Capítulo 4:

Lo agarro con todas las fuerzas que puedo y lo empotro contra la cama.

Me subo a horcajadas sobre él y acomodo su miembro en mi centro, dejando caer mis caderas, con fuerza sobre él.

Abro la boca y gruño muerta de placer, sintiendo como se abre paso dentro de mí. Y, ante su mirada contrariada, comienzo a montarlo con vigor y vehemencia.

No se rehúsa.

No pone ninguna resistencia.

De hecho, su deseo crece ante el mío y se deja vencer por él. Se incorpora y se sienta en la orilla de la cama.

Rodeándome con sus enormes brazos y oprimiendo su cuerpo con el mío.

Me besa con fogosidad y sus manos ayudan a mis caderas a estrellarse con fuerza contra su pelvis.

No necesitamos mucho, pues el fuego nos ha consumido por completo. Bastan unos segundos y el org%smo nos ataca con potencia.

Dejando nuestros cuerpos temblorosos y extasiados por aquel deseo que nos ha consumido.

Sus manos rodean mi espalda y me da pequeños besos en los labios, mientras nos reímos por lo que acaba de pasar.

“Prácticamente me vi%laste”, musita riéndose y negando con la cabeza.

“No vi que pusieras mucha resistencia”, le replico, peinando su cabello con mis manos y devolviéndole los besos que el me da.

Me aparta unos centímetros y me observa por unos segundos. Sus ojos brillan misteriosos y de repente me dice:

“Casémonos. Mañana mismo, no perdamos más tiempo y por fin dame el privilegio de ser tu esposo”.

Lo miro en silencio. No sabiendo cómo reaccionar.

Aquella propuesta me ha dejado en shock. Miles de emociones arremolinándose en mi interior y no dándome ni un instante de tregua para poder responderle.

“Dime que sí”, suplica, llevando mis manos hasta sus labios y besando mis nudillos.

“Prometo serte fiel, honrarte, amarte y ser tuyo hasta el resto de mi vida. Y, cuando ya no esté en este mundo, prometo buscarte en el otro y seguirte amando hasta el resto de la eternidad”.

Otra vez besa mis nudillos y sobre mis manos, su boca se vuelve a abrir y susurra:

“Dime que sí, Anna, y hazme el hombre más feliz sobre esta tierra”.

“Sí”, susurro, con la voz cargada de emoción.

“Sí, y mil veces sí. Quiero casarme contigo mañana mismo y que nuestro amor dure por el resto de la eternidad”.

Durante mi adolescencia, cuando yo tenía unos trece años, mi padre y yo vivimos varios meses en Escocia, por unos negocios en la industria del whisky que tenemos allá.

Recuerdo que uno de sus socios se casó y fuimos invitados a su boda.

La boda tuvo una celebración de dos días y se realizó en uno de esos castillos típicos escoceses, en las afueras de Edimburgo.

El primer día, hicieron una ceremonia, como un tipo de ritual de matrimonio que celebraban los Celtas y quedé maravillada con aquello.

El Handfasting.

Siempre me imaginé teniendo una boda así, con el hombre de mis sueños.

Gracias a Dios, nunca lo hice con Roddy, porque él no era el hombre de mis sueños y me hubiera arrepentido una y mil veces, por desperdiciar una ceremonia tan hermosa y romántica con él.

Según los antiguos Celtas, la ceremonia consiste en que los dos amantes no solo se unen en matrimonio en el plano físico, si no, en el plano espiritual.

La ceremonia une a dos almas que se han buscado durante la infinidad del tiempo, para finalmente encontrarse y convertirse en una sola, dispuesta a vencer cualquier adversidad que se le presente.

Alexander y yo, hemos pasado tantas cosas. Nos hemos hecho daño el uno al otro, nos hemos separado tantas veces y nos hemos odiado otras cuantas.

Pero, al final, aquí estamos. Juntos.

Amándonos.

Nuestro amor ha demostrado ser más fuerte que cualquier otra cosa en esta vida. Ha sobrepasado todas las barreras que se le han puesto enfrente.

La tormenta, en aquel cementerio de Múnich, fue algo simbólico en nuestras vidas. Aquella tormenta nos limpió de nuestras culpas, de nuestros miedos, de nuestros celos, de nuestras dudas y de todo aquello que nos impedía ser felices.

Hoy, más que nunca, estamos convencidos que nos pertenecemos el uno al otro. Que nos amamos como nunca antes habíamos amado a alguien y que nuestro lugar, en este mundo, es uno al lado del otro.

Cristhian conduce el auto, en el que vamos al lugar en el cual realizaremos la ceremonia: Hallstatt.

Nuestra ceremonia será mágica. De ensueño a la orilla del lago y con vista al encantador pueblo. Alexander viaja en otro auto, junto al sacerdote que oficiará la ceremonia. Hemos querido hacer todas las tradiciones de una boda normal.

No nos hemos visto desde anoche que decidimos casarnos y le contamos a Cristhian de nuestros planes. Y nos veremos, hasta que Cristhian me entregue a él en el altar de la unión.

Llegamos al lugar indicado. Una casa que hemos alquilado, a la orilla del lago de Hallstatt, al otro lado del casco histórico.

Todo está preparado para realizar la ceremonia.

A veces, tener tanto dinero, no es tan malo y ayuda a poder hacer estas locuras: Preparar una boda de la noche a la mañana.

Nuestro auto se estaciona a un costado de la pintoresca casa y el auto en el que viene Alexander, se estaciona en el otro costado.

No hay invitados, solo nosotros tres, el sacerdote y las dos personas encargadas de preparar el lugar.

“¿Estás lista?”, me pregunta Cristhian, girándose sobre el asiento para poder verme.

“Sí”, le respondo.

“Y también nerviosa y demasiado emocionada. No puedo creer que, por fin, vamos a hacer esto”.

Ensancha una enorme sonrisa, que me contagia, y comenta:

“Tienes que estarlo. Hoy, por fin, te casarás con el amor de tu vida”.

“No me parece real”, le digo.

“Siento que es un sueño. Todo parecía tan mal hace un par de días y ahora, aquí estamos. Y todo gracias a ti, si tú no me hubieses dicho que bajara del carro y hablase con él, no estaríamos juntos. No estaríamos haciendo esto”.

“Era lo que tenías que hacer. No podían seguir estando separados. Se aman y necesitan estar juntos. Merecen estar juntos”, acota.

“Espero que puedas encontrar a alguien que te ame y a la que ames, de la misma manera en que Alexander y yo nos amamos”, musitó, tomando su mano y apoyando mi mentón en el respaldo de su asiento.

“Mereces ser tan feliz, como lo somos nosotros”.

“Me crees si te digo que, por los momentos, ¿Soy feliz viéndolos felices a ustedes dos?”

“Por supuesto que lo creo”, le respondo.

“Eres la persona más buena que existe en este mundo”.

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