Destinada a ellos
Capítulo 28

Capítulo 28:

“Llamadas que no has tratado de hacer ni una sola vez, Adeline. Desconectaste tu teléfono, así que no me regañes. Debiste haberme dicho que estabas involucrada con otra persona en lugar de dejarme averiguarlo cuando te atraparon escabulléndote conmigo”, reclamó y se puso de pie, sus manos en puños a sus costados.

Nunca lo había visto así de enojado su ira me asustaba.

“¿De qué hablas, Sam? No tiene ningún sentido lo que dices”, objeté. Sin embargo, él levantó las cejas hacia mí.

“No puedo creerte. Supe tan pronto como se sentaron que los estabas f&llando, por la forma en que me miraron. Luego, en lugar de elegirme, te quedaste allí, ¿Sabes lo humillante que fue eso?”, manifestó.

“¿De quién hablas? No recuerdo nada de esa noche, Sam, por eso estoy aquí. Solo recuerdo despertarme y descubrir que me mordiste y no devolvías mis llamadas”.

“Te mordí, nunca te mordí, Adeline, ni siquiera nos fuimos juntos. Te fuiste con tus jefes, vi todo mientras te metían en el auto y te fuiste con ellos. No puedo creer que no me lo dijeras, me podrías haber ahorrado la humillación”.

“Nunca me fui con ellos, vine aquí contigo”, aseveré, tratando de estrujarme el cerebro. Aunque sonaba bien, no podía recordarlo.

“No, Adeline. Te fuiste con un hombre llamado Eli. Nunca supe el nombre del otro”, informó y se frotó el rostro.

“¿Te hicieron algo?”.

“No, yo… no recuerdo, solo me desperté con una gran mordedura en mi cuello, pensé que lo habías hecho tú”, confesé.

“Muéstrame, nunca volviste a casa conmigo. Adeline, fuiste a casa con tus jefes, no conmigo”, enfatizó.

Luego, se puso de pie y me subió la camisa.

“¿Dónde está?”, preguntó.

“No, está en mi cuello”, puntualicé, bajando el cuello de mi camisa y moviendo mi cabello.

Sam jadeó y retrocedió en el acto.

“Fuera, fuera ahora, Adeline”, indicó.

“¿Qué?”.

“Fuera de mi casa, Adeline. Te han marcado”.

“¿Marcado?”“, repetí, aturdida.

“Fuera”, gritó, golpeando su mesita de noche con el puño.

Salí corriendo de la habitación y bajé las escaleras, sin entender qué le había pasado. De todos modos, una cosa estaba clara.

Tenía que ir a ver a Eli y Cyrus y ellos tenían que explicarme qué carajo había pasado la otra noche.

Cuando iba a subirme al auto, Sam salió a las corridas por la puerta y se detuvo en el escalón. Abrí la puerta, pero él solo sacudió la cabeza y levantó la mano.

“Lo siento Adeline, no puedo estar contigo ahora”, se disculpó.

“¿De qué estás hablando?”.

“Esa marca en tu cuello, te ha reclamado uno de ellos, ahora les perteneces”, declaró.

“Sam, no tiene ningún sentido”.

“Ve a preguntarles, ve a preguntar a tus jefes”, recomendó y se metió adentro de la casa.

Me dejó allí, toda confundida. Me metí en mi coche y cerré la puerta. Salí manejando antes de sacar mi teléfono de mi bolsillo y marcar el número de Cyrus.

Aunque el teléfono sonaba, él no contestaba. Era tarde, tal vez eso podía esperar hasta el día siguiente, pero me encontré conduciendo en dirección a su oficina y tratando de recordar la dirección en la que vivían.

Por fin, cuando me estaba por dar por vencida y dar la vuelta para dirigirme a casa, mi teléfono sonó a través del Bluetooth y el número de Cyrus apareció en la pantalla de mi estéreo,

“¿Dónde estás?”, pregunté, sin siquiera molestarme en saludar, pues necesitaba respuestas y me las iban a dar.

