Después de la tormenta -
Capítulo 36
Capítulo 36:
Algo dentro de mí me dice que estoy cerca de encontrarla, y sigo ese instinto.
Después de horas sin rumbo, una cabellera dorada capta mi atención.
Es ella, saliendo de un club nocturno.
La sigo con cautela hasta que la veo cruzar la calle sin percatarse de mi presencia con las luces apagadas.
La embisto con mi coche, la observo a través del retrovisor, tirada en el suelo, luchando por respirar. No ha muerto… y no voy a dejar que muera, no todavía.
Bajo del auto y me acerco a ella.
La terror en sus ojos es evidente, pero no puede hablar debido a las contusiones.
No puedo permitir que se ahogue en su propia sangre, así que la obligo a expulsarla.
“No te preocupes, maldita p%rra”, le digo mientras la arrastro al coche para meterla en la cajuela.
“Todavía no vas a morir. Aún tienes algunas cuentas que saldar conmigo”
…
“¡Despierta, maldita, despierta!”
Le ordeno, golpeando su rostro con la palma de mi mano. Durante el trayecto, se ha desmayado y ha llegado inconsciente a nuestro destino. Luego de varios intentos, sus ojos se abren y me observan llenos de terror.
“¿Tienes miedo?” le pregunto.
“¿Dónde quedó la despiadada mujer que apuñaló, una y otra vez, a Cristhian? ¿Dónde está la cruel mujer que decía que mataría a cada una de las personas que yo amaba? ¿Dónde te quedó el valor, maldita p%rra?”
Su mirada destila rabia. No habla, pero sé que está furiosa y echándome encima todas las maldiciones, habidas y por haber.
Haciendo uso de las pocas fuerzas que tiene y del poco coraje que le queda, me lanza un escupitajo lleno de sangre directo al rostro.
Aquello me enciende la sangre y le dejo ir varios puñetazos al rostro.
Chilla y lloriquea por el dolor, y cuando enrollo mi mano en su preciosa melena dorada, y lo jaloneo con fuerza, para acercar su rostro al mío, comienza a gruñir y a luchar por zafarse de mi agarre.
“Te odio, Miranda. Te odio con toda mi alma” le rujo, sacando todo el aborrecimiento que siento por ella de mi interior.
“No tienes ni la más mínima idea de cuánto deseo hacerte sufrir”
Soy consciente de que el dolor carnal jamás se va a comparar con el dolor del corazón o del alma.
El dolor y el sufrimiento que quiero causarle jamás se podrá comparar con todo el dolor que ella me ha hecho sentir.
Probablemente, ni siquiera sirva para nada, porque hacerla sufrir no calmará mi propio sufrimiento, no lo reducirá en ninguna manera.
Pero, en este instante, no es la razón la que me domina.
Estoy loca.
Completamente loca.
La muerte de Cristhian me ha hecho tocar fondo, me ha hecho perder la cordura, y, estoy segura, que al terminar con esto, iré directamente a encerrarme en un manicomio.
Alguien demasiado moralista dirá que está mal lo que voy a hacer.
Que al final estoy siendo igual que ella.
Que debería seguir siendo bondadosa y no sucumbir ante la venganza.
Sin embargo, yo les pregunto, ¿A dónde nos lleva la bondad?
¿Es más importante mostrarnos y mantenernos correctos ante la sociedad, mientras los malos continúan haciendo de nuestras vidas un infierno?
¿Acaso debo dejarla con vida y esperar que cambie y no trate de volver a dañar a alguien a quien yo amo?
No.
¡Ya basta!
Ya fue suficiente.
Ahora está en mis manos el poder acabar con la maldad, con el dolor y el sufrimiento.
Tengo en mis manos el poder de darle a Mia, a Alex, e incluso a Sara y Ángela, la oportunidad de vivir y que no sufran el mismo destino cruel que les tocó a mi pequeño Luka y a mi amado Aquaman.
“Vas a morir, Miranda. Y ahora, nadie va a impedir que te mate con mis propias manos”
Me gruñe y en un último intento por hacerme daño, balbucea:
“Ya te lo dije, p%ta. Tienes que matarme, porque yo no me tentaré la mano para matar a todos los que te rodean y verte sufrir”
No la dejo terminar.
La estampo otro puñetazo en el rostro, y meto mi mano en su boca, agarrándole la lengua y sacándola fuera de su boca.
Ya no quiero oírla.
Sus palabras me repugnan y voy a silenciarla para siempre.
Agarro uno de los cuchillos y con furia, le corto la lengua con un corte limpio.
La sangre me empapa las manos y chorrea por el rostro de la rubia.
Sus graznidos me inundan los oídos y la locura me nubla la razón.
Cojo el cuchillo con más fuerza, y reviviendo las imágenes de las puñaladas que le dio a mi pobre Cristhian en el pecho, entierro el cuchillo en su cuerpo, una y otra vez.
No hiero partes importantes, porque no quiero que muera.
Solamente quiero que sienta el mismo dolor que él sintió.
Que sufra lo mismo que él sufrió, mientras el alma se le escapaba del cuerpo, y el dolor se instalaba en mi corazón.
Lo entierro en sus brazos, en sus hombros, en sus piernas, en su abdomen y en sus mejillas.
Y, cuando siento que es suficiente, me detengo.
Todavía falta y no quiero que se muera desangrada antes de tiempo. Aún debe pagar lo que le hizo a Luka. Empujo su cuerpo y lo tiro al suelo.
Su pecho sube y baja con dificultad. Se está muriendo, así que me apresuro.
Tomó el hacha y comienzo a despedazarla. Que sienta lo mismo que sintió mi pobre bebé, cuando lo sacaron a pedazos de mi interior.
Ojo por ojo y diente por diente.
La ley del Talión sea cumplida.
En este caso, será brazo por brazo, pierna por pierna, pedazo a pedazo, pagará lo que le hizo a mi hijo.
Clavo el hacha, una y otra vez, hasta que la despampanante mujer de cuerpo seductor y curvas de infarto, queda reducida a nada.
A pedazos de carne magra que podrían servir de alimento a los perros de la calle. Solo entonces, me detengo y me dejo caer vencida por el cansancio.
Me arrodillo en el charco de sangre que se ha extendido por todo aquel piso y lloro.
Lloro amargamente y grito con fuerza.
Lo que he hecho no me da placer, no me causa satisfacción alguna.
Simplemente no hay nada.
Nada.
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