Destinada a ellos
Capítulo 32

Capítulo 32:

“No puedo hacer esto. No puedo hacer esto nunca más”, lamentó mi madre y se alejó.

La oí subir las escaleras, sin duda, para tratar de consolar a Maya. Eli mantuvo inmovilizada a mi hermana hasta que llegó la policía.

Durante su arresto, descubrimos que también tenía órdenes de arresto pendientes. Mientras se la llevaban, ella pateaba y gritaba: los vecinos, asomados para averiguar de qué se trataba el alboroto, susurraban entre ellos.

El día recién había comenzado y ya me sentía agotada. Los gritos me habían despertado demasiado temprano en la mañana.

Cuando de nuevo entré, le hice saber a mi madre que ya se habían llevado a Taylor. Aunque Maya había dejado de llorar, estaba claro que, ese día, mi madre no iría a trabajar y que la niña tampoco iría a la escuela.

Eli y Cyrus permanecían en silencio, solo observaban lo que sucedía, sin interferir: yo agradecía esa actitud, porque lo último que necesitaba era lidiar con ellos.

“¿Café?”, pregunté, con la tetera en la mano.

“Yo lo haré, prepárate para el trabajo”, comentó Eli. Asentí con la cabeza y subí las escaleras, agarré mi ropa para ir al baño a darme una ducha.

Tan pronto como mi hermana dejó la casa, habían aflorado el vacío y la culpa, ya sola me largué a llorar. Mis lágrimas caían silenciosas por el desagüe.

Odiaba esa parte de la adicción a las drogas cuando ya simplemente no puedes verlos mejorar, cuando sientes que los lastimas si tienes que recurrir a la policía y ver cómo se los llevan a rastras.

Ver a tu ser querido debilitarse en una adicción es como verlo suicidarse lentamente, una y otra vez, la persona que amas con todo tu corazón comienza a convertirse en un extraño para ti,

Habíamos estado transitando ese camino con ella durante años. Primero, no lo entendíamos. Mi madre trataba de descifrar dónde se había equivocado, se culpaba a sí misma por su forma de ser.

También tratábamos de ayudar, pero no era posible, una y otra vez, veíamos cómo mi hermana se saboteaba a sí misma, además de decepcionarnos, así que nos llenábamos de ira.

Luego, ya sin energía para seguir intentando, nos embargaba la culpa y el temor. Todas las noches temíamos que la policía llamara a nuestra puerta para decirnos que la habían hallado muerta en una alcantarilla o en algún lugar.

Entonces, todo el proceso comenzaba de nuevo, tratábamos de ayudar, sin ningún resultado. Como la había observado deteriorarse a lo largo de los años, sabía que eso terminaría enterrándola, porque no sabíamos cómo salvarla.

Eso era la adicción a las drogas, así era vivir con ella, no solo los mata a ellos, también te mata a ti, cada vez que consumen un poco, hasta que te rindes y te alejas, o los entierras.

Algunos se limpian, pero otros no. Siempre me encantaba escuchar historias de aquellos que lograban recuperarse.

Solían darme esperanza para ella, pero ya no podía imaginar que ella pudiera regresar con nosotros.

Para tranquilizarme, me bañaba antes de salir. Me sequé y me vestí muy rápido, envolví mi cabello en una toalla y caminé hacia mi habitación. Secaba mi cabello deprisa, cuando vi a Cyrus entrar a la habitación de mi madre con un café.

“Gracias, querido”, la escuché decir, en cuanto apagué el secador.

Como la huella de la mano de mi hermana se había grabado en mi piel, tomé mi bolsa de maquillaje. En ese momento, él entró y colocó una taza en mi tocador.

“Gracias”, mencioné y seguí buscando mi base de maquillaje.

Él me tomó de la barbilla y me obligó a mirarlo a los ojos. Luego, giró mi rostro para inspeccionar la marca dejada por mi hermana.

“¿Estás bien?”, preguntó, en tanto pasaba su pulgar sobre mi labio inferior. Aparté la mirada y me volví hacia el espejo.

“Estoy bien, bajo en un minuto”, anuncié, esperando que se fuera. En vez de irse, él cerró la puerta.

“¿Qué haces?”, pregunté, confundida.

