Capítulo 28:

“¿Cuándo he hablado en nombre de otras personas?”

Me quedo en silencio, sabiendo que si alguien puede hacerme cambiar de parecer, es él.

“¡Nunca!” murmuro, aunque sé que está sonriendo con esa sonrisita que a veces me provoca darle un puñetazo.

“Anna, sabes que lamento todo lo que has sufrido a manos de Miranda” dice, y siento cómo mi corazón se aprieta.

“Pero no eres la única que ha sufrido. ¡Alexander también ha sufrido! ¡Yo he sufrido!”

Me siento impotente y llena de rabia, no con él, sino conmigo misma, por haber estado tan centrada en mi propio dolor.

“No puedes culparnos por querer hacer justicia con nuestras propias manos”

Afirma, y aunque niego con la cabeza, sé que tiene razón.

El llanto es inevitable.

“Lo único que yo he querido es mantenerlos a salvo”

Sollozo, pero él insiste.

“¡No llores! Agradezco que quieras mantenernos a salvo, Anna. Sin embargo, ya no quiero que tengas miedo”

Recuerdo cómo antes no tenía nada que perder, cómo nada tenía importancia para mí, solo las inmensas ganas de hacer pagar a quienes dañaron a mi Luka.

Aunque prometí dejar descansar a mi pequeño y recordarlo con amor, el dolor nunca se ha ido del todo.

Mia ha aplacado un poco ese vacío, pero un hijo no puede ser reemplazado.

Cierro los ojos y las memorias dolorosas me asaltan, las palabras crueles, la violencia…

“¿Dónde está mi justicia?” me pregunto, con los puños cerrados y el cuerpo temblando de rabia.

“Ha llegado mi momento de despertar de este letargo” me digo a mí misma.

Porque nada me asegura que no nos encuentren y vuelvan a hacernos daño. Nada. Absolutamente nada.

Cada día que pasa, estamos expuestos y todo se lo he dejado a la suerte.

Mientras observo a Mia jugando, me pregunto, ¿cuánto más podrá durarnos esta suerte?

Ella sigue sumergida en su burbuja de felicidad, aventando hojas al viento. Cristhian me saca de mis pensamientos preguntándome si recuerdo lo que le dije a Alexander en el cementerio.

Sé a qué se refiere y trago grueso.

“¿Qué pasaría si le hicieran daño a Mia?”

Solo de pensarlo, siento que el corazón se me detiene.

Mia, que ha dejado de jugar con las hojas y ahora corre hacia nosotros, grita con alegría.

“¡Tío! ¡Tío!”

Cristhian le responde, jugando con ella.

Luego, la princesita se acerca a mí y se recuesta sobre mis piernas.

Pide helado con una sonrisa pícara, y yo le aseguro que le daría el mundo entero si pudiera.

Ella no comprende la profundidad de mis palabras, pero eso no importa.

Cierro los ojos y deseo que este momento de paz dure para siempre.

Sé que tenemos que enfrentar la realidad y que para darle a Mia el mundo de paz y felicidad que merece, su madre y yo debemos estar dispuestos a luchar contra cualquier adversidad.

Alexander, por su parte, intenta consolar a Mia.

“Te prometo que pronto vamos a regresar”

Le asegura, pero ella no quiere que nos vayamos.

“¡Por favor, papi, no se vayan! ¡Llévenme con ustedes!” le suplica.

Le prometo que, después de nuestra misión, nunca más estaremos separados y que incluso podríamos llevarla a Disneylandia.

Su inocencia se ilumina con la idea de tener hermanitos y, al imaginar a esos pequeños corriendo libremente, siento una mezcla de alegría y determinación.

Le doy un último abrazo y beso, deseando poder cumplir todas las promesas que le he hecho.

Me levanto, la insto a comportarse bien con Hans y su familia y le recuerdo cuánto la amamos.

Mientras me alejo, escucho a su tío animándola a hacer travesuras, y sonrío.

Me acerco a Hans, agradezco su ayuda y me preparo para lo que viene, consciente de que nuestras acciones están guiadas por el amor que sentimos por nuestra pequeña Mia.

“Cuida a esa pequeña, por favor”, le pido a Cristhian con un tono que denota la seriedad de mi petición.

“Siempre lo he hecho, Alexander”, responde con firmeza.

“Y siempre lo haré”. Su respuesta me da algo de consuelo mientras le doy un abrazo y me separo para mirar a Anna.

Ella está sentada en el asiento trasero del coche, con la mirada fija hacia el frente y una expresión dura en el rostro.

Con los nudillos, toco el vidrio tratando de llamar su atención. Se gira hacia mí y le pregunto si está bien.

Solo asiente y ofrece una sonrisa forzada antes de volver a mirar al frente.

Entiendo perfectamente lo que siente. Al igual que yo, no le agrada la idea de separarse de Mia, pero es consciente de que es necesario para protegerla.

Si no tomamos medidas, tarde o temprano, aquellos que nos persiguen vendrán por nosotros, y Mia será la más vulnerable.

Me subo al coche y me siento a su lado, tomando su mano entre las mías.

“¿Segura que no quieres ir a darle un último abrazo?”, le pregunto, aunque sé que se está haciendo la fuerte para no derrumbarse.

“Sí”, responde con la voz entrecortada, sin mirarme.

Aprieto su mano, intentando transmitirle que todo estará bien y que estoy con ella, aunque en el fondo comparto su miedo. No temo por mí, sino por no poder cumplir mi promesa de protegerlas a ella y a Mia, las dos personas que más amo en este mundo.

Cristhian interrumpe nuestros pensamientos al preguntar si estamos listos para partir. Anna asiente y le indico al conductor que arranque.

A medida que el coche se pone en marcha, Anna fija su mirada en el retrovisor, observando a Mia que se queda parada al inicio del camino.

De repente, Anna grita:

“¡Stoppen!”

Y el coche se detiene bruscamente.

Se libera de mi agarre, abre la puerta y corre hacia Mia.

Me bajo del coche y las observo mientras Anna la abraza con fuerza, cubriéndola de besos y repitiéndole cuánto la ama.

“¡Ich liebe dich, Mia! Vergiss es nie. Ich liebe dich mit meinem Leben”, le dice con voz temblorosa.

Me uno a ellas, abrazándolas con todas mis fuerzas.

No sé cómo, pero lo que estamos a punto de hacer tiene que salir bien.

Mi familia y yo merecemos ser felices, sin más miedo ni escondites. Es hora de que Miranda y Edward desaparezcan para siempre y podamos vivir en paz.

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