gallina. Al parecer Troy finalmente había arruinado mi vida.
Me volví con vacilación y vi a Cyrus directamente detrás de mí, en compañía del otro hombre, Eli, cuyo aspecto era igualmente imponente.
Retrocedí mientras me escrutaban con la mirada, y de repente me sentí demasiado intimidada e insignificante. Era como un ratón observado por un león. Estaba a punto de convertirme en su nuevo juguete.
Seguramente se divertirían torturándome. Me había metido en la boca del lobo. De hecho, hubiera preferido que me despidieran.
“Nos conocimos en el ascensor”, dijo, al tiempo que me miraba arqueando una ceja.
Sentí que mi rostro se inundaba de sangre al evocar nuestro encuentro en el ascensor. Pero observaba algo diferente en él.
Aparentemente se había quitado sus lentes de contacto, pues sus ojos ya no eran rojos sino de un color caramelo, casi ámbar.
“Bueno, lo siento mucho, pero debo marcharme”, les dije mientras me disponía a presionar el botón del ascensor y huir para salvar mi vida.
“¿Acaso te dije que podías irte?”, me recriminó Eli, haciéndome dar un salto.
Me volví, pues preferí no huir. Él era más aterrador. Me lanzó una mirada impenetrable y sentí que mi rostro se quedaba sin sangre.
“Ahora nos perteneces”, dijo.
¿Pertenecerles? Me preguntaba qué quería decir.
“¿Te refieres a que ahora trabajo aquí?”, le pregunté.
“Sí, ahora nos perteneces”, fue su escueta respuesta.
Sus ojos parpadearon. Negué con la cabeza y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Pensé que simplemente estaba muy tensionada. O tal vez fuera la iluminación, pues, por algún motivo, era increíblemente tenue.
Me quedé allí de pie frotando torpemente mis manos sudorosas en mis pantalones negros. Me dolían los pies.
Entretanto, continuaban observándome. Cyrus se hizo a un lado y señaló el escritorio, en cuyo extremo ahora estaba sentado Eli.
¿Cómo diablos se había movido tan rápido? Los pies me pesaban una tonelada. No podía levantarlos del suelo. Estaba petrificada.
“Estoy segura de que encontrarán a alguien más competente que yo para trabajar en su empresa. Les ayudaré a buscarlo ahora mismo”, declaré, pues ansiaba escapar de allí.
Cyrus cruzó los brazos sobre el pecho.
“No. Necesitamos una asistente personal y seguramente podrás desempeñar esa tarea con gran eficacia”, repuso.
Negué con la cabeza, y de repente aferró mi brazo y me empujó hacia el escritorio. Sacó la silla de debajo del escritorio y me arrojó sobre ella,
“Y no llegues tarde”, dijo por encima del hombro mientras caminaba por el pasillo hacia su oficina.
Eli se dio la vuelta, sentado en el extremo del escritorio, y me encaró.
“Ahora debes conocer las normas”, señaló.
“¿Normas?”, pregunté confundida.
Me miró como si yo tuviera alguna deficiencia mental, y me incliné hacia atrás cuando se inclinó sobre mí.
Sus ojos se ensombrecieron bajo la luz. Olfateó el aire ligeramente y su cercanía hizo que mi ritmo cardíaco se acelerara.
Estaba tan cerca de mí que podía sentir su aliento en mis labios. Incluso sentado era imponente en comparación conmigo.
Exhalaba un agradable aroma varonil, que era una mezcla de sándalo y agujas de pino. Aquel olor me hizo sentir atraída por él, así que me incliné sobre su cuerpo involuntariamente.
“Sí, normas. ¿Ya las conoces?”, me preguntó.
Asentí, saliendo de aquel extraño trance en el que había caído, y se echó hacia atrás al tiempo que una mueca burlona se dibujaba en sus labios, como si fuese consciente de cuán intimidada me sentía ante nuestra proximidad.
“Siempre debes llamar a la puerta antes de entrar en nuestras oficinas, no puedes atender llamadas telefónicas personales, no puedes ponerte melodramática y no debes fisgonear. También tendrás que firmar un acuerdo de confidencialidad y diligenciar un cuestionario para empleados”, explicó atropelladamente mientras me sentía abrumada por la confusión.
“¿Debo firmar un acuerdo de confidencialidad?”, le pregunté.
“¿Acaso tienes problemas de audición? ¿Debo repetir todo de nuevo?”, me preguntó con sorna.
Negué con la cabeza y fruncí los labios.
“Bien, ahora traeré los documentos. También necesitaremos tus datos de contacto y la información de tu cuenta bancaria”, repuso.
“Pero el departamento de recursos humanos ya tiene en su poder dicha información”, repliqué sorprendida, pero me lanzó una mirada hostil, así que preferí guardar silencio.
“Bien, como te decía, es preciso que disponga de tu información bancaria para poder organizar tus pagos. Además, hay algunos otros documentos que deben ser cumplimentados. Serás nuestra asistente personal, y no solo aquí en la empresa, sino también fuera de ella. La empresa no pagará tu salario. Lo haremos nosotros personalmente. Como señalé anteriormente, ahora nos perteneces”, declaró haciendo una mueca malévola.
Sus palabras resonaban en mi mente. Mi madre me mataría si me convertía en la esclava de alguien.
¿Quién iba a llevar y traer a Maya de la escuela? Aquello era una locura, pero, por otra parte, si me rehusaba a obedecer sus deseos de todos modos mi madre me asesinaría, pues ello supondría mi despido.
Eli sacó los documentos y los arrojó sobre el escritorio, frente a mí. Aquella pila de papeles era desalentadora.
Me preguntaba qué era lo que pretendían ocultar o qué clase de información secreta temían que se divulgara. Eso era algo que me hacía sentir inquieta.
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