Destinada a ellos -
Capítulo 26
Capítulo 26:
“Vete a la mierda, Ethan, o tendré a la policía aquí en cuestión de minutos, ¿Quieres que encuentren tu laboratorio de metanfetamina en la parte de atrás?”, amenacé, tirando de mi entonces inerte hermana contra mí.
Él levantó las manos en señal de rendición y retrocedió, luego, arrastré a mi hermana hasta el final del camino de entrada. En cuanto nos vio, Cyrus saltó del coche.
“Vuelve al auto, Cyrus”, ordené.
Me ignoró y se acercó a recoger a mi hermana. Me apresuré a abrir la puerta trasera y él la colocó de lado.
Antes de cerrar la puerta, ella tuvo otra arcada. De inmediato, él se subió para inclinarle la cabeza de modo que el vómito saliera de su boca y ella no se atragantara.
Llamé a mi madre el teléfono sonaba a través de mi Bluetooth mientras me dirigía a casa.
“Oye, Ada, ¿Qué pasa?”, respondió mi madre.
“Tengo a Taylor, Ma, me voy a casa”.
“¿La encontraste?”, preguntó ella, emocionada.
“No, ella me llamó. No está bien, mamá. ¿Debería llevarla al hospital o a ti?”.
“Tráela a casa”, respondió, después de dudar un instante.
“Voy en camino”, anuncié y corté la llamada.
“¿Te importa si la dejo primero?”, le pregunté luego a Cyrus.
“No, Addie, haz lo que tengas que hacer”, respondió él, agarrando mi rodilla.
“¿Pensé que eran idénticas?”
“Lo somos o lo fuimos. No te drogues”, repliqué.
Mi hermana g!mió tratando de darse la vuelta antes de sentarse de repente mirando a su alrededor en estado de alerta.
“¿Ada?”“, preguntó ella, antes de mirar a Cyrus.
“¿Qué estás haciendo? Detente Ada”.
“No, ¿Por qué saliste de la clínica? Me llamaste, y ahora te llevo a tu casa”, le expliqué, antes de que perdiera los estribos y comenzara a agitarse.
Cerré las puertas sabiendo que probablemente volvería a desmayarse pronto. Cyrus la miró golpearme en el rostro, tratando de que detuviera el auto y la dejara salir.
“No, Taylor, te llevo a casa. Nos lo prometiste, se lo prometiste a Maya, sabes que tu hija es la que sigues olvidando”, insistí.
“Detén el maldito auto, no voy a regresar, llévame de vuelta con Ethan”, gritó.
“¿Para qué? ¿Para que pueda golpearte de nuevo?”, pregunté, mirando su ojo morado en el espejo.
“¿O fue un accidente?”, me burlé un poco.
De improviso, Cyrus se cansó de que ella pateara su butaca, se giró en su asiento y le agarró el rostro.
“Siéntate quieta y haz lo que dice tu hermana”, le espetó.
Lo más sorprendente fue que ella se quedó sentada en silencio, quieta. Lo miré antes de mirarla en el espejo, ella permanecía tan inmóvil como una estatua.
“¿Qué le hiciste?”.
“Ya viste, le acabo de gritar, sé que es tu hermana, pero me estaba cabreando”, admitió él.
Ella empezó a toser de nuevo, antes de volver a vomitar.
“Maldición”, murmuré para mí misma, en tanto ella se desmayaba de nuevo.
Sabía que iba a permanecer despierta toda la noche limpiando mi auto y deshaciéndome del hedor.
En el camino de entrada, Cyrus abrió la parte trasera del auto para sacarla, él la cargaba cuando ella vomitó sobre su camisa. Mi madre salió corriendo y le mostró dónde ponerla en la habitación libre.
En cuanto él colocó a mi hermana en la cama, vio a Maya caminar por el pasillo.
“Addie”, chilló la niña. Para que no viera a su madre, yo me alejé de la puerta y llevé a Maya hacia la cocina.
“¿Qué pasa?”, preguntaba la pequeña.
“Me descompuse, tu abuela me ayudó”, mintió Cyrus, detrás mío, quitándose la chaqueta.
“¿Eres el novio de Addie?”, preguntó ella, con curiosidad.
“Me gusta pensar que sí”, confesó él, mirándome con una sonrisa en su rostro, ante mis ojos en blanco.
“Ve a ver tu serie Shimmer y Shine bebé. Voy en un minuto”, le indiqué.
Ella corrió a la sala de estar y escuché que encendía la televisión.
“Gracias”, expresé.
Cyrus dio un paso adelante y besó mi cabeza, al instante, me di cuenta de que su camisa también estaba cubierta de vómito.
“Ven, trataré de encontrarte una camiseta”, lo invité.
Pensaba que quizá podría usar alguna de mis camisetas de bandas, usadas a veces como camisones.
Me siguió a mi habitación, yo fui al baño en búsqueda de un paño húmedo, a mi regreso, lo encontré desabrochándose los botones de la camisa.
Me acerqué a los cajones, elegí una de las camisetas de su tamaño y la saqué. Apenas se dio la vuelta, sin su camisa, me maravilló su cuerpo musculoso, parecía tallado por un artista.
Observe obnubilada por sus abdominales perfectos que se acercaban a mí, extendí mis manos y las pasé sobre sus pectorales para después bajar a sus duros músculos abdominales, sin siquiera darme cuenta de lo que hacía. Su mano agarró la mía y me sacó de mi aturdimiento.
“Lo siento”, me justifiqué, pero él no me soltó, sino que se acercó, levantó mi barbilla y me hizo mirarlo.
Se inclinó, luego, con suavidad, sus labios rozaron los míos, antes de sentir su lengua deslizarse entre mis labios.
Me apretaba contra él, con su mano en la parte de atrás de mi cuello, mientras él profundizaba su beso y yo lo besaba, saltaban chispas por todas partes que él tocaba, debajo de mi blusa, tomó mi pecho con la palma de su mano.
En ese momento, un carraspeo detrás de mí, me sobresaltó, me di la vuelta y vi a mi madre de pie en la puerta.
“Solo tu jefe, ¿sí?”, insinuó ella.
Me alejé de él como si alguien acabara de arrojarme agua fría, mi rostro ardía. ¿Por qué había hecho eso?
“Está dormida, ya veremos algo mañana, a ver si conseguimos que la admitan de nuevo”, comentó mi madre.
Asentí con la cabeza, segura de que costaría una fortuna que no teníamos.
“Lo resolveremos”, aseveré, y ella asintió antes de irse.
Volví a mirar a Cyrus, que estaba parado allí, observándome. Le entregué la camiseta, pero no terminó de ponérsela que debí resoplar, ahogada en mi risa.
“¿Qué?”, reclamó y miró hacia abajo.
“Oh, ¿De verdad tengo que ser visto en esto?”, preguntó, antes de reírse él también.
“Te queda bien, podría imaginarte como una grupi de Spice Girls”, lo animé,
“¿De verdad?”.
“No”, admití y negué con la cabeza.
“Eli me recogerá pronto, le envié un mensaje de texto. No es necesario que vengas mañana. Está bien, quédate con tu hermana si quieres”, sugirió y yo asentí. Luego, agregó:
“Ven, deberíamos ver cómo está Maya”.
Agarró mi mano y me llevó escaleras abajo hacia la sala de estar.
Allí, me quedé al cuidado de Maya, trataba de mantenerla distraída, de modo que no fuera en busca de mi madre y se tropezara con la suya.
Sin embargo, me estaba quedando dormida cuando mi madre me despertó con un toque en mi hombro.
“¿A dónde fue tu amigo?”, preguntó ella.
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