Destinada a ellos
Capítulo 33

Capítulo 33:

“¿A quién le escribes?”, preguntó Eli, dándose la vuelta en su asiento para mirarme.

Tragué saliva, asustada. ¿Se enfadarían si hablaba con Sam? No tenía dudas de que les molestaría. Así que borré los mensajes, bloqueé mi teléfono y lo metí de nuevo en mi bolso.

“Solo mi madre, está preocupada por Taylor”, comenté.

Eli me miró solo un segundo y se dio la vuelta, entretanto, Cyrus me miró por el espejo una vez más, antes de volver su mirada a la carretera.

Una vez que llegamos al trabajo, tomamos el ascensor hasta nuestro piso, el teléfono de Eli sonó, él contestó, entró a su oficina y cerró la puerta detrás de él.

Yo caminaba hacia mi escritorio, cuando Cyrus agarró mi brazo y me condujo a su oficina, adonde me hizo entrar a empujones. Cerró la puerta con llave y yo casi tropecé con los malditos tacones.

“¿Me lo pasas?”, sugirió, en tanto se acercaba hacia mí: su mirada furiosa me hizo retroceder un paso.

“Tu teléfono, sé que mentiste, ahora dame tu teléfono, Adeline”, manifestó.

De todos modos, yo negué con la cabeza y retrocedí otro paso, en ese momento, sus ojos se pusieron rojos, su rostro se volvió demoníaco y observé cómo sobresalían sus colmillos. Mi trasero estaba pegado a su escritorio.

“Ahora, Addie”, exigió y extendió su mano, expectante.

“Yo no mentí”, me justifiqué.

No me creyó, me arrancó el bolso y hurgó en él hasta sacar mi teléfono. En cuanto hizo clic en la pantalla, se dio cuenta de que había cambiado la contraseña, antes usaba mi cumpleaños.

“Desbloquéalo”, me conminó,

“No, solo hablaba con mamá”, insisti.

“Si eso es cierto, no tendrás ningún problema con que vea tu teléfono. Ahora, desbloquéalo, Addie, o no te gustará lo que haga a continuación”, amenazó, poniendo mi teléfono en mi mano.

Tan pronto como lo desbloqueé con la fecha de nacimiento de Maya, él me lo arrebató y buscó mis mensajes.

Como estaba vacío porque yo los había borrado, él colocó mi teléfono en su escritorio, con un gruñido, y se inclinó más cerca de mí, yo me recliné hacia atrás en cuanto él se elevó sobre mí.

“¿A quién le enviabas mensajes, Addie?”, gruñó, debajo de mi oído, quedé atrapada entre sus manos a cada lado.

“A mi mamá”, tartamudeé

Mi sangre se heló ante su rostro cada vez más cerca de mi cuello, sentí su lengua recorrer mi marca y temblé.

“Solo te preguntaré una vez más, Addie. ¿A quién le enviabas mensajes”, reiteró.

Podía sentir el soplo de su aliento en mi cuello, mientras su mano se movía para envolverme la garganta con sus dedos.

“Odio a los mentirosos”, gruñó.

Me apretó tanto que jadeé y las lágrimas se derramaron por mis mejillas, todo mi cuerpo comenzó a temblar.

“¡Cyrus!”, jadeé, tratando de respirar, pues me apretaba tanto que me faltaba el aire.

Luego, de repente, él aflojó un poco sus dedos y besó mis labios con suavidad, mi rostro cambió de color.

Al mismo tiempo, con su otra mano, abría el botón de mi blusa y comenzaba a rozarme el escote, sin soltarme la garganta.

“Lo averiguaré, y cuando lo haga, desearás nunca haber mentido, Addie”, vaticinó.

Su uña se movía por encima de mi sostén, pero luego la clavó sobre mi pecho, me arrancó un gemido y una gota de sangre.

Él me agarró de la barbilla, giró mi rostro hacia otro lado y, de inmediato, hundió su cabeza para recorrer con su lengua el corte que había hecho. Después, besó mi mandíbula y un lado de mi boca.

“Sabes tan bien”, susurró contra mis labios, antes de morder mi labio inferior y chuparlo con su boca. Sus colmillos lo cortaron y me hicieron gritar de dolor.

