Destinada a ellos -
Capítulo 37
Capítulo 37:
Cyrus caminó hacia ella y agarró su rostro. Vi que el rostro de mi madre se aflojaba mientras lo miraba fijamente. Ella tenía los ojos vidriosos.
“¡Ya déjala en paz!”, le dije mientras me tambaleaba hacia la puerta de mi habitación. Era como si caminara en la luna, pues el suelo se movía bajo mis pies.
“Todo está bien, Debbie, no te preocupes. Ahora ve a dormir y olvida este encuentro”, le dijo Cyrus antes de soltarla.
Ella se volvió y caminó de regreso a su habitación, como si un mecanismo de piloto automático controlara sus movimientos.
“¡Mamá!”, la llamé, pero ni siquiera se volvió. Simplemente entró en su habitación y cerró la puerta a sus espaldas.
“¿Qué le hiciste?”, le pregunté.
Cyrus giró sobre sus talones y me lanzó una mirada hostil. Su semblante siniestro me hizo retroceder.
Eli gruñó, entró en la habitación y cerró la puerta. Los latidos de mi corazón se aceleraron y las corvas de mis rodillas golpearon la cama, lo que hizo que cayera sobre esta.
“No puedo creer que lo hayas buscado, cuando sabes que soy yo quien te ha marcado”, bramó Eli. Se me puso la piel de gallina y mi cabello se erizó.
“No puedes obligarme a dejar de hablar con mis amigos, no puedes arrogarte ese derecho”, repliqué con furia.
“No es un amigo, tú lo sabes. Partiremos mañana hacia Soya y vendrás con nosotros”, me dijo Eli al tiempo que daba un paso adelante y aferraba mi brazo.
“Suéltala”, le ordenó Cyrus.
“Pero besó a ese b$stardo “, objetó.
“Lo sé: yo estaba allí. Ahora suéltala”, insistió Cyrus.
Entonces obedeció y me empujó sobre la cama, pero me levanté de inmediato, con la intención de salir de la habitación para ver cómo se encontraba mi madre.
“No vas a salir de este maldito cuarto, así que ahora siéntate o nos iremos de inmediato”, gruñó Eli mientras me volvía a empujar.
“No pienso permanecer aquí mientras ustedes sigan actuando así y no voy a ir a esa maldita Soya”, grité.
Ya estaba harta de decirles que no me marcharía. Logré soltarme de su brazo y caminé hacia la puerta.
“Ayudaré a tu hermana a comenzar una nueva vida”, me prometió entonces Cyrus, lo que hizo que yo dejara de avanzar.
“¿Qué dices?”, repuse, preguntándome cómo sería posible aquello.
“Podemos borrar su historial con facilidad y puedo obligarla a hacer mi voluntad. Me obedecerá como lo hizo tu madre, tu hermana jamás volverá a ser adicta a las drogas. De ese modo Maya podrá volver a estar con su madre y tú no te sentirás culpable por haber dejado a tu madre”, explicó Cyrus a mis espaldas.
Sentí entonces que llevaba su mano a mi cadera y que luego recostaba mi espalda contra su pecho.
“Ayudaré a tu hermana, siempre y cuando vengas con nosotros y dejes de luchar contra el vínculo de pareja”, me susurró al oído. Me estremecí al sentir su aliento en mi cuello.
Sacudí la cabeza en ademán de rechazo.
“Piensa que así Maya podría recuperar a su madre, tu madre volvería a estar con su hija y tú tendrías a tu hermana”, señaló.
“Pero me habría marchado”, susurré.
“Así es. Podrán visitarte pero no regresarás en mucho tiempo”, repuso mientras deslizaba su mano sobre mi estómago.
“Te aseguro que serías muy feliz en nuestra compañía. Nosotros seríamos tuyos y tú nuestra”, dijo y luego besó mi mandíbula.
Deslizó su mano por debajo de mi camisa y sentí que saltaban chispas en cada parte de mi piel que tocaba.
“¿Te gustaría ser nuestra?”, me preguntó mientras besaba mi cuello.
