Destinada a ellos -
Capítulo 38
Capítulo 38:
Encendí la luz de la cocina y comencé a guardar los platos y a realizar la limpieza. Al terminar me preparé un café y en ese momento Cyrus entró.
“¿Qué es lo que quieres?”, le pregunté.
“Nada. Simplemente quería ver cómo estabas, pues llevas mucho tiempo aquí abajo. Escuché que hablabas con Maya”, me dijo mientras se sentaba a la mesa del comedor.
“¿Dónde está Eli?”, le pregunté.
“Dormido. Tratando de dormir, para ser más exacto”, repuso. Alcé la jarra del café y él asintió.
Le preparé un café y se lo entregué.
“Funcionará, jamás he visto a alguien que rompiera la compulsión sin la persona que solía romperla”, me dijo. No entendí lo que estaba diciendo, pero no me esforcé por comprenderlo.
“¿Por qué desean con tanta ansiedad ir a Soya”, le pregunté intrigada.
“Tenemos razones para ello y la principal es que la vida de tu familia estaría en riesgo si permaneces aquí”, respondió.
“No veo por qué. Hemos vivido aquí toda mi vida y antes de que ustedes irrumpieran en nuestras vidas nuestra existencia no era tan dramática”, le dije mientras sorbía mi café
“No te preocupes ya lo entenderás”, replicó.
“Pero yo no quiero esperar, quiero entender ahora mismo la situación”, le dije.
Estaba harta de tanta reserva. Numerosos secretos sobre mí propia familia y amigos habían salido de la luz y ahora comenzaba a preguntarme si yo simplemente era incapaz de comprender lo que sucedía o si todos estaban mintiéndome.
¿Cómo era posible que papá le hubiera ocultado eso a mamá o que ella ya lo supiera y fingiera no saberlo? Sam conocía a mi padre. ¿Acaso era una coincidencia que nos hubiéramos encontrado?
“Te prometo que no lamentarás haber venido con nosotros”, me aseguró.
“Pues ya lo lamento y ni siquiera hemos partido”, repliqué.
“¿Quieres saber qué es lo que realmente lamento?”, le pregunté a continuación. Permaneció pensativo unos instantes.
“Haber subido a ese maldito ascensor”, expliqué.
“En realidad no lo lamentas: solo estás molesta. Pero no te preocupes. Todo saldrá bien, ya verás”, respondió.
“Lo que veo es que los demás siempre deciden las cosas por mí. Jamás tienen en cuenta mi opinión. Ustedes pensaron que yo quería ser una simple secretaria, que no tenía grandes ambiciones, que quería criar a la hija de mi hermana y que sería responsable por todo aquello que estuviera fuera de mi control. Mis esfuerzos han sido en vano porque en cuestión de días ustedes han trastocado mi mundo. Por culpa de ustedes tendré que esperar para hacer realidad mis ambiciones”, espeté.
“Pero aún estás a tiempo de alcanzar tus metas. Estaremos a tu lado para ayudarte en ese propósito”, repuso.
“Verás, todo lo que quería era ser responsable solo de mi misma, hacer lo que quisiera sin las restricciones de los horarios y sin que nadie obstaculizara mis acciones. Pero ahora el hecho de que esté con ustedes supone que habrá alguien más a quien deba rendir cuentas y pedirle permiso”, me lamenté.
“No te preocupes, ya te acostumbrarás. No siempre se logra lo que se quiere y es preciso adaptarse a las circunstancias”, señaló.
“¿Adaptarme? ¿Qué diablos crees que he estado haciendo toda mi vida? No he hecho más que adaptarme. Me adapté a desempeñar tres trabajos e ir a la escuela porque mi padre murió y estábamos a punto de perder todas nuestras posesiones. Me adapté al hecho de tener una boca extra que alimentar y a criar a alguien cuando yo solo era una niña. Me adapté a la drogadicción de mi hermana. Mi existencia ha sido un sinfín de adaptaciones, así que supongo que una más no tiene mayor importancia, ¿Verdad?”, declaré en tono exaltado.
Guardó silencio mientras escuchaba mi perorata. Oí que mi madre se aclaraba la garganta en las escaleras.
Seguramente el sonido de mi voz la había despertado. Entonces me sentí mal. Me preguntaba qué era exactamente lo que había escuchado.
