Destinada a amarte -
Capítulo 84
Capítulo 84:
Pov Jade.
Un día antes…
Aparto la comida de mí, y mi ama de llaves resopla mirándome con pesar.
“Señorita Harrison, necesita comer. No lo haga por su padre, hágalo por usted”, menciona Danna.
“No tengo apetito, diles a mis hombres que deseo salir a tomar el aire, quizá necesito terapia de compras”, comento levantándome de la silla, sostengo la muleta para caminar hacía la salida de la casa.
“Su padre no le permite salir”, dice a mi espalda. Resoplo rodando los ojos para detenerme.
“¡No me puede tener encerrada aquí como una princesa esperando a su caballero!”, exclamo harta de todo.
“Se va a casar, Señorita”, reitera Danna.
“No lo haré, menos con un estúpido príncipe que de seguro le limpian el trasero aún porque su realeza no puede hacerlo por su cuenta”, farfullo encarándola.
“Le aseguro que me limpio solo el trasero, no podría dejar que alguien más lo hiciera, lo de ‘estúpido’ está de más, tengo un buen IQ”, habla una voz desconocida para mí a mi espalda. Arrugo mi entrecejo dándome la vuelta para encontrarme con un rubio de ojos claros, alto, fornido y con un supuesto prometido.
“Un honor finalmente conocerla, Señorita Jade… soy el príncipe de Austria; primero en tomar la corona y mi nombre es Nick Mayer”, contesta acercándose a mí, sujeta mi mano libre y me hace una reverencia para besar mis nudillos, aclaro mi garganta apartando mi mano.
“Jade Harrison”, espeto sin más.
“Primera en llevarle la contraria a Brendan Harrison”, digo en un tono sarcástico. Él suelta una carcajada que me desconcierta.
“Eres muy divertida, aparte de hermosa”, menciona y trago con dificultad.
“Lo siento, quizá mi padre hizo un negocio o prometió mi mano, pero, no deseo casarme con ningún príncipe”, dejo en claro. Nick detiene su risa y aclara su garganta. Sus ojos claros se posan en los míos.
“¿Alguien más ya tomó su corazón?”, pregunta sin tapujos.
“Lo siento, es que, no veo otra opción por la cual usted se negaría a ser mi esposa, muchas querrían cumplir su sueño de casarse con un príncipe”, acota, paso mi lengua por los dientes ante su insinuación.
“No eres un príncipe real, no existe tal príncipe de Austria con tu nombre”, reitero al haber investigado antes. Nick baja la mirada y sonríe.
“Porque soy heredero del reino de los condenados, como tú también eres una princesa del bajo mundo”, manifiesta. Arrugo mi entrecejo.
“No te atrevas a ofenderme”, advierto.
“Discúlpeme, quizá debí de ser más directo; tú y yo somos los herederos de las mafias más malévolas del momento… princesa de la mafia irlandesa”, declara, abro los ojos con sobresalto y bajo la muleta.
“Noto que no sabías, pero, quiero que sepas que al casarte conmigo ambas familias serán poderosas, tu padre no correrá el peligro de ser destituido y tú y madre… asesinadas o vendidas”, agrega, mi corazón palpita con fuerza
‘¿Qué carajo?’, me cuestiono.
Sé que nací en cuna de oro y mi familia es muy adinerada, pero pensé que sería porque mi padre es un buen negociante, ahora resulta que… pertenezco a la mafia.
“Necesito… respirar”, digo caminando a un lado de Nick. Él me sujeta del brazo deteniéndome para encararme con intensidad.
“Ten presente que al ser mi esposa serás la futura reina”, murmura, me aparto de él.
“Eso no me interesa”, reitero arrugando mi cejo para irme de una vez por todas.
“¿¡Señorita!?”, exclama Danna.
Le ignoro saliendo de la casa, enchino mis ojos por la luz del sol. Bajo los pocos escalones con algo de dificultad, pero apresurada a irme de una vez por todas de este circo. Abro la puerta del primer auto parqueado al frente y subo.
“Lléveme lejos de aquí ¡Rápido!”, grito con fatiga.
El chofer coloca el auto en movimiento, giro mi rostro y veo a los hombres de seguridad correr hacia otro auto para intentar seguirnos. Suelto un resoplido dejando mi espalda en el asiento, miro la nuca del conductor que tiene una gorra puesta.
“Frena en el primer semáforo”, y se gira para mirarme; mi corazón se emociona.
“Gideon Ford, Señorita Harrison”, menciona, mi labio titila por escuchar de nuevo su voz y quiero llorar.
“Idiota”, espeto.
“Casi siempre lo soy”.
Suelto una carcajada y mis ojos se humedecen.
“¿Qué haces manejando un auto de mi padre? Pensé que te había despedido y tú… te fuiste de mi vida”.
“Así fue, estoy trabajando para él, nuevamente”, aprieto mi ceño.
“¿Sabías que mi padre es un…?”.
“Sí, es mejor que no lo repitas con normalidad”, interfiere.
“Princesa de la mafia irlandesa”, agrega y abro los ojos con sobresalto.
“Era la única estúpida que no lo sabía”, sonrío con ironía.
“Pues era lo mejor, si lo sabes es que, seguramente te casarán”.
“Lo acabo de conocer”.
“¿Y qué tal?”, pregunta sorprendiéndome.
“No eres tú”, respondo con ganas de besarle.
Dejo la muleta a un lado y me paso al puesto del copiloto.
“Silencio”, ordeno.
“Llévanos a un estacionamiento”.
“No tomé el auto y me escabullí con la esperanza de que subieras al auto para tener se%o”.
“¿A qué viniste? Porque a mí solo me interesa lo de tener se%o”.
Él traga con dificultad.
“Sé que contrataste un investigador privado por el caso de Valeria, ya debe de haber recibido las actas de nacimiento y encontrado las coincidencias”, expresa llamando mi atención,
“¿Qué sabes de eso?”, pregunto ahora interesada. Realmente quiero ayudar a mi amiga a saber la verdad.
Gideon coloca el auto de nuevo en movimiento, me quedo embelesada por sus brazos fuertes y con piel dorada.
“Sé quién pagó por tu secuestro y el órgano era para la hija de Vladimir Novikov; la misma persona que recibió a su bebé por inseminación”, declara.
“¿Y qué tiene que ver con la bebé pérdida de Valeria?”.
“La misma persona que hizo lo del secuestro, planeó todo un método malévolo, es la que le arrebató la bebé a Valeria para dársela a Vladimir”.
Paso saliva ante lo que dice.
“¿Estás queriendo decir que…?”.
“Anastasia Novikov, es la hija biológica de Valeria. Acabo de confirmarlo con la enfermera que se llevó a la bebé en el parto y hay una prueba en proceso. Ella renunció en cuanto supo que estaban investigando a los Doctores, enfermeras y el mismo hospital… Valeria encontró a su bebé hace mucho tiempo”, manifiesta, tiro mi espalda hacia atrás por la
“¿Mi padre cómo supo?”.
“Oliver Brunetti”, responde sin más.
“Está muerto, también confabulaba para tu secuestro y en cuanto la perpetradora sepa esto; huirá. Si es que ya no lo hizo”, me quedo atónita.
“¿Tú lo mataste?”, pregunto encarándolo.
“Lo hubiera hecho, pero, no”, suelto el aire retenido.
“Voy a necesitar que dejemos de hablar de esto, y te detengas en el estacionamiento”, espeto con la respiración desnivelada.
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