Me recliné en él, seducida por el roce de sus manos, que recorrían mi piel. Sentí un hormigueo que descendía por todo mi cuerpo hasta que el centro del mismo vibró.
“Di que sí”, gruñó mientras deslizaba su mano dentro de mis pantalones y luego aferraba mi zona íntima.
Sus manos frotaban mi raja. Sus dedos estaban humedecidos por los fluidos que mi cuerpo secretaba debido a la excitación,
“Entrégate a nosotros, mi amor”, me susurró mientras deslizaba su nariz a lo largo de mi cuello hasta llegar a mi mandíbula.
Besó la marca de Eli y me estremecí. Sus colmillos presionaron mi cuello y de repente me sentí extrañamente ligera, como si flotara.
“No puedo despertar a la abuela, Ada”, gritó Maya desde el otro lado de la puerta mientras llamaba suavemente a la misma, haciéndome salir de mi ensimismamiento.
Retiró su mano de mis pantalones y caminé hacia la puerta. Al abrirla la vi de pie en el umbral, con su peluche de unicornio bajo el brazo.
Su cabello estaba revuelto y tenía puesta la pijama de unicornio que hacía juego con su peluche. La alcé y la llevé a su cuarto, donde la volví a acostar.
“Solo está dormida, debe estar cansada”, le dije mientras la arropaba. Pero cuando me dispuse a salir de su habitación, habló.
“Quiero que duermas conmigo”, me pidió mientras se movía en su cama sencilla.
Caminé hacia la puerta de la habitación, apagué la luz y me acosté junto a ella. Me rodeó el cuello con su pequeño brazo mientras se acurrucaba contra mí.
“¿Tía Ada?”
“¿Sí, Maya?”
“La abuela se sentirá triste cuando te vayas, y mamá también”.
“¿Acaso estabas escuchando desde el otro lado de la puerta? ¿Sabes lo que opina la abuela sobre escuchar conversaciones disimuladamente”?”, le pregunté. Guardó silencio.
“¿De verdad puede el Señor Cyrus hacer que mami vuelva a ser normal?”, me preguntó. Sus rizos me hacían cosquillas en la mejilla mientras se acurrucaba aún más contra mí.
“No lo sé”, repuse, pues no estaba segura de sí podría curar su adicción por arte de magia, algo que nosotros habíamos intentado lograr infructuosamente durante años.
Se me antojaba imposible que alguien pudiera hacer que dejara las drogas después de haberlas consumido durante tantos años.
“¿El Señor Cyrus lo intentará?”, insistió. Me volví hacia ella y le aparté el cabello del rostro.
“Lo hará si me voy con ellos, lo que significa que ya no viviré aquí”, respondí. Observé que fruncía las cejas y luego me miraba.
“¿Pero te veré todos los días?”, me preguntó.
Yo tenía los ojos arrasados en lágrimas. Mi madre y yo la habíamos criado durante años, así que mi vínculo con ella era más fuerte que el que la unía a su madre.
Sin embargo, en realidad no era mía. Debía dejarla, pues si la llevaba conmigo seguramente mi madre moriría de tristeza.
Había soportado un gran dolor, así que no podía llevarme al único ser que le daba ánimos para seguir adelante.
“No, pero podrás llamarme por teléfono y tal vez visitarme. Quizás pueda venir a verte”, contesté mientras me preguntaba con quién elegiría estar ella.
En todo caso, yo ya había tomado una decisión. Taylor era mi hermana y la madre de Maya. Por doloroso que fuera alejarme de Maya, estaba dispuesta a sacrificarme por mi familia, pues consideraba que esta era lo más importante.
“Te extrañaré cuando te vayas”, susurró.
Asentí al tiempo que tragaba saliva a través del nudo que se me había hecho en la garganta y luego le dije:
“Yo también te echaré de menos”.
Cuando Maya se quedó dormida salí de su pequeña cama y luego la arropé. Abandoné la habitación y cerré la puerta. Luego, bajé las escaleras, mientras un torbellino de pensamientos se agitaba en mi mente.
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