Capítulo 7:

“¡Bienvenida a su noche de bodas, Señora Thompson!”, exclamo, extendiendo mi brazo hacia adentro de la habitación.

Giro sobre mis talones y le enseño lo que he pedido que prepararan para nosotros. Sus ojos se abren sorprendidos y comienza a reírse emocionada.

“Alexander, ¿Qué es esto?”, pregunta, sin poder contener lo impresionada que está.

“Es la noche perfecta que usted se merece, Señora Thompson”.

La habitación ha quedado impresionantemente hermosa y romántica.

Un camino de velas y pétalos llevan hasta la enorme cama, decorada con cortinas blancas y transparentes y luces que cuelgan de los doseles.

Globos, en forma de corazón, flotando aquí y allá, y cientos de velas y rosas esparcidas por toda la habitación.

Pero lo que hace más magnífica y romántica a aquella habitación, es la espectacular vista que brinda el enorme ventanal:

El majestuoso lago y el mágico pueblo al fondo.

No podría ser más perfecto.

“¡Esto es hermoso, Alexander!”, exclama conmocionada, depositando un beso en mi boca.

“Gracias, gracias por hacer esto tan perfecto”

“Mereces más, mi vida, mucho más”.

La beso con anhelo, con pasión y con amor.

Camino hasta acercarme al borde la cama. Llevo mi mano hasta su espalda y, con lentitud, bajo la cremallera de su vestido.

Paso mis dedos por su espalda desnuda, deleitándome por la sedosidad de su piel. Beso su mandíbula y su cuello y la bajo de mi regazo, hasta el suelo.

Como un regalo que has anhelado toda tu vida y desenvuelves con suma delicadeza, así la desvisto.

Bajo las mangas de su vestido con lentitud, besando la piel de sus hombros con ternura.

Me hinco en el suelo y sigo bajando aquel vestido, hasta llevarlo al suelo. Levanto sus pies y lo saco de ella.

Beso sus piernas, sus muslos, sus caderas, su cintura, su v!entre… La beso con devoción, adorando su piel, su cuerpo y todo lo que ella es.

La giro y beso su espalda, bajando hasta llegar a sus hoyuelos de Venus y su trasero redondo, apretado y pequeño.

No hay morbo, no hay lujuria, no hay lascivia.

Todo lo hago con veneración, con ternura, con amor…

Vuelvo a pararme, detrás de su espalda, aparto su cabello y beso su cuello.

“Te amo, Anna, te amo como jamás he amado a nadie en esta vida”, le susurro.

Se gira, quedando frente a mí y sus ojos se fijan en los míos.

“Te amo muchísimo más, Alexander”, musita.

“Eres todo lo que siempre soñé”.

Nos besamos, mientras sus manos me despojan de mis ropas. Le quito el sostén y la acuesto sobre la cama.

Enrollo mis dedos en el orillo de su tanga de encaje blanco y, con lentitud, la deslizo por sus piernas hasta quitársela.

En otro momento de mi vida, la hubiera roto con desesperación, impulsado por los deseos y la lujuria que ella despierta en mí.

Pero, no esta noche.

Esta noche es para amarla y tratarla como el ángel que es.

Me acomodo en medio de sus piernas y busco su boca. La beso mientras, con lentitud, me abro paso dentro de ella.

La penetro con suavidad, con delicadeza, con anhelo, con dulzura y con amor.

Me separo del beso y me dedico a verla mientras la hago mía. Veo cómo cierra sus ojos, cómo se muerde los

labios, cómo suspira con cada embate, cómo su cuerpo se tensa y su espalda se arquea, conteniendo el placer que le doy en aquel momento.

“Te amo, Anna. Te amo”, abre sus ojos y me mira.

“Nunca me voy a cansar de decirte lo mucho que te amo”.

La culminación de nuestro placer nos llega pronto. Me deshago en un org%smo que me deja jadeando y respirando con dificultad, mientras ella se deshace en espasmos y temblores bajo mi cuerpo.

POV ANNA KALTHOFF

Han pasado casi dos meses desde que Alexander y yo nos casamos. Él, Cristhian y yo, nos hemos estado moviendo por todo Europa y, en este momento, nos encontramos en Amalfi, Italia.

En esta pintoresca y preciosa comuna, es donde más tiempo hemos estado.

Tenemos casi una semana de habernos establecido en esta villa que hemos alquilado en las afueras de la ciudad.

La razón: me he sentido mal y los dos se pusieron de acuerdo en que, lo mejor, era no seguir moviéndonos de un lado para otro durante un tiempo, para que yo pudiera descansar.

He tenido algunos dolores abdominales, como pequeñas contracciones y el doctor me indicó, que no había nada malo, pero que aquello quizá se debía a estrés y necesitaba estar tranquila y reposar.

Me encuentro acostada en un tipo de hamaca, en la enorme terraza que rodea a la villa, disfrutando de la brisa fresca y salada y los rayos de sol del atardecer septembrino de la costa italiana.

Alexander y Cristhian hablan animadamente, parados a unos cuantos metros de mí, apoyados en el barandal.

Ríen, bromean, fuman habanos y de vez en cuando me dedican una mirada y me sonríen.

En algún punto de la tarde, me quedo dormida, gracias a la comodidad que aquel lugar me brinda.

Tenía semanas sin soñar o tener alguna pesadilla y, justo en aquel momento, tengo el sueño más bonito que puede existir.

Sueño a Alexander cargando a nuestro bebé. Jugando con él y riendo. Dedicándole a nuestro bebé esas sonrisas llenas de amor y ternura que me dedica a mí.

Escucharlos reír y jugar, en mis sueños, es una sensación indescriptible.

Aquello me llena de paz, de serenidad y de un profundo deseo de no despertar y continuar viviendo aquello tan hermoso.

Pero sé que no puedo quedarme a vivir en mis sueños y que, en la realidad, Alexander me espera y, este sueño, en algún punto de nuestras vidas se hará realidad.

Abro los ojos y me encuentro a Alexander sentado en una poltrona, observándome con una enorme sonrisa.

Le sonrío. Besa mi frente y acaricia mi cabello.

“¿Qué estabas soñando?”, me pregunta.

“Estabas sonriendo mientras dormías y tú rostro reflejaba una completa felicidad”.

“Soñaba contigo”, le digo, esbozándole una sonrisa.

“Y con nuestro bebé”, sonríe, mostrándome su perfecta dentadura blanca, y me ve con ternura.

Se levanta de la poltrona y me mueve a un lado, para sentarse en la hamaca y recostarme sobre su pecho.

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