Después de la tormenta -
Capítulo 26
Capítulo 26:
Apenas puedo hablar, así que solo asiento con la cabeza y le sonrío, mientras un nudo en la garganta me impide decir más.
Extiendo mi mano hacia ella y le pido que se acerque.
Con timidez, lo hace.
Camina hacia mí y su pequeño cuerpo se pega al mío.
Sus ojos, tan curiosos, me miran detalladamente.
Lleva sus delicadas manitas hasta mi rostro y lo palpa, tocando mi barba, mis labios, mi nariz, mis ojos, mi cabello.
Sentir sus manitos me transmite una calidez y una paz incomparables, y estoy seguro de que ya había sentido esta misma sensación que ella me hace sentir.
Tomo sus pequeñas manos entre las mías y las llevo a mi boca, besándolas con ternura.
“Papi, yo siempre quise conocerte y tú nunca venías”, susurra, lamentándose.
“Mi tío me dijo que tú estabas durmiendo bajo el hechizo de una malvada bruja”.
Le dedico una sonrisa agradecida a Cristhian.
“Yo también deseaba conocerte, pequeña”, le digo, acariciando sus cabellos dorados.
“Desde que estabas dentro de la pancita de tu mamá he deseado conocerte, tenerte entre mis brazos y abrazarte”.
“¿De verdad, papi? ¿Tú me quieres tanto como yo te quiero a ti?”, pregunta.
“No te quiero, pequeña”, le respondo.
“Yo te amo. Con todo mi corazón te amo”.
Rodeo su frágil cuerpecito con mis manos y la abrazo con fuerza, aspirando su olor a fresas, besando su frente y derramando lágrimas de emoción.
Me levanto del suelo, alzándola entre mis brazos, y le ofrezco otro abrazo a Anna, que también llora de felicidad al vernos juntos.
“Papi, no te muevas”, exige la princesita, con su vocecita mandona, mientras me pinta las uñas y me maquilla. La observo, maravillado por cada uno de sus gestos y rasgos. Es hermosa, vivaz e inteligente, con el mismo carácter mandón de su madre.
Cuando finaliza, me miro en el espejo y veo que parezco un travesti con muy bajo presupuesto, lo que me hace reír a carcajadas.
Anna también se ríe al verme, pero la princesa insiste en que me veo hermoso. La tomo en mis brazos y la lleno de besos, agradecido por este momento de felicidad.
“Me gusta mucho que juegues conmigo, papi”, expresa la niña.
“¿Siempre vas a jugar conmigo?”
“Sí, princesa”, le respondo.
“Siempre que tú quieras, voy a jugar contigo”.
“¡Es incansable!” manifiesto, cuando entro a la habitación.
Vengo de acostarla en su cama y he tenido que leerle como cinco cuentos e inventarme otras dos historias, porque los otros cuentos ya se las sabía de principio a fin.
“¿Ya te has cansado de tu hija?” pregunta Anna, alzando una ceja.
Está sentada frente al tocador, peinándose la larga cabellera castaña, y luce hermosa. Lleva un largo camisón de seda en color blanco.
Las ondas de cabello caen como cascada en su espalda.
“Jamás me cansaría de esto”, declaro, caminando hasta su posición.
“Esa niña es lo mejor que me ha pasado en la vida”.
Cuando me paro detrás de su espalda, me sonríe a través del reflejo de su espejo.
Sus hombros, descubiertos por los finos tirantes del camisón, me tientan a besarlos con suavidad, saboreando su deliciosa piel.
Hago su cabello a un lado y me inclino, llevando mis labios hasta su suave piel. Deposito pequeños besos, que la ponen a suspirar.
Deja el cepillo a un lado y se gira, quedando frente a mí.
“Creí que aún no podías”, musita, enrollando su mano en mi cintura.
“Podemos probar”, le ronroneo.
Le ofrezco mis manos y la levanto del asiento.
Sujeto su cintura y la atraigo hacia mí, oprimiéndola contra mi pecho.
Capturo su boca y la beso lentamente, saboreando sus labios, mientras mi mano baja por su espalda, hasta llegar a su trasero.
Lo apretujo con suavidad, disfrutando de sus carnes turgentes, mientras mis labios bajan por su cuello, repartiendo dulces besos que le sonsacan unos cuantos jadeos ahogados.
“Mi cuerpo extrañaba esto”, le siseo, volviendo a atacar sus labios hinchados.
“Te deseo, Anna. Te deseo como un loco”, murmuro contra sus labios.
La alzo del suelo, subiéndola a horcajadas a mi cintura, y la llevo hasta la cama. La acuesto sobre el colchón y la observo detalladamente.
Es hermosa. Las mejillas sonrojadas, el cabello esparcido sobre la cama, la piel de porcelana, tan suave y exquisita.
Me acuesto sobre ella, pego mi frente con la suya y beso su boca.
Me separo y susurro:
“No sé qué cosa hice bien en esta vida, como para ser digno de merecerte”. Quiere hablar, pero la silencio colocando mi dedo sobre su boca.
“Nunca me voy a cansar de amarte, Anna. Eres todo lo que necesito para ser feliz”. Otra vez la beso, con pasión, con amor y con un anhelo desbordante.
“Si pudiera detener el tiempo, sería en este preciso momento”, le ronroneo, con la voz cargada de deseo.
“Quisiera pasar mis noches y mis días adorándote. Desearía hacer eternos nuestros momentos de felicidad. Anhelo pasar la eternidad sintiendo el calor de tu cuerpo, disfrutando de tus besos y el latido de tu corazón”.
La beso una vez más, sintiendo como mi cuerpo se rinde ante el deseo que ella me provoca.
Paso mi mano por su cuerpo, palpando y magreando sus pechos, sus caderas y su cintura.
Paso mis dedos por la marca que tiene en su abdomen, la cicatriz que me recuerda la estupidez que cometí.
Si no me hubiese entrometido, si la hubiese ayudado, así como ella deseaba, nada de lo que pasó, hubiese pasado.
En este momento estaríamos disfrutando de la felicidad que merecemos, no tendríamos temores y probablemente tendríamos a más pequeñines brincoteando por ahí.
“Hey, ¡Mírame!”, me pide, sujetando mi rostro y obligándome a verla.
Se inclina y me besa, dándome un beso que me devuelve a ella, a esto, a disfrutarla y perderme en el deseo.
La giro y vuelvo a colocarme sobre ella.
Muevo las caderas, una y otra vez, embistiéndola con vigorosidad, con potencia y entregándole todo lo que tengo.
Jadeo su nombre y gruño, cuando su pequeño cuerpo se estremece debajo del mío y sus uñas me arañan la espalda.
Jadea mi nombre, una vez más, antes de entregarse a los embates del clímax y de que su cuerpo termine convulsionando debajo del mío.
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