Destinada a ellos
Capítulo 12

Capítulo 12:

Y además seguramente sería necesario emplear una gran cantidad de alguna clase de solución para pulir los muebles.

“Nuestra habitación es la que está al final del pasillo, en caso de que nos necesites”, me indicó Cyrus antes de volverse.

En ese momento vi a Eli pasar por delante de la puerta de la habitación en dirección a las escaleras, con el fin de regresar a la planta baja.

Cyrus asomó la cabeza por la puerta y lo vio marcharse.

“¿Adónde vas?”, le preguntó.

“A la maldita reunión”, repuso.

Sentí una desagradable sensación en el estómago ante la ira que advertí en su voz.

“Espera un poco. Iremos más tarde”, le dijo Cyrus.

Oí que la puerta se cerraba de golpe, haciéndome estremecer,

“Quédate aquí, iré a hablar con él”, me dijo Cyrus y luego salió de la habitación.

Me quedé allí de pie, atónita al verlo tan enojado por mi actitud ruda hacia él en el automóvil. No pretendía ofenderlo.

Era solo que las conversaciones sobre mi hermana tocaban mis fibras más sensibles, pues quería protegerla y no soportaba que los demás la criticaran por las malas decisiones que había tomado en su vida

La casa estaba en completo silencio. Permanecí en la habitación, como él me había indicado. Prefería no tocar nada, pues si rompía algo probablemente costaría una fortuna reemplazarlo.

Sin embargo, después de unas horas de estar sentada allí, aguardando su regreso, me di cuenta de que mi espera sería inútil. Miré la hora en mi teléfono: la reunión había comenzado hacía una hora.

No tenía sentido que estuviera allí ahora, pues se suponía que me habían obligado a hacer aquel viaje para asistir a la reunión con ellos.

Cuando cayó la noche mi estómago rugía del hambre, porque no había comido nada en todo el día.

Ignorando el ruido, revolví en mi bolso buscando mi pijama y luego asomé la cabeza. Afuera de la habitación en la que había estado esperando todo estaba a oscuras.

Conecté mi teléfono al cargador, pues, tras haber utilizado las múltiples aplicaciones de mi teléfono celular, la batería del mismo estaba a punto de agotarse.

Caminé por el pasillo hacia las escaleras, buscando a tientas en la pared un interruptor de luz, pero no encontré ninguno. Palpé la puerta del baño en la oscuridad. Giré la perilla, abrí la puerta, encendí la luz y entré.

Sentía el frío de las baldosas debajo de mis pies descalzos. Noté que había algunas toallas limpias enrolladas en una canasta al lado del lavamanos y suspiré aliviada, pues no sabía dónde estaba el armario en el que se guardaba la ropa blanca.

Me desvestí y abrí la ducha. Giré los grifos repetidamente tratando de obtener el calor deseado.

Estaba a punto de darme por vencida, pero de repente sentí que el calor del agua era ideal, así que entré en la ducha.

Aparte del ruido del agua, el único sonido que podía percibir era el del ventilador de extracción de vapores. La habitación se llenó de vapor. El espejo del baño estaba empañado mientras me bañaba.

Al volverme hacia la puerta me percaté de que había alguien sentado en el lavamanos. Entonces salté y lancé un alarido. Los latidos de mi corazón se aceleraron.

“¡Caramba, Cyrus!”“, chillé al tiempo que me volvía para huir de sus ojos inquisidores.

“¿Acaso no te enseñaron a llamar a la puerta antes de entrar?”, le pregunté, avergonzada.

Por fortuna, el espejo del baño estaba empañado, de modo que no pudo ver mi cuerpo desnudo con claridad.

“¿Y por qué habría de hacerlo en mi propia casa?”, me preguntó mientras yo permanecía inexpresiva.

No podía creer su descaro. Había entrado en el baño a sabiendas de que yo estaba allí, sin importarle que su desfachatez me hiciera enojar.

Esperaba que saliera, pero no lo hizo, no se movió del lavamanos. Podía sentir que su mirada recorría mi cuerpo, lo cual me ponía la piel de gallina. Cerré entonces la llave de la ducha y me quedé de pie, de espaldas a él.

“Si no piensas salir, al menos pásame una toalla”, le dije con brusquedad, sin tratar de disimular mi ira.

Se había pasado de la raya, pues aquella actitud suya trascendía el ámbito profesional. Su conducta era indecorosa.

Oí que la puerta de la ducha se abría y extendí mi mano para tomar la toalla que le había pedido.

En ese momento sentí que me envolvía en la toalla y me sobresalté. Deslizó su nariz por mi hombro hasta el hueco de mi cuello y luego se apartó.

“Tienes un aroma exquisito. Se me hace agua la boca”, me dijo.

Ignorando sus palabras, apreté la toalla, me envolví muy bien en ella y me agaché para recoger mi gel de baño. Luego, me volví para encararlo.

“Puedes usar este gel de baño de coco”, le dije con la intención de que se apartara de mi camino.

No se marchó, pero se hizo a un lado para dejarme paso.

“Al parecer Eli está disgustado contigo”, comentó.

“¿De verdad? No me había dado cuenta”, repuse en tono irónico.

Luego, recogí mi ropa del suelo, pero de repente sentí que unas manos me aferraban por la cintura y me empujaban hacia el lavamanos

De pie entre mis piernas abiertas, con sus manos aferrando mis caderas, me atrapó y se inclinó sobre mí, sus labios casi tocaban los míos. Tragué saliva, el temor me invadió al ver que sus labios se abrían ligeramente.

“Te advierto que si insistes en comportarte así tendrás que afrontar serias consecuencias”, me dijo en tono de advertencia.

Nuestras caras estaban tan cerca que podía sentir sus labios rozando los míos mientras hablaba.

De repente llevó su mano a mi nuca, agarró mi cabello y tiró de él hacia atrás con violencia, haciéndome gritar.

Antes de que hubiera tenido tiempo de reaccionar sentí que su lengua se deslizaba entre mis labios, explorando cada rincón de mi boca. Lancé un grito ahogado cuando mordió mi labio, haciéndolo sangrar.

Mi boca se llenó del sabor metálico cobrizo de mi propia sangre. Chupó mi labio, haciéndome g$mir suavemente. Sentía el rostro acalorado.

Saltaban chispas de mi piel mientras sus manos se movían debajo de la toalla. Sus pulgares acariciaban la parte interna de mis muslos, cerca del ápice de mis piernas.

Presa de la lascivia, las abrió aún más y continuó besándome con creciente pasión. Agarré su camisa y también lo besé.

Exhalaba un aroma embriagador que hacía que me sintiera tan atraída por él como una polilla por la luz de una llama.

Entonces oí que alguien se aclaraba la garganta, lo cual hizo que me sobresaltara y lanzara un grito de horror.

Luego, me llevé las manos a la boca, sobresaltada. Había besado a mi jefe, al esposo de mi otro jefe.

“La cena está lista en el primer piso. Date prisa. No querrás que se enfrié”, indicó Eli. Luego, giró sobre sus talones y bajó las escaleras.

“No debería… tengo que…”, repuse en tono vacilante.

Salté del lavamanos y corrí hacia el dormitorio. La vergüenza y la culpa me agobiaban. Aunque jamás hubiera sentido animadversión hacia mí, seguramente ahora me odiaría.

De repente tuve una horrible sensación de temor en mi estómago y perdí el apetito. Me vestí con agilidad pero no me dirigí a la planta baja.

Echaba de menos mi hogar, no soportaba que compartiéramos el mismo techo. Me dije a mí misma que aquel día todo iba de mal en peor.

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