Capítulo 24:

“Nada más quiero hacer lo que haga feliz a Anna”, le respondo.

“Sabes que no me gusta que ella esté molesta conmigo. Así que estoy decidido a hacer lo que ella quiera”.

Cristhian frunce el ceño y me observa, pensativo por unos segundos.

“No te lo ha dicho, ¿Verdad?”, inquiere, desconcertándome por completo.

Ve la duda en mi rostro.

Esboza una leve sonrisa y niega con la cabeza.

“Ella te está protegiendo”, susurra, más para sí mismo que para mí.

“No ha querido que te enteres, para que desistas de esa idea”.

Se queda en silencio, agacha la cabeza y se frota la frente con la mano.

“Ella sabe que si te cuenta lo que ha pasado, no vas a cambiar de parecer y vas a querer ir a buscarla y matarla con tus propias manos”.

No entiendo nada de lo que está diciendo.

Me paro, me apoyo en el bastón y me acerco a él.

“Cristhian, ¿De qué m!erda estás hablando?”, le demando, sintiéndome exasperado.

“Habla de una p%ta vez”.

Su sonrisa se borra y la expresión de su rostro se torna seria y con un poco de furia. Bufa y finalmente lo dice:

“Ella escapó. Hace dos años. Nadie sabe cómo hizo y nadie sabe dónde se encuentra”.

Pestañeo, incrédulo de lo que estoy escuchando.

No puede ser cierto lo que está diciendo.

Necesito que sea más claro.

“¿Quién ha escapado?”, le pregunto.

“Tú sabes de quién estoy hablando”, contesta.

“Sabes de quién quiere mantener alejados, a ti y a Mia”.

Mi cuerpo comienza a temblar por la furia que me está invadiendo.

No puedo creer que haya sido tan estúpido como para dejarla viva, creyendo que encerrarla en una cárcel iba a impedir que Miranda nos hiciera más daño, y ahora ella esté fuera.

Probablemente, buscándonos por cada rincón para hacerle daño a Anna o a Mia. ¡Soy un reverendo pendejo!

Golpeo la pared con toda la fuerza que puedo, lastimándome los nudillos.

“¡M!erda!”, gruño, encolerizado.

Esto lo cambia todo.

Tengo muchísimas más razones para querer buscarla y acabar con ambos.

Ellos no se van a cansar de buscarnos.

Tenemos que hacer algo cuanto antes.

“¿Estás conmigo, hermano?”, le pregunto, con determinación.

Sus ojos oscuros se clavan en los míos.

No hay rastro de vacilación en ellos, solo una certeza arrebatadora cuando me responde:

“Estoy contigo, hermano. ¡Vamos a matar a esos hijos de p%ta!”

POV ALEXANDER THOMPSON

“Hay tres reglas muy importantes que debes tener presente a la hora de usar y manejar un arma”, me indica Klaus, manipulando la Glock entre sus manos.

Escucho atentamente, prestando atención a cada detalle.

“No serás tú un hombre tonto, ¿Verdad, Alex?”, pregunta Klaus.

“No, Klaus”, le contesto, confundido por su pregunta.

“Bien, porque hombre tonto no prestar atención a esto y dispararse él mismo”, murmura. Aseguro que no soy de esos.

“Lo primero que debes tener en cuenta cuando manipules un arma es tener siempre presente que el arma está cargada”, me instruye mientras muestra el cargador de la Glock, vacío, y verifica que la cámara también lo esté.

“No importa que yo te la pase y diga que está vacía”, me dice.

“Tú manipularla creyendo que está cargada y tener que revisarla. ¿Entendido?”

“Entendido”, le respondo.

“Y, ¿cómo tener que manipularla?”, continúa.

“Primero, jamás tener tu dedo en el gatillo si no vas a disparar”.

Me enseña cómo mantener mi dedo alineado y pegado al cañón de la pistola, nunca sobre el gatillo.

“Segundo: cuando sostienes un arma, mantener apuntando hacia el suelo, así evitar disparar a una persona o a ti mismo y quedar como un pendejo”, dice seriamente. Reconozco su razón, recordando que es un ex policía y sabe de lo que habla.

“Ahora, vas a aprender cómo agarrar el arma correctamente”, me dice y procede a explicarme todo: cómo sujetar el arma, cómo posicionarme, cómo colocar los codos…

Es meticuloso, enseñándome paso a paso.

Cuando termina, me toca demostrar lo aprendido.

Tomo la Glock y cometo un error, lo que me gana una regañada.

“¿Qué fue lo que te he dicho, Alexander?”, gruñe.

“Dijiste no ser tú un hombre tonto y lo estás siendo. Tú muy tonto. Tú ya muerto”.

Me defiendo diciendo que el arma no está cargada, pero eso solo empeora las cosas.

“¡Tú un pendejo muerto!”, exclama.

“¿Cuál ha sido la primera regla que yo darte?”

“Siempre manipular el arma como si estuviera cargada”, recuerdo.

Me siento desanimado y me disculpo, admitiendo mi error y la emoción del momento.

Klaus me recuerda que debo dejar mis sentimientos de lado y mantener la mente fría y enfocada en mi objetivo.

“¿Cuál es tu objetivo, Alexander?”, pregunta.

“Proteger a Mia y a Anna”, respondo con firmeza, repitiendo mi propósito varias veces hasta que él queda satisfecho.

Repetimos el procedimiento hasta que lo hago perfectamente, y Klaus me felicita.

“¡Excelente!”, dice.

“Lo has hecho muy bien. Ahora, debes hacerlo muchas veces, hasta que se quede grabado en tu mente”.

Practico una y otra vez, hasta que el procedimiento se automatiza en mi mente.

Klaus se ríe, satisfecho, y aunque al principio me siento ofendido por su comentario, termino riéndome con él.

Es raro verlo tan alegre y espontáneo, ya que siempre parece serio o amargado.

Me doy cuenta de que Klaus, a pesar de todo lo ocurrido con Anna y su padre, me tiene afecto y siempre me ha tratado bien.

Su lealtad está con Anna, a quien quiere como a una hija, y al igual que Cristhian y yo, solo busca protegerla.

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