A juzgar por su expresión, había oído todas y cada una de mis palabras.
“¿Por qué estás levantada?”, le pregunté mientras le echaba un vistazo al reloj.
Vi que eran las 5 de la mañana. Cyrus se enderezó y escuché que Eli bajaba las escaleras detrás de ella.
De modo que acababa de despertar a toda la casa. Desde que los había conocido era incapaz de dominar mis emociones.
“Vete”, dijo mi madre en voz baja.
“¿Qué dices?”, repuse incrédula.
“Puedes irte a Soya. Tienes razón, ya has hecho bastante. Has asumido responsabilidades que no te correspondían y olvidé que tenías planes personales que llevar a cabo”, explicó.
“Pero no puedo dejar a Maya”, objeté.
Hizo un ademán de negación con la cabeza y observó:
“Nunca fue tuya. No tenías por qué asumir esa responsabilidad y tampoco yo. No deberías haber renunciado a tus ambiciones personales por nosotras. Solo tienes 24 años de edad y lo único que has hecho es ayudarnos con abnegación y permanecer junto a nosotras porque no quieres dejarme sola. De modo que ahora estoy tomando esa decisión por ti. Vete. Yo me ocuparé de todo aquí”.
“¿Pero qué pasará con Taylor?”, le pregunté en tono angustiado.
“Tampoco es tu responsabilidad. Yo lidiaré con ella. No te preocupes, estaremos bien. Ahora vete y vive tu vida, sin tener que preocuparte por citas ni horarios escolares, ni por mí”, me dijo.
No acerté a responder. Los términos en los que se había expresado me hacían pensar que consideraba que ellas constituían una carga para mí, pero yo odiaba que viera las cosas de ese modo.
Hacíamos todo juntas y nos ayudábamos mutuamente a conservar la cordura en medio de las dificultades que atravesábamos.
El sentimiento de culpa que me embargaba me impedía marcharme, pero mi madre era parte de mi familia, me había criado, así que para mí aquello no era una carga. Simplemente se trataba de algo necesario.
Había una razón para todo lo que habíamos hecho juntas, ya fuera ocuparnos de la administración del hogar, lograr reunir el dinero necesario para sufragar nuestros gastos o ayudar en la crianza de Maya. Pero ahora me pedía que me marchara.
Sus palabras hicieron que las lágrimas asomaran a mis ojos. Agarré mis llaves de la encimera, salí de la cocina y me dirigí a la puerta de entrada de la casa.
“¡Espera!”, me dijo mi madre.
Yo estaba harta. Ansiaba gozar de mi libertad, pero no en tales circunstancias. No tenía el menor deseo de ir con ellos a Soya.
Al llegar a la puerta de entrada la abrí se cerró a mis espaldas y corrí hacia mi automóvil. Luego, me subí en mi pequeña bestia y en ese momento la portezuela del pasajero se abrió y Eli subió al automóvil.
“¡Apártate ahora mismo, Eli!”, le grité, invadida por un sentimiento de frustración.
“¡No lo haré! ¿Por qué te marchas?”, repuso.
“Sal del maldito automóvil!”, insistí, gritando aún con más fuerza, pero no me obedeció.
En vez de ello, quitó bruscamente las llaves del encendido. Un arrebato de furia se apoderó de mí. Me volví en mi asiento y lo abofeteé. Lanzó un gruñido y me dijo:
“Fingiré que no me golpeaste”. Luego, me lanzó una mirada hostil al tiempo que se frotaba la mejilla.
Mi respiración se aceleró mientras trataba de no desmoronarme. Mi vida había sido completamente trastocada.
“Sé que estás molesta, soy consciente de que no deseas esto, pero debes calmarte. No tengo mucha paciencia, así que será mejor que recuperes la compostura y afrontes la situación, en vez de huir de nosotros”, me dijo Eli al tiempo que abría la puerta del automóvil y salía del mismo.
Caminó de vuelta a la casa, dejándome sola en el vehículo. No podía creer que mi madre me permitiera marcharme.
Siempre había querido ser una mujer libre de ataduras, pero ahora esa perspectiva me atemorizaba.
Técnicamente no sería completamente independiente, pero aun así estaba renunciando a todas las responsabilidades inherentes a la vida en el seno de mi familia.
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