Destinada a amarte
Capítulo 123

Capítulo 123:

Pov Valeria.

Hannah comienza a respirar con dificultad y a gruñir.

“Sé que en el fondo sigues amando a Vladimir, demuéstrale eso, él sabrá que le ayudaste y te agradecerá”, insisto ante su silencio. El tiempo se me acaba.

Ella me observa con sus ojos verdes demacrados y un poco brillosos.

“¿Le dirás?”, pregunta ilusionada.

“Por supuesto, solo dime qué planea Cassian Montgomery y dónde mi%rda tiene a Vladimir”, digo entre dientes.

Suelta un suspiro y se pasa una mano por el cabello escaso.

“Si te digo, promete que él vendrá a visitarme”, negocia.

‘Maldita’ pienso mirándola, tiene el descaro de pedir algo como eso, si gracias ella, él está sufriendo en este momento.

“De lo contrario…”.

“Él tiene que salir ileso de todo esto o me encargaré de que tu estancia en este lugar sea un infierno”, advierto.

Se queda en silencio un momento pensándolo.

“Negocié con Cassian en caso de que Vladimir me traicionara, le di dinero, contactos e información necesaria para poder acercarse a Vlad…”.

“Ve al grano”, apresuro con ansiedad.

Escucho el golpeteo de la puerta de metal.

“¡Cinco minutos!”, exclama la enfermera, encaro a Hannah y rompo la distancia, ya que, entiendo que me está haciendo perder el tiempo, sujeto el cuello de su camisa y la empujo contra un escritorio, ella abre los ojos de par en par.

“¡Dime dónde está Vladimir!”, gruño, he perdido la paciencia.

“¡La mansión Taylor!”, exclama de repente, arrugo mi cejo, pues su casa hace semanas fue incendiada.

“Estás mintiendo, tu mansión se consumió por el fuego”, digo.

Ella niega con la cabeza.

“Era la idea, no se quemó del todo, es una fachada para que piensen que no es habitable ni la vendieran, es una propiedad ahora del Gobierno y pronto la derrumbarán… seguramente lo tiene en el sótano, no estoy mintiendo, todo fue planeado…”.

Suelto el agarre, me aborrece siquiera mirarla.

“te ocurre algo a Vladimir y suplicarás la muerte”, amenazó con mis ojos escociéndose.

Abren la puerta de metal detrás de mí.

“Es hora de irse”, anuncia la enfermera.

“¡Prometiste que Vladimir vendría!”, suelta Hannah detrás de mí en cuanto me dirijo a la salida.

Remojo mis labios para mirarla por encima de mi hombro.

“No prometí nada, quizá estás alucinando”, digo con ironía. Ella me mira con terror.

“¡Mal… dita!”, gruñe corriendo hacia mí, pero dos enfermeros entran y la sujetan de los brazos mientras ella patalea.

“Lo… prometiste”, balbucea con rabia.

“Esto es por intentar matarme, arrebatarme a mi bebé y ahora confabular en contra de Vladimir.

“Nunca le volverás a ver”, anuncio y sus ojos se abren de golpe al escucharme.

“¡No… no…!”, solloza tratando de zafarse.

Ellos le inyectan algún sedante en el cuello y cae dormida. Termino de salir de la habitación con la enfermera y los de seguridad. En cuanto subo al auto, ellos ya saben a dónde dirigirse.

“El Señor Harrison irá primero”, anuncia uno de los hombres, arrugo mi cejo.

“Es el trato que se  hizo con él, por la seguridad”, explica y tiro mi espalda al asiento, me quito el auricular desviando mi mirada al camino.

“Solo… llévenme con mi esposo, por favor”, pido dejando salir un resoplido. El visitar a esa mujer, mirarle y escucharle me dejó con náuseas.

Pido que detengan el auto en la carretera, mi estómago se revolvió. Suelto una bocanada de vómito en medio de la vía y ellos me auxilian con agua y un pañuelo.

“¿Quiere que la llevemos a casa o al hospital?”.

