Destinada a ellos -
Capítulo 27
Capítulo 27:
Mis ojos se abrieron de golpe, miré alrededor, sin verlo ni recordar haberlo escuchado partir. Pronto, escuché una puerta cerrarse afuera, me levanté y caminé hacia allá entre bostezos. Fuera de la casa, encontré a Eli y Cyrus, junto a mi auto.
“¿Qué están haciendo?”, les pregunté, mientras Eli se ponía la chaqueta y yo contenía la risa frente a Cyrus, todavía con la camiseta de Spice Girls.
“Limpiamos tu auto, ella había hecho un gran desastre”, respondió Cyrus.
“No, no tienen que hacer eso”, objeté. Eli sacudía su cabeza.
“Ya está hecho”, replicó. Detrás de él, tenía un balde y productos de limpieza.
“No tenían que hacer eso, yo lo hubiera hecho”, comenté, un poco avergonzada de que limpiaran lo que había ensuciado mi hermana.
“Está bien, Addie, le envié un mensaje a Eli y le pedí que trajera algunas cosas, no quería despertarte”, expuso Cyrus.
“Pues gracias”, admití.
“¿Café?”, pregunté, antes de bostezar de nuevo,
“No, deberíamos irnos y tú deberías irte a la cama”, declinó la invitación Eli, dio un paso adelante y besó mi cabeza.
De manera involuntaria, me incliné hacia él, pues necesitaba su contacto. De improviso, envolví mis brazos a su alrededor, abrazándolo, se sentía cálido, se sentía como en casa.
No podía entender cómo tenían ese efecto en mí, se sentía extraño, como si los necesitara. Aunque nunca había necesitado a nadie, a ellos los necesitaba, los quería y eso me confundía.
Recién cuando Eli pasó su mano por mi cabello y acarició mi cabeza, noté mi comportamiento y di un paso atrás.
“Lo siento, no quise hacer eso”, me disculpé, sacudiendo la cabeza, y agregué
“Creo que tal vez necesito irme a la cama”.
“Está bien Addie, no nos importa que nos toques. No tengas miedo, nunca rechazaremos que nos toques”, trató de tranquilizarme Eli, pero yo fruncí el ceño.
Una vez que se fueron, entré de nuevo a la casa a ver a Maya. Ella dormía profundamente en el sofá. Así que me acurruqué a su lado.
Ni siquiera había oscurecido afuera, pero el día me pasaba factura. Además, no podía descifrar la extraña sensación de que ellos habían surgido de la nada.
Bostecé hasta quedarme dormida, pero en mitad de la noche me desperté. Genial, ahora estaría bien despierta: nunca debí haberme dormido una siesta.
Al rato, me levanté y asomé la cabeza en la habitación de mi hermana, ella todavía estaba dormida, en tanto mi madre leía a su lado con una lámpara de lectura.
Ella levantó la vista y tomó su café, yo asentí con la cabeza, pues comprendí que sin duda ella no dormiría, sino que esperaría hasta que Taylor despertara e intentaría convencerla de regresar a rehabilitación.
Tomé mi teléfono y llamé a Sam otra vez, pero no obtuve respuesta. Frustrada, tiré mi teléfono, solo para levantarlo después, él no podría ignorarme si me metiera en su casa. Con ese pensamiento, agarré un jersey y volví a la habitación de mi hermana.
“Solo voy a escabullirme por una hora, ¿necesitas algo?”, susurré, pero mi madre negó con la cabeza.
“Asegúrate de cerrar la puerta con llave”, murmuró.
Bajé las escaleras, antes de irme, quería acostar a Maya en su cama, la levanté, vi su tazón de macarrones y también lo recogí. De repente, salió una primicia en la televisión.
Un reportero de noticias informaba desde una calle que me pareció muy conocida. Así que subí el volumen y presté atención.
“Estamos en vivo en la escena donde explotó un laboratorio de metanfetamina, nueve personas murieron en un área residencial. Los bomberos se esforzaron en apagar las llamas y detener el riesgo que corrían las casas vecinas. Por desgracia, llegaron demasiado tarde para salvar a los ocupantes. Se está investigando y tratando de identificar a las víctimas, la policía ha declarado conocer la casa y ayuda con el proceso de identificación”.
