Después de la tormenta -
Capítulo 37
Capítulo 37:
Nada más que dejar salir el veneno del odio que me ha estado consumiendo noche tras noche y día tras día.
Se ha acabado.
Finalmente todo ha terminado.
Miranda ha muerto, y mi familia finalmente podrá ser libre y feliz.
Eso es todo lo que me importa.
Me acuesto en aquel charco de sangre y me enrollo en posición fetal.
Lloro hasta que no me queda ni una sola lágrima en los ojos.
Y luego me quedo ahí, acostada.
Pensando en todo lo que ha pasado.
En cada una de las cosas que me llevaron hasta este momento.
En mis errores, en mis aciertos, en lo que me hizo sufrir y en lo que me dio felicidad.
Entonces me acuerdo de él y el deseo de sentir su abrazo y decirle que por fin todo ha terminado, crece dentro de mí.
Me levanto de aquel charco de sangre, cojo mi teléfono y llamo a Klaus para darle indicaciones.
Y, luego, salgo de aquel lugar y voy en su búsqueda. Porque quiero que sepa que ya no tenemos nada de que temer.
Por fin, vamos a poder ser felices.
Estaciono el auto frente a la entrada de la casa y salgo de adentro, de forma atropellada.
Como si hubiera intuido mi regreso, o como si siempre hubiese estado en la ventana, esperando mi regreso, él aparece por la puerta.
El terror se instala en su rostro, cuando me ve.
He de verme terrorífica, bañada en la sangre de Miranda.
Pero nada de aquello me importa y sé que a él tampoco.
Corro hasta donde él y me fundo en su abrazo.
Me abraza con mucha fuerza y no puedo evitar llorar.
Él también llora. Ambos caemos de rodillas en el pasto y continuamos abrazándonos con fuerza y llorando con desesperación.
“Todo ha terminado”, le digo.
“Ya no hay nada que temer. Finalmente, he acabado con Miranda”
¿Qué piensan?
¿Estuvo mal o estuvo bien lo que hizo?
…
Dos años después…
“¿Cómo te has sentido, Anna?” me pregunta la doctora Hancock, mi psiquiatra, observándome bajo sus gafas de media luna.
“¿Piensas que, después de todo este tiempo, ya te sientes preparada para iniciar una nueva vida junto a tu familia?”
Respiro hondo y guardo silencio por un momento.
Desvío la mirada hacia el enorme ventanal y contemplo el paisaje sereno de verdes montañas y altos pinos, mientras reflexiono sobre su pregunta y todo lo que me condujo a este punto.
Tras asesinar a Miranda, me entregué y confesé.
A pesar de ser encontrada culpable, el juez consideró que actué en defensa propia.
Aun así, fui diagnosticada con una enfermedad mental y enviada a este psiquiátrico.
“No lo sé, Yanine”, susurro sin mirarla.
Me agrada observar el paisaje; me transmite paz.
“Tú eres la experta, ¿Crees que ya no estoy loca?”
“Anna”, dice ella, pidiéndome que la mire, y lo hago.
“¿Quieres que te diga lo que realmente pienso sobre tu caso?”
Asiento para que continúe.
Ella se acomoda y toma un sorbo de su café. Yo hago lo mismo.
“La verdad es que no creo que hayas estado loca en algún momento”, comenta.
“Los humanos somos seres racionales, pero también tenemos instintos animales. Si nos atacan constantemente, eventualmente explotaremos. Lo que viviste no fue fácil. Fuiste bastante paciente antes de actuar”
Ella aclara que no está de acuerdo con mis acciones, pero insiste en que nunca estuve loca.
Los verdaderos enfermos mentales, explica, son personas como Miranda, que disfrutan causando sufrimiento.
Está segura de que, una vez fuera, no seré una amenaza.
“Por supuesto que no”, le respondo con certeza.
“Entonces, ¿Por qué estoy aquí?”, pregunto.
“Estás aquí para sanar”, dice.
“Para liberarte del odio y el veneno que te impedían ser plenamente feliz. ¿Sientes que has podido hacerlo?”
Reflexiono por unos segundos y admito que, aunque a veces me engaño pensando que Cristhian no murió, acepto la realidad y me consuelo imaginándolo en un paraíso, feliz junto a su familia.
Aunque el dolor permanece, ahora es soportable.
“Todo eso es normal”, me asegura Yanine.
“El dolor por una pérdida nunca se va, pero se atenúa y se puede vivir con él. ¿Puedes vivir con ese dolor?”
“Sí, puedo”, afirmo.
“He aprendido a aceptarlo”
“Entonces estás lista para salir y ser feliz con tu hija y tu esposo”, concluye.
Levanto la vista, confundida.
“¿Qué quieres decir, Yanine?”
“Te estoy diciendo que tu tiempo aquí ha terminado. Eres libre, Anna, y puedes regresar con tu familia”
“¿Es en serio, Yanine? ¿No estás jugando conmigo?”
“Sí, Anna”, contesta Yanine.
“Es en serio. Puedes irte y regresar con tu familia. A menos que te haya gustado vivir aquí y quieras quedarte”
Me río y comienzo a negar, moviendo la cabeza.
“¡No!”, exclamo con rapidez.
“Quiero irme, y finalmente ser feliz junto a Mia y Alexander”
“Entonces sal de aquí, recoge todas tus cosas y ve a casa”, dice con una sonrisa amable.
“Alexander te está esperando afuera”
Sonrío emocionada.
Me levanto de mi sillón de un brinco, me acerco a Yanine y la abrazo con fuerza.
“Gracias, Yanine. Gracias por todo”, le digo.
“Sé feliz, Anna”, susurra, devolviéndome el abrazo.
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