Después de la tormenta -
Capítulo 8
Capítulo 8:
“¿De verdad?”, pregunta.
Coloca una de sus manos en mi v!entre, que ahora ya luce mucho más abultado y con la otra acaricia mi cabeza.
Cuéntame más sobre ese sueño.
Se lo cuento. Le cuento todo lo que vi en aquel sueño y lo veo emocionarse, imaginándose lo que le estoy contando.
“¿Crees que lograremos hacerlo realidad?”, le pregunto, llevando mi mano hasta la suya, que reposa sobre mi v!entre.
“Por supuesto que sí, mi amor. ¿Por qué dudas?”
“No lo sé, Alex”, manifiesto, sintiéndome rara, como temiendo que algo malo pudiera pasar en cualquier momento.
“Han sido días demasiado buenos, demasiado llenos de felicidad, demasiado hermosos y…. ellos siguen ahí. Ella sigue con vida. Temo que en algún momento nos encuentren y nos hagan algo”.
Ante mis propios pensamientos, comienzo a sentirme asustada y afligida y con ganas de llorar.
Estoy cerca del mismo tiempo de embarazo, que tenía, cuando pasó lo de Luka. Y me parece que, en cualquier momento, todo aquello se repetirá.
“Hey, hey, tranquilízate, mi amor. No tienes que tener miedo”, me dice, tomando mi mano y besando mis nudillos.
“Nada va a pasar. Estamos juntos. Tienes a Cristhian, me tienes a mí. Nosotros te vamos a cuidar, siempre. A ti y al bebé”.
Me abraza con fuerza y me da besos en la frente y el rostro. Nos quedamos así, por un largo rato. Abrazados y contemplando el hermoso azul del mar y del cielo, que, en un punto distante del horizonte, se convierten en un mismo azul, donde no se distingue uno del otro.
“¿Te sientes mejor?”, me pregunta, después de un rato.
No le respondo. Me quedo en silencio y distraída, tratando de sentir algo que ha llamado mi atención.
“¿Anna?”, vuelve a preguntar, al ver que no obtiene contestación.
Me río. Tomo su mano y la llevo, de nuevo, hasta mi v!entre. Hasta aquel punto en el que siento un pequeño movimiento, como el aleteo de una mariposa.
Volteo a ver a Alexander y tiene el entrecejo fruncido.
Hay confusión y sorpresa en su rostro.
Comienza a reír y me pregunta:
“¿Es nuestro bebé?”.
“¡Sí! ¡Sí!”, le respondo emocionada hasta las lágrimas
“Es nuestro bebé”.
Comienza a reír sin parar y puedo ver sus ojos humedecerse. No sabe cómo reaccionar ante aquello tan hermoso que estamos sintiendo en aquel momento.
Se lleva la otra mano a la boca y comienza a negar.
“¡Dios, Anna!”, exclama.
“No tienes ni la más mínima idea de lo que estoy sintiendo en este momento”.
Me río y, durante aquel instante, se me olvida todo lo que estábamos hablando hace unos momentos.
Se me olvida la incertidumbre, el miedo, Miller y Miranda, que, en estos momentos, se encuentran a Miles de kilómetros de nosotros y no pueden tocarnos.
Lo único que existe, y tiene cabida en mi mente y mi corazón, es esto. Nuestro bebé dando señales de vida.
Nuestro bebé dándonos tanta felicidad.
“¡Cristhian! ¡Cristhian!”, grita Alexander.
El dios Vikingo, que dormitaba en una de las tumbonas cercanas a nosotros, se incorpora de inmediato. Nos voltea a ver preocupado.
Se levanta de un brinco y, con prisa, llega dónde nosotros.
“¿Qué sucede?”, inquiere alarmado.
“Ven, siente esto”, le responde.
Coge su mano y la lleva hasta mi v!entre.
“Lo sientes”, de pregunta.
El dios Vikingo sonríe y asiente moviendo la cabeza. Lleva su mirada a mí y me dedica una enorme sonrisa.
Nos quedamos así durante un rato, con nuestras manos unidas, esperando sentir algún otro movimiento, conversando y riéndonos.
Luego de un rato, el teléfono de Alexander comienza a sonar. Nos pide disculpas y se retira para cogerlo y responder.
Cristhian y yo nos quedamos conversando, mientras observo a Alexander hablar con la persona que lo ha llamado, apoyado en el balcón.
“¿Qué crees que será?”, me pregunta Cristhian.
“Hum, no lo sé”, le respondo.
“Pero me gustaría que sea niño. ¿Y a ti?”.
“Pues, temo decirte que estoy del lado de mi hermano y me gustaría tener una sobrina”.
“No solo sobrina”, le replico.
“Tú vas a ser otro padre para este bebé”.
“Segura? ¿No crees que deberías de consultar eso con Alex?”.
“Él está de acuerdo. Sabe que tú serás otro padre para este bebé”.
Sonríe y dice algo más, pero no le prestó atención.
Algo me distrae.
La actitud de Alexander, hablando por teléfono al otro lado, ha cambiado por completo. En su rostro hay enojo, preocupación y contrariedad.
Cristhian lleva su mirada hasta Alexander, cuando lo escuchamos maldecir con frustración.
“¿No hay nada que podamos hacer?”, le pregunta a la otra persona del teléfono.
Se queda en silencio, escuchando lo que le responden.
Se lleva la mano a la frente y cierra los ojos ofuscados.
“Está bien”, murmura.
“Si no hay nada más que podamos hacer, ahí estaremos”.
Corta la llamada y queda de espaldas a nosotros.
Apoyado en el barandal y oprimiéndose la frente.
“Alexander, ¿Qué sucede?”, inquiere Cristhian, frunciendo el entrecejo.
No necesita decir nada. Presiento lo que va a decir. Sé que no será nada bueno y que, aquello, acabará con la poca felicidad que hemos estado teniendo durante estos días.
“Alexander, habla, ¡Por un carajo! “demanda el dios Vikingo.
Alexander se gira y su mirada se posa en mí, viéndome con impotencia, con frustración y aflicción.
Su boca se abre y entonces, por fin, habla:
“Miranda… ha solicitado un juicio para demostrar su inocencia”.
Guarda silencio por unos segundos que se me hacen eternos, resopla y sigue hablando:
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