Estaba a punto de apagar el televisor cuando la imagen del lugar me dejó sin aliento. Me di cuenta de que se trataba de la casa de Ethan, de donde ese mismo día había sacado a mi hermana.
Conmocionada por lo que acababa de ver, llevé a Maya a su habitación y la acosté en su cama. La arropé con la manta antes de cerrar la puerta.
Agarré mis llaves y me dirigí hacia mi auto, preparándome para el olor acre que pensaba encontrar adentro.
No obstante, cuando lo abrí, solo percibí la fragancia del ambientador en forma de árbol que colgaba de mi espejo y de los productos de limpieza, nada de mal olor como esperaba.
Sin demora, puse mi auto en reversa y salí del camino de entrada en dirección a Sam, quería obtener algunas respuestas, sobre por qué diablos me había mordido y por qué yo no podía recordar nada de esa noche.
Frente a la casa de Sam, inconfundible con su motocicleta en el camino de entrada, me estacioné. Subí por el porche delantero de la casa triangular y llamé a la puerta verde.
En el interior, se escuchaba movimiento de alguien acercándose para abrir la puerta. Se trataba de su madre en una bata rosa y pantuflas de conejo en sus pies. Su rostro se iluminó en cuanto me vio parada allí.
“Adeline, que linda sorpresa”, me saludó ella y abrió más la puerta, invitándome a entrar.
La mujer se llamaba Mary, era encantadora y tenía cabello rubio, casi blanco, y ojos azules con una mirada amable.
“¿Quién es, mamá?”.
La voz de Sam parecía venir del salón de la parte trasera de la casa.
“Es tu amiga Adeline, querido”, le respondió ella.
De inmediato, se escuchó el arrastrar de pies por el pasillo. Antes de que se acercara él, ella preguntó:
“¿Cómo has estado, querida?”.
“En otro momento, mamá, necesito hablar con Adeline”, la interrumpió Sam.
Me tomó de la mano y me arrastró escaleras arriba, las tablas del piso crujían mientras me empujaba hacia su habitación.
En cuanto entramos, sus labios se posaron sobre mí y me empujó contra la pared, a la vez que devoraba mi boca, trataba de quitarme el jersey por la cabeza.
“Sam, espera, no es por eso que estoy aquí”, comenté, en tanto él trataba de desvestirme.
Como comenzaba a tirar de mis pantalones, agarré sus manos para detenerlo.
“Sam, espera, detente”, insistí.
Entonces, se alejó y se sentó en su cama.
“¿Se trata de tus jefes?”, preguntó él.
“¿Estás teniendo se%o con ellos?”.
“¿Qué? No, ¿Por qué dices eso?”.
“Me podrías haber engañado”, mencionó él y yo arrugué mi rostro, confundida.
¿De qué mierda hablaba? Me senté en la cama a su lado. Su habitación estaba más limpia que la mía, ni una mota de polvo, todo lucía en perfecto orden.
En cambio, mi cuarto estaba lleno de cosméticos y cuadros, aunque él tenía una foto mía y suya en una rueda de Ferris.
Recordaba que la habíamos tomado en la parte superior de la noria. Me levanté para mirarla más de cerca.
“¿Todavía tienes esto?”, pregunté.
Él me miró y asintió con prontitud, parecía triste por alguna razón que yo no entendía, tal vez la muerte de su padre lo afectaba más de lo que podía imaginar.
“Acerca de lo que pasó la otra noche, recuerdo poco y nada. Recuerdo que nos encontramos en el restaurante, pero luego me quedé en blanco y me desperté en casa”, expuse.
“¿Crees que puedes hacerte la tonta, y que yo simplemente caería en eso? Me hiciste quedar como un tonto”, me espetó.
Sorprendida por su ira repentina, giré para enfrentarlo.
“No sé de qué hablas, ¿Por qué no respondías mis llamadas?”.
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