Capítulo 2:

Un hijo con el amor de mi vida.

No se le puede pedir más al cielo, a la vida y a los dioses.

“Anna, ¿Por qué no me lo habías dicho?”, le pregunto, tomando su rostro entre mis manos.

“Porque tengo miedo, Alexander”, farfulla entre sollozos.

“Tengo miedo de que ella le haga algo. Si algo le llega a pasar a este bebé, te juro que me mato. Jamás podré volver a pasar por aquello, nunca más. No lo resistiría, Alexander”.

Su cuerpo tiembla y se ahoga en un llanto descontrolado.

La abrazo con fuerza y seco sus lágrimas.

Beso su frente y la arrullo en mi pecho.

La lluvia se ha calmado y se ha transformado en una fina llovizna que cae en pequeñas gotitas sobre nuestros cuerpos mojados por el torrencial.

“Jamás permitiré que algo les pase”, le prometo, sosteniendo su rostro y obligándola a que me vea.

“¿Me crees, mi amor? ¿Crees cuando te digo que haré todo lo que esté en mis manos para protegerlos a ti y a nuestro bebé?”.

Continúa sollozando e hipando. Se aferra a mí con fuerza y la lleno de dulces besos mientras sigo susurrándole:

“Ustedes son lo más importante en mi vida, Anna. Tú y este bebé son lo mejor que me ha pasado y te juro que los protegeré a ambos con mi vida”.

La sigo llenando de besos. Me arrodillo en el suelo cubierto de agua y lodo para depositar pequeños besos en su v!entre.

Me aferro a su cintura y coloco mi mejilla sobre su v!entre. Puedo sentirlo. Un pequeño bulto en su v!entre, que antes era tan plano y fino, ahora, ligeramente abultado.

Un nudo se forma en mi garganta. Siento que puedo explotar de felicidad en este momento. Hay un torrente de emociones formándose en mi interior y tengo la certeza de que ahora estaremos más unidos que antes.

“¿Sabes qué? Ahora mucho menos voy a dejar que te vayas ¿Verdad?”, le digo, levantándome y dándole un casto beso en la boca.

Sonríe. Con una de esas bonitas sonrisas que le iluminan el rostro. Acaricio su mejilla y otra vez la beso.

Con ternura, con amor, saboreando sus exquisitos labios que tan bien se acoplan con los míos.

“Te amo, Anna”, le susurro, separándome de ella y viéndola a los ojos.

“A ti y a nuestro bebé. Los amo”.

“También te amo, Alexander”.

Toma mi mano y besa mis nudillos.

“Y te quiero cerca de nosotros. Sé que serás el mejor padre para este bebé y estoy segura que nos protegerás y jamás dejarás que algo le pase a nuestro bebé”.

“Jamás, Anna”, musitó, pegando mi frente con la de ella.

Coloco nuestras manos en su v!entre, ahí donde se siente el pequeño bulto.

“Tú y yo, juntos, más que nunca, protegeremos a este bebé. Él será nuestra vida, nuestra felicidad y nuestro amor más grande”.

POV ANNA KALTHOFF

Lloro, pero es de felicidad.

Sé y estoy más segura que Alexander jamás será como Roddy. Que mi hijo y yo estaremos seguros y seremos amados con él.

Verlo en aquella posición, de rodillas y abrazado a mi cintura, mientras llena mi v!entre de besos, es la cosa más hermosa que vi en la vida.

Qué gran diferencia entre él y Roddy. Roddy jamás demostró tal acto de cariño o amor por mi embarazo o por Luka.

Cuando terminamos de hablar y de besarnos, comienza a tratar de secar mi rostro y mi cabello.

Estamos completamente empapados. Nos reímos y me da tiernos besos en la frente y trata de calentar mis manos.

Estoy titiritando por el frio y me abraza con fuerza.

“Vámonos de aquí”, propone, peinando mi cabello con sus manos.

“Hace demasiado frío y te vas a enfermar”.

Se inclina y me toma en sus brazos como si nada.

Como si yo fuera un costal lleno de plumas.

“Alexander, me vas a botar”, le chillo, sujetándome con fuerza de su cuello.

Se ríe. Mostrándome sus dos perfectas hileras de dientes blancos. Aquella sonrisa tan preciosa que le ilumina el rostro y me ilumina la vida.

“Por favor, mi amor”, se mofa con petulancia.

“Yo soy fuerte, como un oso. Si quisiera, podría lanzarte al aire y darte las tres vueltas del gato”.

“Eres un tonto”, le chisto entre risas.

“¿Qué es eso de las tres vueltas del gato?”.

“No sé, pero sonaba bien”, responde con simpleza.

“Te hice reír y es lo importante”.

“Sabes que puedo caminar ¿Verdad?”.

“No, no puedes”, me replica.

“Estás embarazada”.

“Estoy embarazada, no paralítica”, le recalco, rodando los ojos.

“Yo sé que no estás paralitica y que puedes caminar muy bien”, responde, clavando sus ojos y deteniéndose a un par de pasos del auto.

“Pero el suelo está resbaladizo y puedes caerte y lastimarte, lastimar a nuestro bebé”.

Achino la mirada y lo observo por un instante, luego le sonrío y le digo:

“Te dije que los protegería con mi vida. Es lo que estoy haciendo. No quiero que, absolutamente, nada malo les pase”, manifiesta.

“Además, me gusta cargarte. Y, si puedo hacerlo, ¿Por qué me voy a privar de poder hacerlo? Acaso, ¿No te gusta que te consienta?”.

“Por supuesto que sí”, le respondo, ladeando una sonrisa divertida.

“Me encanta que me consientas”.

“Entonces, tú solo déjate consentir. Han sido demasiados días en los que me has privado de poder hacerlo y yo me desvivo por tratarte como la princesa que eres para mí. Y ahora que estás esperando a nuestro bebé, te trataré mil veces mejor y te consentiré hasta que te fastidies de lo meloso que voy a ser”.

Me río. Solo él puede provocar esto en mí.

Llevamos tanto tiempo separados, hemos pasado tantas cosas, nos hemos hecho daño una y otra vez y aquí estamos, completamente empapados, de noche, en un cementerio, con Cristhian esperándonos en el auto y nosotros dos, riéndonos como dos tontos adolescentes que no han pasado por todas las cosas que han vivido en los últimos meses.

Desde el primer instante en que nos conocimos, tuvimos esta conexión. De poder ser amigos, confidentes, amantes, y la persona que más felicidad le brinda, una a la otra, a su vida.

“Jamás podría cansarme de ello”, le digo.

“Me gusta que pienses de esa manera”, responde.

Continúa caminando, hasta que llegamos al auto y nos introducimos dentro de él.

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