Después de la tormenta -
Capítulo 3
Capítulo 3:
Cristhian nos observa a través del espejo retrovisor y sonríe al vernos luchar para acomodarnos en el asiento.
“Lucen terribles y espero que, gracias a esa tormenta, no se terminen enfermando. No pienso cuidar a moquillentos”.
Arruga la nariz y pone cara de asco.
“Yo siento que ya se me están saliendo los mocos”, le mofa, enseñándole la nariz.
“Ven a limpiarme”.
“Que te limpie Anna”, dice.
Lanzándole un manotazo, en broma, que se estrella en el rostro de Alexander.
“Sí, Anna, límpiame”, expresa, restregando su rostro en mi vestido.
“Ay, no seas asqueroso”, le riño entre risas, tratando de apartarlo de mí.
Pero aquello es tan imposible, porque me abraza con fuerza y me da un beso en la mejilla.
“Me alegra verlos juntos otra vez”, comenta Cristhian, poniendo el automóvil en marcha.
“Ahora que serán padres, deben estar más unidos que antes”.
“Y así será”, responde Alexander.
Se queda en silencio unos segundos y luego le dedica una sonrisa agradecida a Cristhian.
“Gracias por cuidarlos durante este tiempo”.
“No tienes por qué agradecer. Lo he hecho con todo gusto y dejaré de hacerlo hasta que Anna ya no quiera que lo haga”.
Los observo en silencio, mientras ellos se observan uno al otro. Uno a través del retrovisor y el otro a través de los mechones de cabello mojado que caen por su rostro.
Por un instante hay un silencio incómodo, luego, el hombre de ojos azules le esboza una sonrisa al hombre de ojos oscuros y le da un apretón en el hombro.
“Espero que así sea”, manifiesta Alex.
“Anna nos necesita a los dos. Debemos mantenernos unidos los tres y proteger al bebé”.
…
Llegamos a Salzburgo de madrugada y nos instalamos en uno de los departamentos propiedad de mi padre.
Estoy cansada, pero, mi deseo por Alexander es mucho más grande e intenso.
Salgo del baño, donde acabo de darme una ducha, y lo observo.
Está buscando ropa en su maleta. Se ha quitado la ropa que se había cambiado en la casa de Hans, cuando pasamos recogiendo cosas que necesitábamos, antes de salir de Alemania.
Viste solo una toalla enrollada a su cintura y yo solo visto la bata de baño.
Me lo quedo viendo y me lo como con la vista.
Es que es tan perfecto.
Tan varonil.
Tan se%y… que se me agua la boca solo con verlo e imaginármelo sin aquella toalla.
Me acerco a él y lo rodeo con mis manos, mientras deposito pequeños besos en sus omóplatos.
Palpo sus pectorales tan definidos y lo escucho ronronear, mientras mis manos bajan por su v!entre, acariciando con suavidad, hasta llegar a su miembro, que poco a poco se torna duro ante mis caricias.
Se gira y sus ojos azules me observan cargados de deseo.
Han sido semanas eternas sin poder disfrutarnos y, es más que evidentes, que ambos nos hemos necesitado y deseado durante todo este tiempo.
“Te deseo”, susurro, sin apartar mi vista de la suya.
No dice nada.
Tan solo enreda su mano en mi cuello y me atrae hacia él, devorando mis labios con lujuria. Oprime mi cuerpo contra el suyo y sus labios bajan por mi mandíbula y mi cuello, poniéndome a jadear y a vibrar.
Sus astutas manos deshacen el nudo de la cinta de mi bata y una de sus manos aprisiona uno de mis pechos, amasándolo a su antojo.
Le quito la toalla y mis manos van hasta su miembro, que ya está empalmado y duro, listo para brindarme el placer que solo él sabe darme.
“No sabes cuánto te he deseado”, me ronronea.
“Y yo a ti”, le respondo.
“Te he extrañado, Anna. Mi cuerpo ha extrañado al tuyo. He extrañado hacerte mía. Escuchar los suspiros y g$midos que tu boca profiere cuando te lleno de placer”.
Arranca la bata de mi cuerpo y me lleva contra la cama. Se acomoda en medio de mis piernas y puedo sentir su virilidad punteando mi entrada, que ya está húmeda y deseosa de sentirlo, llenándome y pe%etr$ndome con todo su vigor.
Me besa tan fuerte, que mis labios resienten aquel beso. Llevo mis manos hasta su trasero, empujando su pelvis contra la mía, ayudando a su empalme a entrar con más prisa.
Lo quiero, Lo deseo ya. No quiero más juego previo.
Estoy ansiosa por sentir como me parte y me despedaza con toda su hombría. Le doy otro empuje a su trasero y…
¡Bingo!
Su miembro me llena de una estocada. Entierro mis dedos en su trasero y j%deo, sintiendo que la respiración se me corta cuando me embiste.
Comienza a moverse con vigor dentro de mí, llenándome de tanto placer, que siento que voy a deshacerme debajo de él.
Es exquisito esto.
Es placentero.
Y no tengo idea de cómo quería estar alejada de él, cuando es él, el único que pone mi mundo a vibrar.
Estoy cerca de alcanzar el primer org%smo, cuando él se detiene y me observa asustado.
“¿Qué sucede?”, le pregunto confundida. Pues no entiendo su reacción.
Sale de dentro de mí, dejando un vacío en mi interior, que resiente la falta del fuego que lo estaba consumiendo en aquel momento.
“No puedo hacer esto”, murmura.
“¿Por qué?”, inquiero intrigada.
“¿Qué es lo que sucede, Alexander?”
“El bebé”, masculla.
“Podemos hacerle daño, Anna”.
Me río. Aquello me causa gracia y ternura. Llevo mis manos hasta su rostro y con dulzura le digo:
“Mi amor, no le va a pasar nada al bebé. Todo va a estar bien”.
“No, Anna, no”, insiste preocupado.
“Esto tiene que estar mal. No podemos hacerlo”.
Le hago un mohín y lo observo con ternura. Verlo tan preocupado y decidido a hacer a un lado sus deseos, por proteger al bebé. Pero, yo estoy muriéndome de deseos y sé que sus temores son infundados.
Así que, ni modo…
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