“¿Me mientes?”, preguntó de nuevo, pero yo no respondí nada.

Entonces, envolvió su brazo en mi cintura y me empujó sobre su escritorio ubicándose entre mis piernas.

“Tengo formas de hacer que hagas lo que quiero, ¿Quieres que te lo muestre?”, insinuó.

Sacudí mi cabeza en negación, sin entender qué quería decir. Sus manos abrieron mis muslos y subieron mi falda hasta mis caderas, mi ropa interior de encaje negro quedó expuesta.

“Sam, hablaba con Sam”, confesé, apenas sentí su mano rozar el encaje sobre mi c$ño.

Gruñó por lo bajo, antes de retirar su mano y agarrar la cintura de mis bragas y rasgarlas por mis piernas. Justo en ese instante, la puerta se abrió, Eli entró y me miró sorprendido.

“¿Qué estás haciendo, Cyrus?”.

“Asegurándome de que nunca mienta de nuevo”, informó y me sacó del escritorio.

Traté de alejarme y de bajarme la falda: pero él tiró de mí y me colocó sobre su regazo a la vez que se sentaba en el sillón.

Traté de levantarme, aunque su mano en el centro de mi espalda me mantenía en posición. Eli se acercó y se apoyó en el escritorio.

Entonces, lo miré con pánico pues yo me preguntaba a qué diablos jugaba Cyrus. Eli sonrió y se arrodilló junto a mí, tomó mi barbilla y me obligó a mirarlo.

“No volverás a mentir, ¿Verdad?”, preguntó.

Yo negué con la cabeza y traté de levantarme, pero Cyrus me empujó hacia abajo otra vez. Sentí su mano subir mi falda hasta la parte baja de mi espalda y luego frotar mi trasero.

Eli me sostuvo más fuerte de la barbilla y luego su boca buscó la mía. Su lengua jugaba con mis labios, cuando sentí la mano de Cyrus golpear mi trasero con un fuerte sonido de carne contra carne.

Me ardió la piel y mis ojos lagrimearon, incluso, g$mi en la boca de Eli. Luego, la mano de Cyrus acarició donde me había golpeado, calmando el dolor, mientras un hormigueo recorría mi piel.

“Dile a Eli con quién hablabas, Addeline”, indicó Cyrus, mientras sus dedos se movían entre mis piernas, pasando por mi raja.

“Sam, hablaba con Sam”, confesé.

Luego, sus dedos se deslizaron entre los labios y se sumergieron en mi húmedo calor, haciéndome jadear.

Muy lento, los movía dentro y fuera. Me sorprendió lo húmeda que estaba, la excitación me había inundado, así que él continuó, hasta hacerme g$mir.

“¿Qué quería Sam?”, preguntó Eli.

Todavía sujetaba mi barbilla, pero mi rostro ardía por la lenta tortura de Cyrus de meter y sacar sus dedos.

Negué con la cabeza y presioné mis labios, pronto, sentí que los dedos me dejaban. De nuevo, su mano golpeó mi trasero, de seguro, mi piel estaría roja, me hizo gritar y estremecerme, ante ese violento chirlo que quemó mi piel.

En ese momento, Eli me agarró más fuerte y me obligó a mirarlo a los ojos. En tanto él me estudiaba el rostro, surcado por lágrimas, la mano de Cyrus sobre mi nalga dolorida me hacía temblar, por la intensa sensación de ardor.

“¿Qué quería Sam?”, repitió Eli.

De todos modos, lo fulminé con la mirada, así que él le hizo un gesto a Cyrus, quien, de inmediato, me dio una palmada sobre la parte posterior de mis muslos, me sacudí, atragantada con mi sollozo.

“Responde, Addie, se pondrá peor sino lo haces”, advirtió Cyrus.

Otra vez, con su mano calmó el escozor, luego, volvió a la cima de mis piernas y empujó sus dedos dentro de mí, haciéndome jadear.

“Tan húmedo, tan apretado”, consideró él.

Los sumergió más profundo y me hizo g$mir a viva voz.

“¿Vas a responder?”.

Negué con la cabeza y apreté mis labios. Permanecí perdida en la sensación de sus dedos en lo profundo de mí, hasta que desaparecieron de nuevo.

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