Capítulo 9:

“Los jueces están requiriendo nuestra presencia durante el juicio. Si no nos hacemos presente, Miranda saldrá libre, pues la declaración más importante, que necesitan, es la de Anna, declarando lo que sucedió en Alemania”.

El mundo se me viene encima escuchando aquello, y la felicidad que nos embargaba, hace unos momentos, se esfuma por completo.

En su lugar aparece la frustración, el miedo y el pánico.

No quiero estar frente a frente con ella.

No quiero estar cerca de Miranda y Miller.

No quiero poner en riesgo a nuestro bebé. Porque, lo único que ronda en mi cabeza en aquel momento, son sus palabras. Las palabras que ella me declaró que llevaría a cabo si la dejaba con vida.

Tenemos un día de haber llegado a Nueva York. Mis nervios han estado sumamente alterados desde que me enteré de que teníamos que regresar.

Casi no he dormido y me he sentido peor de lo que me sentía antes.

Los pequeños dolores en mi v!entre se han hecho más intensos, y me han dado algunos ataques de pánico.

Puedo ver la preocupación en Alexander y Cristhian, pero, por más que traten de tranquilizarme, todo resulta imposible.

Es que a mi mente vienen los peores escenarios. No dejo de pensar que, en cualquier momento, ella enviará a Miller, o a cualquier otro, a hacernos daño.

Si ella fue capaz de complotar para matar a Luka, cuando, ni mi pequeño, ni yo, le habíamos hecho nada y solo éramos dos inocentes que nos interponíamos en su ambicioso camino hasta la fortuna de mi familia, y era el hijo de un hombre que no le importaba. ¿Qué será capaz de hacer por este bebé?

Este bebé que es hijo de su peor enemiga y de Alexander, el hombre que le arrebaté, y, sobre todo, después de todo lo que le hice tratando de buscar mi venganza.

“Anna, mi amor, tienes que comer”, me pide, al ver que apenas y he tocado mi plato de comida.

“Esto nada más les hace daño a ti y al bebé”.

“Lo sé, Alexander”, farfullo, con desánimo y culpabilidad.

“Sé que tiene toda la razón, pero es que, simplemente, no puedo. Sé que tengo que hacerlo. Sé que todo esto no le hace bien al bebé, pero es como si el estómago y la garganta se me hubiesen cerrado”, le explico.

“Como si me hubiesen hecho un nudo, que me impide pasar la comida”.

Se levanta de su silla y se aproxima a mí. Se arrodilla en el suelo y acuna mi rostro entre sus enormes manos.

“Anna, sé que estás preocupada por lo que pueda pasar estando aquí. Sé que te preocupas por el bebé, por las amenazas de Miranda y por Edward, que es capaz de hacer cualquier cosa por ella. Pero, debes de tener un poquito más de confianza en Cristhian y en mí”, implora, acariciando mi mejilla.

“Acaso, ¿No te prometí que los voy a proteger, con mi vida, a ambos?”.

“Sí lo hiciste y te creo capaz de hacerlo. Pero, también me aterra pensar que Cristhian, que tú o el bebé, puedan estar en peligro”.

Comienzo a negar con la cabeza. La respiración se me entrecorta y los ojos se me humedecen.

“Alex, Miranda es capaz de hacer cualquier cosa”

Puede que hasta, todo esto, sea una treta preparada por ella para que regresáramos y tenernos donde ella quiere, para poder hacernos daño.

No puedo evitar las lágrimas que se derraman por mis mejillas, cuando mis pensamientos torturadores regresan a mi mente. Me aferro a él y lo abrazo. Escondo mi rostro en su pecho. Sus brazos me rodean y me acunan. Acaricia mi cabello y besa mi frente.

“¡Shhh! ¡Shhh! Tranquila, mi vida. Por favor, trata de tranquilizarte”.

Alza mi rostro, para verme a los ojos y seca mis lágrimas con la yema de sus dedos.

“¿Alex, por qué no podemos ser completamente felices?”, le pregunto entre sollozos.

“Es que, acaso, ¿Nunca lo seremos?”.

Sus ojos me miran con angustia e impotencia. Creo que él piensa lo mismo. Que jamás saldremos de esto y que nunca obtendremos nuestro felices por siempre.

“Lo siento tanto, Anna”, susurra con culpabilidad en su voz.

“Siento mucho el haberme interpuesto entre tú y Miranda. Si no lo hubiese hecho, ella estaría muerta y tú no estarías pasando por nada de esto”.

“¡Oye, no!”, exclamo, y ahora soy yo quien acuna su rostro.

“Dijimos que ya no habría culpas entre nosotros. Todos nuestros errores se quedaron enterrados en aquel cementerio de Múnich, Alexander. Ya no podemos traer nada de eso de regreso a nuestras vidas”.

No dice nada. Se queda en silencio, tan solo observándome.

“No podemos traer nada de eso a nuestras vidas, Alex. Nada que pueda dañarnos otra vez”, de nuevo lo abrazo y entierro mi rostro en el hueco de su cuello.

“Prométeme que vamos a estar juntos siempre y que nada nos va a separar, Alexander. Prométemelo”.

Me abraza con fuerza. Demasiada fuerza. Alza mi rostro y me llena de besos.

“Alexander, prométemelo”, le suplico.

Me sonríe, me suelta y se levanta, alejándose de mí y dejándome confundida. Se mete a la habitación y desaparece dentro de ella.

Unos segundos después, sale, y en sus manos trae la misma trenza con la que unieron nuestras manos en nuestra boda y unas tijeras.

Vuelve a hincarse frente a mí y me sonríe. Toma mi mano y coloca la trenza sobre mi palma.

“¿Recuerdas que estamos unidos hasta la eternidad, ¿Verdad?”, me pregunta.

“No solo en cuerpo, si no, en alma y espíritu, Anna”.

Coge un pedazo del hilo rojo de la trenza y lo corta, luego corta aquel pedazo en dos, mientras lo observo en silencio y él sigue hablando.

“Mi amor, mi vida y mi alma te pertenecen, Anna. Yo te pertenezco”

Hace un pequeño nudo en medio del primer trozo de hilo. Toma mi mano y amarra el hilo en mi muñeca.

“Tu amor, tu vida y tu alma, ¿Me pertenecen a mí?”.

Repite el mismo nudo en el segundo trozo de hilo y coloca su mano, junto con el hilo en las mías.

“Por supuesto que sí”, amarro el hilo en su muñeca.

“Soy tuya. Te pertenezco por completo”.

“Bien”, murmura, uniendo sus manos con las mías y viéndome a los ojos.

“Cada vez, que mires este hilo en tu muñeca, vas a recordar que estamos unidos hasta la eternidad. Que nada, ni nadie podrá separarnos”, dice, intentando calmarme.

“Juntos, vamos a luchar contra todo aquello que quiera destruir nuestro amor. Juntos, vamos a enfrentar cada tormenta que se nos cruce en el camino. Juntos, vamos a vencer a nuestros enemigos, Anna”.

Un nudo se forma en mi garganta y los ojos se me humedecen, hasta el punto que se me ruedan las lágrimas.

Pasa las yemas de sus dedos por mis mejillas y me pregunta:

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