Capítulo 27:

Entonces, me dejo vencer ante mi propio clímax y me derramo dentro de ella, sintiendo que voy a quedarme seco por dentro, con todo lo que le entrego.

Me dejo caer sobre ella y la lleno de besos.

Peino su cabello y le seco las gotas de sudor que se han perlado por su rostro. La observo y la veo directo a aquellos preciosos ojos color verde que me hipnotizan.

“Te amo tanto”, le susurro.

Me giro sobre el colchón, acomodándola sobre mi pecho.

La abrazo y acaricio su espalda, sonsacándole unos cuantos suspiros y sonrío cuando la escucho susurrar:

“Te amo, Alex”.

POV ALEXANDER THOMPSON

Me coloco las orejeras y lentes de protección, tomo la pistola con la seriedad que el momento requiere, siguiendo al pie de la letra las instrucciones que Klaus me dio en aquel primer entrenamiento que aún resuena en mi memoria.

Me posiciono en el punto de partida, tomo aire y relajo mi cuerpo, buscando esa calma necesaria para enfrentar el desafío que tengo delante.

El pitido de Klaus es la señal.

Empiezo, moviéndome con agilidad entre los obstáculos, apuntando y disparando a los objetivos distribuidos por todo el campo de práctica.

Cada disparo es un grito de poder, cada ¡Bang! un eco de mi determinación, cada silueta de papel derribada una victoria imaginaria sobre Miller o Miranda, esos fantasmas que amenazan la paz de mi familia.

Repetidamente, ajusto mi puntería, perfecciono mi técnica, hasta que los tiros aciertan en el blanco con la precisión de un experto.

“¡Muy bien, Alex!”, Klaus no escatima en elogios, su voz es un refuerzo a mi confianza.

“¡Lo has hecho muy bien!”

Juntos revisamos las siluetas de papel, algunas con impactos directos en el centro, otras con tiros que habrían sido letales.

“Apenas es tu quinta práctica y has avanzado mucho, Alex”, me dice Klaus, y no puedo evitar sonreír ante la comparación con John Wick que hace a continuación.

Cristhian toma su turno, y a pesar de su actitud fanfarrona y esa sonrisita que tanto me irrita, no puedo negar su habilidad.

Se mueve con una destreza que desmiente su tamaño, y su rendimiento es impecable.

No falla ni un solo tiro, y aunque su arrogancia me exaspera, en el fondo, un respeto reticente se asienta en mí.

Klaus nos felicita y se despide, dejándonos con la promesa de que estamos listos para lo que viene.

Cristhian, con su mirada perdida en el horizonte, murmura sobre la venganza que nos aguarda, y yo, compartiendo su mirada, me pierdo en mis propios pensamientos.

La conversación se torna personal, profunda, tocando fibras de amor y lealtad.

Cristhian habla de Anna, de su amor incondicional que trasciende lo romántico, y de Mia, a quien ama como a una hija.

Sus palabras me llenan de orgullo y gratitud; sé que en él, ellas tienen un protector inquebrantable.

Confieso mis pensamientos más íntimos, aquellos que hablan de un mundo en el que yo no hubiera regresado, donde Cristhian habría sido el hombre para Anna y Mia.

Su agradecimiento es sincero, y aunque su voz tiembla ligeramente, su convicción es firme.

Intento aligerar el ambiente con una broma, y lo logro; Cristhian se ríe, y por un momento, la tensión se disipa.

Pero la seriedad regresa pronto, recordándonos la realidad que enfrentamos, una realidad que, a pesar de todo, nos encuentra unidos como hermanos, como familia.

Anna y Mia jamás pudieron estar, ni podrán estar, en mejores manos que las de él. Sonrío y palmeo su hombro.

“Claro que eres su padre, Cristhian”, le digo y deseo confesarle algo más. Él me observa intrigado, y le revelo.

“Si yo no hubiera despertado jamás, me hubiese gustado que tú y Anna hicieran una nueva vida”

Él murmura mi nombre, pero no lo dejo continuar.

“Estoy más que seguro que, después de mí, tú serías el hombre indicado para darle la felicidad que ella se merece y que con nadie más, ellas podrían estar más seguras”

“Gracias”, susurra Cristhian, su voz conmovida.

Pero le aseguro que el agradecido soy yo.

A veces siento que nos estamos aprovechando de él, que sufre mientras nosotros somos felices.

Pero él me objeta, asegurando que ver nuestra felicidad le hace feliz a él. Bromeo diciendo que eso significa que también me ama, y consigo hacerlo reír.

“Pues sí. Eres un pendejo, pero así te amo”, dice, y nos reímos juntos.

Luego, Cristhian se pone serio y ofrece hablar con ella, admitiendo tener más influencia sobre Anna.

Acepto su oferta y él asiente, listo para actuar.

“¡Es hora de que vayamos a cazar a esos perros!”, exclama con determinación.

Mientras tanto, Anna Kalthoff se encuentra en el jardín, disfrutando del aire fresco y viendo jugar a Mia con las hojas secas.

La alegría de la pequeña le proporciona un momento de felicidad, pero pronto, la sonrisa se desvanece de su rostro al pensar en las palabras de Alexander:

“¿Hasta cuándo tendremos esta felicidad?”

Se pregunta si no sería mejor enfrentar a Miranda y Miller, terminar con ellos de una vez por todas.

La idea de que su hija viva atemorizada y en peligro constantemente le pesa en el alma.

La angustia sustituye a la felicidad que sentía hace un momento, y se cuestiona si puede seguir siendo la Anna que una vez deseó justicia contra Miranda.

Anna se da cuenta de que ya no puede ser la misma de antes. La maternidad ha cambiado su vida, y ahora solo encuentra temor.

Temor por Mia, por Alexander, y por Cristhian. Está harta de sufrir, se siente débil y agotada, y no desea derramar ni una lágrima más.

Alguien susurra detrás de ella, y al girarse, se encuentra con Cristhian, que ha terminado el entrenamiento.

Se sienta a su lado, y mientras observa a Mia jugar, reflexiona sobre la inocencia perdida y cómo sería mejor volver a esa época en la que no conocían la maldad del mundo.

Giro mi cabeza y lo observo intrigada.

Si no lo conociera, diría que de verdad es un superhéroe con la habilidad de leer la mente, porque parece que ha adivinado mis pensamientos.

“¿Te imaginas? Que esta pequeña pudiera vivir en el mundo que merece” musita Cristhian.

“Un mundo en el que su felicidad sea completa, no solo un espejismo”

Un nudo se forma en mi garganta y las lágrimas amenazan con escaparse.

“Que pudiera vivir tranquila y en paz, rodeada de las personas que la aman y sin ninguna amenaza en su camino”m continúa él, y no puedo evitar preguntarle, molesta.

“¿Adónde quieres llegar, Cristhian? ¿Él te ha pedido que vinieras a persuadirme?”

Se ríe sarcásticamente y niega con la cabeza.

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