Sin demora, él me agarró de la muñeca y me acercó a él, envolvió su brazo alrededor de mí y me sostuvo cerca, con su barbilla sobre mi cabeza. Dejé que me aplastara contra él, a la espera de que me soltara.

“No te soltaré hasta que me devuelvas el abrazo”, sentenció, a la vez que besaba mi cabeza. Puse los ojos en blanco, antes de envolver mis brazos alrededor de su cintura.

“Vi eso”, advirtió y me hizo retroceder para mirarlo.

“El espejo, la próxima vez que quieras poner los ojos en blanco no lo hagas frente a un espejo”, alertó, entre risas, y volvió a besar mi cabeza.

Negué con la cabeza hacia él también jugaba una sonrisa en mis labios.

“Ves que los humanos se pueden arreglar con abrazos”, consideró, también sonriente.

“Qué criaturas tan emocionales”, murmuró.

“¿Entonces no sientes emociones?”, le pregunté, ya aplicando mi base. Él me miró y me quitó la brocha de aplicación.

“Déjate de esa porquería, hace que tu piel se vea rara”, refunfuñó, antes de usar la toalla húmeda para limpiar la base aplicada.

“Ah, la gente se quedará mirando”, protesté y señalé mi mejilla.

“Casi no se nota, solo déjate el cabello suelto. Además, de todos modos, no hay nadie en nuestro piso”, aclaró y terminó de limpiar mi rostro.

“Mejor”, aprobó.

Comenzó a besarme y me atrapó con la guardia baja. Sentí su lengua recorrer mi labio inferior y mis labios se separaron, su lengua se movió entre mis labios, mientras me acercaba más para profundizar el beso.

Nuestras lenguas jugaban juntas, cuando mis brazos rodearon su cuello para acercarlo aún más.

En cuanto sus manos fueron a mis caderas y me levantó, mis piernas se envolvieron alrededor de su cintura, entonces, él me presionó contra mi tocador.

Sus labios comenzaron a bajar, mientras me mordía y chupaba la piel de mi cuello, extrañas chispas danzaban sobre mi piel y le subían la temperatura.

En ese instante, la puerta se abrió y me quedé congelada, pues se trataba de Eli. Él sonrió y yo traté de bajar mis piernas y ponerme de pie, pero Cyrus solo me acercó más.

“Me preguntaba por qué tardaban tanto”, comentó Eli, acercándose y besando mi hombro.

Las chispas se arremolinaban donde él me había tocado: sus labios en mi piel me hacían temblar.

“Probablemente deberíamos irnos”, sugerí. Cyrus suspiró antes de dejarme.

Sentía mi rostro sonrojada por lo que acababa de permitir. Sin embargo, no podía entender los sentimientos que me despertaban.

Sabía que debía tenerles temor, y lo hacía, pero ¿Era irracional aun así desearlos? Mi mente estaba desgarrada. No ayudaba que mi cuerpo se sintiera enloquecido alrededor de ellos.

“Se supone que debes sentirte así, no te avergüences, Addie”, declaró Eli, y me besó en la mejilla.

“Vamos, debemos irnos”, recomendó Cyrus y abrió la puerta. Preparada para todo, me despedí de mi madre y los seguí.

Yo iba en el asiento trasero, adelante, Cyrus conducía y Eli hacía una llamada telefónica. Vi a Cyrus mirándome en el espejo y desvié la mirada de pronto, mi teléfono comenzó a vibrar en mi bolso.

Mi corazón dio un vuelco apenas vi la pantalla. De un vistazo, vi que Cyrus me observaba una vez más, entonces, rechacé la llamada de Sam.

No obstante, volvió a sonar, aunque lo rechacé de nuevo, para enviarle un mensaje y decirle que no podía hablar en ese momento.

“¿Addie, está todo bien?”, preguntó el conductor.

“Sí, todo está genial”, mentí, mientras leía el mensaje de texto entrante en la pantalla de mi teléfono y pensaba en contestarlo.

Sam me pedía que lo encontrara por la noche en los muelles.

Le respondí que no podía hablar en ese momento, pues estaba con mis jefes. Como él insistió con que nos viéramos esa noche, escribí que lo intentaría.

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