Capítulo 38:

“Que de ahora en adelante, tu vida esté llena de puro amor”

La suelto y camino hacia la puerta.

Salgo hacia el enorme pasillo de baldosas blancas y, sintiéndome más animada que nunca, me dirijo a mi habitación.

Recojo las pocas cosas que traje a este sitio y salgo de aquella habitación en la que estuve durante casi dos largos años.

Suspiro y camino hacia la salida de aquella clínica psiquiátrica.

Las puertas eléctricas se abren y lo primero que encuentro, al salir, es a Alexander, apoyado en el capó de su automóvil, sosteniendo un enorme ramo de rosas blancas y tulipanes. Corro hacia él y extiende sus brazos para mí.

Nos abrazamos con fuerza y nos damos un potente beso, que deja nuestros labios ardiendo.

Reparte dulces besos por todo mi rostro y con cariño, me susurra:

“Vamos a casa, mi vida. Nuestro tiempo para ser felices, finalmente, ha llegado”

Unos meses después…

“¡Feliz cumpleaños, Mia!” exclamamos todos al unísono, mientras nuestra pequeña, que ya no es tan pequeña, sonríe emocionada y sopla las seis velitas de su pastel de fresas y chocolate.

El aplauso es unánime y los abrazos y felicitaciones no se hacen esperar.

La casa se llena de la alegría de amigos y familiares que han viajado desde Nueva York y Alemania solo para compartir este momento: Irene y Michael, Ángela, David y su hijo, Sara y Stuart, Hans y su familia, y Klaus con la suya.

Después de los torbellinos de la vida, Alexander y yo optamos por la tranquilidad y nos mudamos a Hallstatt, el idílico pueblo donde nos casamos hace más de seis años, incluso compramos la misma casa de la ceremonia Celta.

He dejado atrás los negocios de mi padre, la fortuna de la familia Kalthoff, y todo lo que me trajo dolor en el pasado.

Ahora, Alexander lleva las riendas de los negocios, equilibrando su vida entre ser un padre y un empresario de renombre.

A pesar de los cambios, sé que mi padre estaría orgulloso de Alexander, quien ha sabido llevar los negocios a la cima del mercado internacional.

Con David y Michael al frente de Thompson Group y Hans manejando Dien Marken y Conglomerados Krámer, han formado un equipo formidable.

Aunque me siento extraña en esta nueva vida de paz y felicidad, Mia nos recuerda lo que hemos ganado.

“¡Muchas gracias, mami y papi!”, exclama, y Alexander la levanta en brazos, llenándola de besos.

Por primera vez, Mia tiene a ambos padres en su cumpleaños, y aunque falta alguien especial, su recuerdo ya no duele, solo deja un espacio vacío.

La risa se contagia cuando Mia pregunta a Alexander por su regalo.

Él, siempre dispuesto a complacerla, ha caído en la trampa de malcriarla, pero argumenta que si no lo hace él, ¿Quién más lo hará?

Y cuando sugiere que le dé más hijos para repartir su afecto, no puedo evitar pensar que es un tonto adorable.

“Yo te tengo un regalo”, le dice a Mia.

“Pero necesito muchos besos para entregártelo”.

Mia, con su picardía heredada, no tarda en cubrirlo de besos.

“Ni tu madre me da besos tan ricos como los tuyos”, bromea Alexander, ganándose una mirada de reproche de mi parte, aunque sé que solo está jugando.

La sorpresa llega cuando nos lleva al otro lado de la casa y allí está, un hermoso poni con pelaje café y crin dorada.

“¿Es mío, papi? ¿De verdad es mío?”

Mia no puede contener su emoción.

“Sí, mi vida, es tu regalo de cumpleaños”, confirma Alexander, y Mia lo abraza con toda la fuerza de su pequeño ser.

Entre bromas y risas, Sara me pide que le diga a Alexander que la adopte porque siempre quiso un poni.

Ángela y yo no podemos más que reír.

Y cuando David sugiere que Alexander debería regalarle una rampa de patineta a su hijo Max para su cumpleaños, la respuesta de Alexander es rápida:

“¡Max es un bebé!”, aunque todos sabemos que es David quien realmente quiere la rampa.

Finalmente, Mia se acerca a mí y me pregunta por su regalo.

Me agacho, le acomodo el cabello y le susurro que sí tiene un regalo, pero que tendrá que esperar unos meses para recibirlo.

“¿Por qué, mami?”, pregunta con curiosidad.

“Porque lo que siempre nos has pedido está en camino”, le digo, y al entender que hablo de un hermanito, su rostro se ilumina con la más pura de las alegrías.

Mia abre la boca en un gracioso gesto de asombro y está a punto de gritar.

Rápidamente, le tapo la boca con ambas manos y le digo:

“Es un secreto. Papi no puede enterarse aún”.

La princesita asiente con la cabeza, comprendiendo la seriedad del pacto y lleva su dedo índice a la boca, sellando la promesa.

“Será nuestro secreto, mami”, musita con una sonrisa cómplice.

Y justo en ese momento, Alexander se acerca con una mezcla de diversión y sospecha.

“Y, ustedes dos, ¿Qué tanto se secretean?” nos inquiere, intentando descubrir el misterio.

Mia, rápida y astuta, está a punto de revelar la verdad cuando logro jalonar discretamente su vestido, y ella, comprendiendo el juego, se ríe con picardía y se tapa la boca.

“¿El qué te va a regalar tu mami?” pregunta Alexander, cada vez más curioso, mientras nos mira intentando descifrar nuestras miradas.

Sin perder el ritmo, Mia exclama con jocosidad:

“¡Un oso panda!” y sale corriendo, muerta de la risa, para jugar al lado de Max con su recién regalado poni.

Alexander me mira con una ceja alzada, cuestionando la peculiar elección de regalo.

“¿Un oso panda?” repite, buscando claridad en mi respuesta.

Y con una risita que no puedo contener, secundo la travesura de Mia:

“Uno muy grande”, afirmo.

“Gordo y apapachable”, añado, manteniendo vivo nuestro pequeño secreto por un poco más de tiempo.

La noche ha caído sobre Hallstatt, y la mayoría de los invitados se han retirado a descansar, excepto Hans, Klaus y sus familias, quienes han regresado a Alemania aprovechando la cercanía del pueblo.

Quedamos solo Alexander, David y yo en la sala, sumidos en conversaciones intrascendentes mientras los hombres comparten copas y puros.

Después de un rato, David se disculpa y se retira a su habitación, dejándonos a solas. Alexander se levanta y me ofrece su mano.

“¿Quieres salir a dar un paseo a la orilla del lago?”, me pregunta con una mirada llena de promesas.

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