“En casa, ¿Estás bien?”, preguntó él. Podía escuchar la preocupación en su voz, antes de escuchar a Eli preguntar:

“¿Ella está bien?”. Su voz era solo un suave murmullo de fondo.

“Estamos en camino”, anunció Cyrus, antes de que yo dijera nada.

“No, iré allí. ¿Cuál es su dirección?”, pregunté, y me dediqué a morderme las uñas a la espera de una respuesta, al costado del camino.

“¿Todo bien Addie? Suenas molesta”.

“Estoy bien. ¿Cuál es su dirección?”, repetí.

Después de una pausa, él respondió:

“470 Lang cliff Road, ¿Estás segura de que estás…?”.

Sin darle la oportunidad de terminar, colgué y me dirigí a la autopista pues vivían en las afueras de la ciudad. Salí de la autopista y me adentré por un camino de tierra entre los árboles.

¿Qué pasaba con ellos que vivían tan aislados?

Seguí por el camino de tierra, con sus giros y vueltas, antes de ver una casa a la distancia. Las luces estaban encendidas y me detuve en el largo camino de entrada, los vi salir al porche, una vez allí, de repente me sentía nerviosa.

Las palabras de Sam se repetían en mi cabeza, debía preguntarle a mis jefes. Sin embargo, en mi memoria parcial, ellos no eran parte de eso. Así que no me explicaba cómo podrían ellos tener las respuestas que yo buscaba.

Estacioné el auto, Cyrus y Eli me observaban de pie desde la larga terraza que envolvía toda la casa, bajaron los tres escalones y mi ritmo cardíaco se aceleró tan pronto como Eli abrió mi puerta.

“¿Por qué le colgaste a Cyrus?”, preguntó y me di cuenta de que ese gesto lo había ofendido en demasía.

“Se cortó la comunicación”, mentí y él levantó una ceja en señal de que no me creía.

“¿Qué ocurre?”, preguntó Cyrus.

Yo sabía qué pensarían que era raro que los buscara en lugar de al revés. En ese momento, con ellos justo frente a mí, ni siquiera sabía cómo abordar el tema.

“¿Por qué estás nerviosa?”, preguntó Eli, ladeando la cabeza hacia un lado.

Mis ojos recorrieron la longitud de su cuerpo y las duras líneas de sus músculos, mi boca se quedó seca y mi estómago se apretó.

Su cuerpo era tan hermoso como el de Cyrus, perfecto, aunque tenía cicatrices, muchas con todo, solo lo hacían lucir más perfecto.

Negué con la cabeza, aparté los ojos de él y miré a Cyrus, que tenía una sonrisa perezosa en los labios mientras yo escudriñaba a su marido.

“Yo… yo, eh”.

No podía formar un pensamiento coherente y mis palabras empezaban a confundirse, iba a parecer una loca.

¿Exactamente de qué los iba a acusar? Ni siquiera yo misma sabía lo que quería preguntar. No obstante, apenas Cyrus se acercó a mí, retrocedí mi corazón martilleaba en mi pecho, en tanto observaba horrorizada cómo sus ojos parpadeaban extrañamente bajo las luces.

Se me hizo un nudo en el estómago por el miedo que me envolvía y me consumía. ¿Cómo nunca me había dado cuenta de lo extraño que era? Siempre ponía sus ojos cambiantes en una iluminación deficiente.

“Debo irme, no debí haber venido aquí”, expresé.

Me volví hacia mi auto y había alcanzado la manija cuando sentí su cálido pecho presionar contra mi espalda el miedo me paralizó y tragué saliva, inmóvil, con mi mano en la manija de la puerta.

“Ahora, ¿Por qué querrías hacer eso?”, preguntó Eli.

Su aliento acarició el costado de mi cuello, antes de que él pasara su nariz desde la oreja hasta el hueco de mi cuello.

Mis manos se estremecieron y temblaron un poco, en tanto su brazo serpenteaba alrededor de mi cintura acercándome más.

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