“No, no es nada. Sigan con el plan principal”, digo negándome, subo de nuevo al auto y trato de calmar las náuseas del embarazo, que justo esta semana comenzaron a atacarme los síntomas del primer trimestre, pero en mi mente solo está regresar a casa con Vladimir.

Pov Vladimir.

Escucho unos pasos pesados golpear el suelo que me llevan a abrir los ojos. El olor a cenizas y a moho tiene mi cabeza dando vueltas, si no es por los golpes que me han propiciado para mantenerme inconsciente.

Sigo atado a las cadenas esperando a que terminen de arremeter en mi contra. No sé lo que planea ese maldito conmigo, pero… tengo que mantenerme fuerte, no puedo permitirle el placer de romperme de nuevo, justo cuando mi cielo me ha ayudado a unir mis pedazos rotos.

Elevo mi vista mientras hago tintinear las cadenas entre sí, mi cuerpo está entumecido.

“Comenzaremos con la terapia”, anuncia Cassian arrastrando una mesa de metal con ruedas, donde posa una pantalla plana, que enciende mostrándome una sonrisa sardónica

“Maldito superior a mí, eso es un error, Vladimir”, acota ante mi mirada de odio.

Me coloco de rodillas e inflo mi pecho sin dejar de mirarle.

“Soy superior a ti, desgraciado”, espeto con rabia.

Él suelta una carcajada por eso.

“Ya veremos si sigues pensando eso cuando vuelva a introducirme en tu mente, lo hice una vez, lo puedo volver a hacer, solo… hay que esforzarnos más”, declara y levanta su mentón en una seña, para que uno de sus hombres me clave una aguja en el cuello.

Me retuerzo y forcejeo, pero el líquido arde cuando entra en mi sistema.

“¡¿Qué mi%rda me inyectaste?!”, exclamo alterado.

“Es una pequeña ayuda, necesito que tus neurotransmisores se alteren un poco y sedas… como el filo de la cuchilla en la piel”, suelta y eso me hace gruñir.

Aprieto los ojos con fuerza cuando todo comienza a distorsionarse, él me drogó con algo fuerte, pero me mantiene despierto.

Al encender la pantalla, comienza a reproducir una película porno explícita; una de las que me obligaba a mirar, si no era a mi Madre. Desvío la mirada, y mis ojos se escuecen.

“¡Mira!”, exclama y uno de sus hombres sostiene mi rostro obligándome a mirar.

Cierro los ojos, pero me los abren a la fuerza mientras suelto gruñidos y vocifero. Veo a la mujer desnuda montada encima del sujeto. Antes y sin poder controlarlo me afectaba el

Cassian observa con atención, esperando a que mi p$ne reaccione, pero el imbécil piensa que sigo siendo el mismo niño domable que él corrompió.

“¡¿Qué sucede?!”, exclama levantándose de su asiento.

“Esta película te motivaba mucho y en cuanto dormías comenzabas a hacerte el amor como un fenómeno… has estado durmiendo ante los desmayos y no has presentado parasomnia se%ual atípica”, dice casi asombrado o perturbado de que su experimento ya no funcione conmigo.

“Siempre pensé que… yo era el monstruo y que el infierno me controlaba a mí, todo ese pasado lleno de horror me perseguía, pero… encontré cómo detenerlo, y es que, si está en mi mente puedo con él”, digo llamando su atención, arruga su entrecejo.

“¡¿A qué viene esa estupidez?! ¡Sigo en tu p%ta mente, te controlo, porque eres mío, mi fenómeno!”.

Niego con mi cabeza.

“No, ya no estás en mi mente. Eras mi infierno; ese monstruo que me visitaba en las noches atormentándome, pero tengo un peor miedo que a ti y todo lo que me hiciste”, digo y él me observa sorprendido.

“Mi terapeuta dijo que el miedo solo existe en mi mente, y las probabilidades de que sucediera de nuevo mi infierno eran de cero, porque mi Madre murió y todo se acabó. En cambio, ahora mi mayor miedo es perder a mi familia, cosa que tú no podrás quitarme ¡Ya no!”, digo y mi garganta arde ante mis palabras.

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