Capítulo 10:

“¿Estás dispuesta a hacerlo, mi amor? ¿Estás dispuesta a que juntos enfrentemos todo lo que se nos viene encima?”.

“Sí”, musito.

Y no puedo decirle nada más. Solo asiento con la cabeza y lo beso, mientras nos fundimos un fuerte abrazo.

“Bien”, murmura, separándose de mí.

“Ahora, vas a tratar de comerte esa comida y me vas a prometer que te vas a cuidar, por nuestro bebé”.

“Sí”, le prometo.

“Y también vas a prometerme que, mañana, vas a ser fuerte y vas a tratar de controlar tus nervios, cuando estemos frente a frente con Miranda”.

Guardo silencio y lo observo durante algunos segundos. Una opresión me invade el pecho, la respiración se me agita y los latidos del corazón se me aceleran, pero le respondo:

“Sí, voy a tratar”.

Aunque, muy en el fondo, dudo de mi propia capacidad para poder lograr semejante reto.

“¿Crees que haya alguna posibilidad de que pueda salir en libertad?”, le pregunta Alexander a su abogado.

“No lo creo”, le responde el moreno, de traje gris, y porte elegante y refinado.

“Ustedes tienen la grabación en la que ella admite lo que le hizo a Anna y a su bebé. Lo que ella alega, es que ustedes tres la secuestraron y torturaron, pero ella no tiene ninguna prueba al respecto. Es su palabra contra la de ustedes tres”.

Bebe un trago de su copa con agua y se ajusta la corbata en color morado uva y relee los documentos que tiene en sus manos.

“£l asunto de los disparos que Anna le hizo, diremos que fue en defensa propia”.

Le lanza una mirada a Jerome, mi abogado, y este asiente.

“El caso está construido. Y el vídeo será nuestra mejor prueba, en él se ve cómo Miranda ataca a Anna, solo hemos hecho una pequeña modificación, para que todo se vea a nuestra conveniencia”.

“Nosotros, por nuestra parte, hemos traído los papeles de la clínica en la que le practicaron el aborto a Anna”. comenta Jerome, entregándole la carpeta al moreno.

“Más la confesión que Roddy hizo cuando fue enjuiciado por lo del aborto involuntario que le hicieron a Anna y estos otros documentos”, le entrega otra carpeta.

“En los que se indica que Roddy tuvo un accidente en las vías de un tren y murió”

“Esto es perfecto”, indica el moreno.

“Así nos evitamos el que pidan a Roddy como testigo”

“¿Qué pasa si, el fallo, es a favor de Miranda?”, les pregunto, llamando su atención.

Había estado en silencio durante toda la reunión.

Escuchando lo que decía cada uno.

Hemos estado reunidos durante casi dos horas, armando el caso para mañana. Nos han dicho lo que tenemos que decir, las pruebas que van a presentar y que todo está a nuestro favor, pero, ¿Qué si las cosas no salen como ellos dicen?

Necesito saber todas nuestras posibilidades.

“No será de esta manera, Señora Thompson”, responde el moreno, con toda la seguridad del mundo.

“No por nada soy el mejor abogado de Nueva York, y su abogado, el mejor de Alemania”.

Debe de tener un poco de fe en nosotros.

“Y la tengo”, le replico.

“Pero eso no significa que no tengamos que estar preparados para todas las posibilidades. Necesitamos tener un plan b”.

“El plan b, sería continuar con el plan que tú tenías… Matar a Miranda y a Edward”.

Giro mi rostro y observo, más que desconcertada, a Alexander. No puedo creer que él esté diciendo tales palabras. Él, que siempre se negó a realizar tal acto.

“¡No me veas de esta forma!”, exclama, clavando su mirada azul en mí.

“Era lo que tú querías y siempre tuviste la razón”.

Se quedan en silencio durante unos segundos y su actitud cambia. Su mirada se ensombrece, cuadra la mandíbula y sus labios se transforman en una línea recta, que no ocultan la furia que siente al pronunciar lo que dice:

“Si ellos, llegan a atentar otra vez contra tu vida y la de mi hijo, no me voy a quedar de brazos cruzados. Basta con que intenten tocar un solo cabello tuyo, y te juro que los mato con mis propias manos”.

No le respondo nada. Tan solo me quedo observándolo. Deseando que no tenga que cumplir esas palabras.

Deseando que todo esto termine pronto y nos vayamos lo más lejos posible.

En aquel entonces, no me importaba nada. No me importaba mi propia vida, lo único que deseaba, era matar a Miranda. Hacerle pagar todo el daño que me había hecho.

Pero, ahora, lo único que me importa es proteger a este bebé. Procurar que nada le pase y que nazca con bien. Mantener a nuestra familia unida y eso implica, mantener a Alexander y Cristhian, alejados de Miranda y Miller.

Aunque llegamos bastante temprano a la corte, hay un buen número de periodistas, apostados en las afueras, esperando poder entrevistar al famoso empresario neoyorkino que se ve envuelto en este escándalo mediático, junto a su hermano y novia (ya que nadie sabe que nos hemos casado), contra su ex prometida.

Cuando los automóviles se estacionan, frente a las enormes gradas que dan acceso a la corte, se arma el caos.

Los periodistas se amotinan alrededor de ellos, tratando de conseguir una respuesta a los miles de preguntas que le hacen al guapo y famoso empresario que se baja de la parte trasera del lujoso Jaguar, que es conducido por Klaus.

Respuestas que jamás llegarán, ya que las instrucciones de los abogados han sido bastante claras: No dar ninguna respuesta a los periodistas.

Todo eso lo manejaremos nosotros.

El apuesto hombre, enfundado en un elegantísimo traje de sastre, hecho a la medida, en color gris, y que le da porte imponente y aire de superioridad, gracias a las gafas oscuras que ocultan parte de su rostro, los ignora por completo y se limita a sostener la compuerta del automóvil y a brindarme su mano libre para ayudarme a salir.

Salgo y me escondo bajo su brazo, que rodea mis hombros y mi espalda, y me acompaña a caminar hasta las gradas, y me ayuda a esquivar a los periodistas que nos acosan con sus preguntas.

Antes de llegar al primer escalón, Cristhian se nos une. También viste un traje de sastre a la medida, en color negro y que lo hace ver muy varonil y elegante.

A mitad de camino, en las escaleras, nuestros abogados nos quitan de encima a los periodistas, ya que se quedan respondiendo, a su manera, las preguntas que hacen.

Entramos al edificio y, mientras esperamos a que los abogados se nos unan, me acomodo el enorme blazer, en color gris, que disimula mi v!entre abultado. No quiero que ella lo sepa. No quiero que tenga, ni la más mínima idea, de que estoy embarazada.

“¿Estás bien?”, pregunta Alexander, colocando su mano en mi mejilla.

“Si”, le respondo, dedicándole una leve y floja sonrisa.

“Y tú, ¿Estás bien?”.

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